"Más que hablar del mito de la eterna juventud, el reto que nos planteamos con nuestro trabajo es lograr un envejecimiento más saludable". Ese es el punto de partida desde el que Juan Carlos Izpisúa-Belmonte, investigador especializado en Biología del Desarrollo, proyecta una entrevista en la que toca aspectos como el envejecimiento de la población, la financiación en el campo de la ciencia o la relación entre investigadores y políticos. "La sociedad debe influir mucho más sobre los gobernantes", asegura el director del Laboratorio de Expresión Genética del Instituto Salk de California.

¿A qué le suena la palabra inmortalidad?

La inmortalidad no la veo factible, todos los organismos se mueren. No creo que se pueda ni imaginar. El envejecimiento es, con mucho, el mayor factor de riesgo de cualquier enfermedad. A partir de los 45 o 50 años aumenta de manera logarítmica la prevalencia de cualquier enfermedad, llamémosla cardiovascular, renal, hepática... Con lo cual, si conseguimos, primero, entender el envejecimiento, y luego retrasarlo, lo que haremos es posponer la aparición de todas esas enfermedades. Y, como consecuencia, tener unos últimos años de vida más saludables. Esto no tiene nada que ver con la inmortalidad.

La longevidad está aumentando a un ritmo rápido y sostenido. ¿Hasta dónde se puede llegar?

Existen teorías de que estamos programados para vivir no más de 120 años. Pero a mí me gustaría reflexionar sobre unos datos que han aparecido recientemente en órganos que se han trasplantado, principalmente el riñón, del que existe más horizonte temporal. Hay riñones que tienen más de cien años, porque tenían años en el donante y otros en el receptor. Si esos números van confirmándose con otros órganos, veremos si esta teoría es real, o si todo depende del nicho en el que se desenvuelven las células. Pero, repito, el objetivo que perseguimos los científicos es un envejecimiento más saludable, más que extender nuestra etapa vital.

Ya ha habido avances en reprogramación de células, en particular los hallazgos del japonés Shinya Yamanaka, considerado el padre de las llamadas células iPS.

El concepto de ese experimento es muy importante: resetear nuestras marcas epigenómicas. Significa añadir a las células adultas una serie de factores que hacen que esa célula adulta se convierta en embrionaria, más joven. Y no cambia su genoma, sino su epigenoma. Darnos cuenta de que eso puede tener un efecto beneficioso en el laboratorio, en el animal de experimentación, es extraordinario, pero llevarlo a la práctica es otra cosa. Sucede lo mismo con el cáncer: se ha curado muchas veces en el ratón, pero la traslación a las personas no siempre es al cien por cien.

Los hallazgos básicos tardan tiempo en convertirse en ciencia aplicada. ¿Por qué?

Hay muchos factores. Uno de ellos es la falta de eficiencia. No sólo demostrar el concepto en un animal, sino hacerlo bien. Recuerdo lo que un día me dijo Francis Crick, uno de los descubridores de la estructura del ADN, a quien tuve la fortuna de tener durante doce años como vecino de laboratorio. Crick me decía: "To be perfect is very difficult; to be good is good enough". No hace falta ser perfecto, pero hay que ser bueno, y en ocasiones la eficiencia de los conceptos en el laboratorio no es lo suficientemente alta para llevarlos a la clínica.

¿Segundo factor?

Estamos en un momento de la investigación biomédica en el que vamos por delante de las regulaciones legales y éticas. Estamos en frente del desierto, y el investigador no sabe qué hacer. Puede hacer cosas, pero no todo lo que se puede hacer se debe hacer. Ante eso, lo más cauto es tratar de informar a nuestros gobernantes de lo que podemos hacer, y que sean ellos, junto con toda la sociedad, los que decidan si debemos o no avanzar.

¿Tercero?

La falta de comunicación entre el investigador básico y el investigador clínico. El básico está muy ocupado curando ratones, y el clínico muy ocupado curando personas, que es mucho más importante. Desafortunadamente, no tenemos las infraestructuras que nos permiten hablar más a menudo.

