¿Sabemos ser pacientes? ¿Qué nos impacienta? ¿Cuáles son los peligros de perder la paciencia?

La paciencia se hace, todos podemos entrenarla. El primer paso es comprender qué tipo de pensamientos nos alejan de la espera constructiva y cuáles incluso nos convierten en personas pasivas en lugar de personas pacientes.

¿Qué implica realmente ser paciente?

Muchos definen la paciencia como "la capacidad de espera", cuando en realidad la paciencia tiene mucho más que ver con cómo nos comportamos mientras esperamos.

Que el comportamiento de espera sea constructivo dependerá de si va acompañado de pensamientos que respeten la realidad del aquí y ahora (Ej.: el tren se demora por una incidencia técnica) o, por el contrario, de pensamientos que deseen cambiar mágicamente dicho escenario (Ej.: "no puedo estar aquí", "no quiero esperar/no voy a esperar más", "tengo que estar ahora mismo en la oficina").

Por supuesto, siguiendo con el ejemplo, todos podemos expresar queja si el tren no llega a tiempo y llegamos tarde al trabajo. El problema aparece cuando los pensamientos no acogen el escenario actual y buscan soluciones mágicas ("el tren no puede retrasarse"). Ante soluciones mágicas lo más probable es que aparezca un conocido mecanismo de defensa del ser humano, nuestra vieja amiga la ansiedad. Así pues, si no queremos que la ansiedad domine la situación, necesitaremos aliarnos con la paciencia y aceptar la realidad del momento.

Ser paciente sí, ser pasivo no

Ser paciente no es lo mismo que ser pasivo. Cuando somos pacientes no perdemos de vista nuestras necesidades. En cambio, cuando somos pasivos, muy posiblemente sí lo hacemos. Por ejemplo, en el caso de las relaciones personales, el paciente busca el mejor momento para solucionar un conflicto y entiende el tiempo de espera como algo necesario para cumplir su objetivo. (Ej.: "quiero que ambos estemos calmados para poder dialogar y entendernos").Ser paciente no es lo mismo que ser pasivo

En cambio, el pasivo evita que ese momento llegue (Ej.: el momento del diálogo), espera que el objetivo se cumpla sin más (Ej.: entendernos) y/o, en algunos casos, pierde incluso de vista dicho objetivo dado que deja a un lado sus necesidades (Ej.: "no importa cómo yo me sienta, lo importante es que el otro ya no esté enfadado").

¿Qué hacer para tener más paciencia?

Tal y como enunciábamos, entre las situaciones más comunes que hacen que nos impacientemos destacan aquellas relacionadas con el deseo de estar en otro espacio y la pérdida que ello supone (Ej.: "estoy atrapado en un atasco y llegaré tarde"), o aquellas en que el hecho de esperar nos hace creer que peligra nuestro objetivo (Ej.: "si tardan en llamarme es que han elegido a otro", "si no hablamos ahora no solucionaremos el problema").

Sea como sea, el ingrediente que nutre la impaciencia es el sentimiento de pérdida y todos sabemos que "perder" no siempre es fácil.

Por este motivo, para entrenar la paciencia puede resultar de ayuda partir de una idea: convertir el constructo "perder" por el constructo "invertir" siempre que sea posible. No es lo mismo sentir que perdemos tiempo que invertimos tiempo. Cuando esta conversión no sea posible, lo más importante será no retroalimentar los pensamientos de pérdida. Ser conscientes de la relación que existe entre el sentimiento de pérdida y el aumento del estrés y la ansiedad es esencial para autorregularnos.

Así pues, el discurso que hagamos sobre aquello que nos sucede marcará cómo nos sentimos respecto a aquello que nos sucede. El mejor modo de preservar nuestro bienestar es construyendo un discurso sostenible que respete la realidad y no utilice como titular la pérdida. Este es el único modo de conseguir que la espera no sea una agotadora lucha interna.

¿Qué más podemos hacer?

Para ser pacientes, por ejemplo, ante la persecución de una meta, es importante que otorguemos valor al logro diario. De lo contrario, será difícil que mantengamos la motivación y fidelicemos una rutina que nos aproxime al reto.

Un modo de trabajar la paciencia en relación a la persecución de una meta es dividiendo las fases del objetivo y valorar así los pequeños éxitos conseguidos.La impaciencia va acompañada de objetivos lejanos que no contemplan los pasos intermedios.

En ocasiones la impaciencia va acompañada justamente de objetivos lejanos que no tienen en cuenta los pasos intermedios. Saborear los pequeños logros fomenta la espera (Ej.: mi objetivo es sacarme el carnet de coche. Un paso intermedio es superar satisfactoriamente una clase práctica).

Seccionar el reto y entender que cada paso contribuye al resultado final facilita que nos sintamos satisfechos de antemano. Dicha satisfacción contribuye directamente en nuestra seguridad personal, un ingrediente esencial para sentir que nuestra meta es viable y, lo más importante, poder alcanzarla sin pagar un elevado coste emocional.

¿Cómo podemos construir pequeños objetivos que fomenten la espera?

Por ejemplo, a través de construir un entramado de "posits" (por ejemplo en una pared) que plasmen varias líneas de acción a través de:

  • Señalar subobjetivos a conseguir (no únicamente el objetivo final).
  • Ordenar por prioridad y colores dichos subobjetivos a conseguir.
  • Proponer una fecha orientativa para asumir cada subobjetivo.
  • Registrar el grado de satisfacción esperado y el grado de satisfacción obtenido (escala del 1 al 100) de cada subobjetivo.
  • Anotar progresivamente aquellos recursos que se prevén como necesarios y aquellos que se han utilizado hasta el momento

Y recuerda:

  • Acoger el realismo del momento es esencial para no luchar contra un escenario mágico.
  • Ser paciente no es lo mismo que ser pasivo: dibuja objetivos realistas, sitúate en la acción, no olvides que siempre puedes decidir
  • Y disfruta del camino, la satisfacción se genera día a día, no es un producto final.

Mª Teresa Mata Massó

Psicoterapeuta formadora en el entrenamiento de la Inteligencia Emocional presencial y online

www.mensalus.es