La edición génica ha generado una fuerte polémica en China por una manipulación que se considera inaceptable desde el punto de vista ético. ¿Qué expectativas abre?

La edición génica nos hace prescindir de Darwin. Todo lo que ha ocurrido en la vida de este planeta desde hace 4.500 millones de años se explica muy fácilmente por Darwin: la selección natural y el azar. Disponer de herramientas que modifican nuestro genoma hace que no dependamos del azar y de esa selección natural, sino que tengamos los instrumentos para modificar esa evolución de una manera mucho más rápida que nunca antes en la Historia. Eso nos pone delante un mundo totalmente distinto del que teníamos hasta ahora. Lo importante es qué vamos a hacer con esa herramienta. Puede ser utilizada de manera beneficiosa para la humanidad o de manera inconsciente. El abanico de aplicaciones que cada investigador puede dar a ese conocimiento es enorme. Lo importante es cómo se regulan esas aplicaciones.

¿Y cómo ha de regularse en el caso de la edición génica?

Hace dos años que nuestro laboratorio publicó, por primera vez en Estados Unidos, la corrección de un síndrome, en este caso de la muerte súbita, que se asocia a una determinada mutación en el genoma. Tomamos embriones de una pareja que iba a dar lugar a un niño con ese síndrome en algún momento de su vida, manipulamos y editamos el genoma de este embrión, y comprobamos con una placa de Petri y con todos los ensayos disponibles que ese síndrome no iba a aparecer. Sin embargo, nunca implantamos el embrión, nunca llegamos a hacer algo que los investigadores chinos hicieron hace pocos meses. La diferencia es que nuestro experimento se hizo en una cultura en la que entendemos que antes de hacer algo así hemos de tener un consenso en nuestra sociedad. El de China se hizo en unas condiciones en las que no había una regulación y se dejó a la interpretación del investigador si podía o no hacerlo. No es el científico el que debe decidir.

¿Quién debe hacerlo?

Lo más importante es que la sociedad se dé cuenta de lo que se puede hacer. Y también influir en nuestros gobernantes para que se den cuenta de que lo que está ocurriendo en estos momentos en los laboratorios es muy importante para el devenir no sólo de la biomedicina, sino de la especie humana.

¿Dónde sitúa usted las líneas rojas del código ético?

Si hablamos de enfermedad, entiendo que no hay necesidad de manipular nuestro genoma cuando son mutaciones que residen en el núcleo de la célula.

¿Por qué?

Una pareja que se encuentre con una mutación específica y quiera tener un niño que no sufra esa enfermedad, tiene la solución de ir a una clínica de fertilización y seleccionar. Tenemos a Mendel, que nos ha dicho la proporción de embriones que van a tener esa mutación en un estado de heterocigoto u homocigoto, y la posibilidad de que no se pueda seleccionar el embrión apropiado sin modificar la línea germinal es tan remota que no es un problema para nuestra sociedad.

Segunda opción...

Las enfermedades mitocondriales. Una de cada doscientas madres transmite a su descendencia una mutación mitocondrial, y eso conlleva la muerte de estos niños en unas etapas muy tempranas. ¿Por qué no se puede seleccionar en la clínica de fertilización in vitro un embrión que esté libre de esas mutaciones? Porque el ADN mitocondrial no sigue los principios de la segregación de Mendel, y es al azar. Ante casos así, con una prevalencia tan enorme, veo totalmente justificado prevenir la aparición de una enfermedad que es mortal para el niño que la hereda. En cambio, para enfermedades nucleares pienso que tenemos alternativas que hacen innecesario modificar la línea germinal porque todavía desconocemos en enorme medida cómo va a afectar esa modificación a otros lugares del genoma.

¿No se conocen todas las repercusiones de este tipo de maniobras?

Siempre me gusta poner el ejemplo de la malaria y la anemia, que son enfermedades incompatibles: quien tiene malaria no tiene anemia. Eso se ha desarrollado durante la evolución, y como eso habrá cientos de cosas que desconocemos en las que si arreglamos una cosa podemos estar desarreglando otra. Por eso entiendo que, mientras no haya una necesidad vital, debemos ser muy cautos y no realizar este tipo de experimentaciones que pueden llevarnos a una pretensión de mejora genética de la especie sin tener necesidad de curar una enfermedad. El 99 % de la sociedad desconoce lo que se puede hacer y las implicaciones que ello puede tener. Hasta que lo sepamos todos y podamos opinar y decidir, creo que no debemos continua adelante en la modificación de la línea germinal en el núcleo. Sí en la mitocondria, donde no hay solución y donde el conocimiento puede ayudar a la prevención de la enfermedad y a evitar la muerte. Ésa es mi opinión.

En la investigación del cáncer se anuncian avances todos los días del año. ¿Cuál es la situación actual?

Como en todo, somos muy cortoplacistas. No se invierte en ciencia, pero se espera que haya resultados para mañana, y eso es incompatible. En los últimos cien años, la ciencia ha demostrado que podemos mejorar la salud humana y que podemos aumentar la supervivencia media en veinte o treinta años con pequeñas intervenciones, con pequeños avances en la generación de antibióticos, en el cuidado de la persona mayor... Queremos que la ciencia avance, pero dedicamos cantidades ingentes de dinero a otras cosas, en las que no se exige ningún resultado.

También en el cáncer, el envejecimiento es el principal factor de riesgo.

Sí, también sucede que el mayor volumen de casos de cáncer surge a partir de 45 o 50 años. Por eso debemos entender el proceso de envejecimiento y retrasarlo. Y luego, estoy convencido de ello, con el paso del tiempo podremos curarlas. Hay enfermedades genéticas que manipulando no la línea germinal, sino la somática, estamos curándolas. En los próximos diez años podríamos curar las más de diez mil enfermedades monogénicas, causadas por un solo gen, que se han descrito en el ser humano. Hacen falta unas políticas adecuadas y el suficiente soporte económico.

¿Y va a ocurrir?

Posiblemente no, porque el gobernante no se da cuenta de lo que podemos hacer, de lo que está ocurriendo en los laboratorios... Por eso las normas legales y éticas van muy por detrás del avance del conocimiento, y eso es muy preocupante. Con las tecnologías que estamos desarrollando podemos cambiar la especie humana. No sólo se trata de mejorar la salud, sino que como efecto colateral podemos ser otra especie en no muchos años. Y esto no lo sabe la persona de la calle, y no lo sabe el político, y quizá la culpa la tengamos los científicos, porque no sabemos comunicar, y quizá los medios de comunicación deberían ayudar a que la gente de la calle conozca lo que hacemos en el laboratorio.

¿Qué gobernante no se entera de lo que pasa: el de España o el de Estados Unidos?

El de todos los sitios. En China se han dado cuenta del problema del envejecimiento de la población, y van crear la mayor base de datos de personas mayores para entender mejor, mediante inteligencia artificial, qué parámetros definen un envejecimiento saludable. Van a dedicar el mayor apoyo posible a ese tipo de actividades, porque entienden que el conocimiento que se genera en los laboratorios puede cambiar el devenir del país de una manera muy decisiva.

Usted ha descartado volver a investigar en España.

Tengo muchas conexiones con grupos españoles y muchas colaboraciones. En el mundo actual, no es necesario estar presente en un sitio para hacer algo. La mayor parte de la investigación que se realizamos en mi laboratorio está conectada con otros países, como China, y yo no trabajo físicamente en China. El lugar en el que me lavo los dientes cada mañana es irrelevante para el conocimiento.

La ficha

Juan Carlos Izpisúa Belmonte (Hellín, Albacete, 1960) es un investigador especializado en biología del desarrollo que ejerce en el Laboratorio de Expresión Génica del Instituto Salk de Estudios Biológicos, en La Jolla (California, Estados Unidos). Ha sido director del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona. Se trata de uno de los investigadores españoles de mayor repercusión internacional.