Se le nota un brillo especial en los ojos cuando habla de su padre. Pero no solo por ser hija, sino por la admiración que profesa ante la labor humanitaria de Ángel Sanz-Briz, el diplomático español que pasó a la historia como el Ángel de Budapest. En la capital húngara, hace 75 años, salvó de una muerte segura, en medio del Holocausto, a 5.200 judíos. "Se la jugó porque creía que era su deber hacerlo", sentencia quien ha estado esta semana en La Laguna por iniciativa del Centro Sefarad-Israel (Ministerio de Asuntos Exteriores) y del Instituto Encuentro Canarias-Israel. En una señorial vivienda de Aguere, muy similar a tantas embajadas por las que ha pasado, esta mujer serena incidió en detalle en la figura y en la vida de su progenitor.

La idea era empezar por la película basada en su historia que se rodó en 2011 para RTVE, protagonizada por Francis Lorenzo. Pero con una salvedad: "Durante décadas mi padre quedó en el olvido hasta que, a raíz del restablecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, el que era embajador en Madrid (1987-1991) Shlomo Ben Ami, llamó a mi madre (Adela Quijano) para entregarle el título que le habían dado en los 60 de Justo de las Naciones".

De la película "no nos comunicaron nada antes. El guion se basa en el libro de Diego Carcedo Un español frente al Holocausto. Nos encantó y nos emocionó en un pase privado previo, aunque hay partes noveladas. Francis Lorenzo estuvo fantástico, pero no se parecía con mi padre que entonces tenía 33 años. Ese papel le marcó". Sanz salvó a más judíos que el Schindler de Spielberg pero, resume, "Hollywood es Hollywood".

Ángela insiste: "Orgullosísima de mi padre y de lo que hizo en 1944, sobre todo a partir del cambio del gobierno filoalemán, pero no nazi, de Horthy por el de los cruciflechados. Adolf Eichmann en persona organizó la solución final. Brutal y rápida al estar los soviéticos a las puertas (ocuparon el país en enero de 1945) hasta exterminar a más de medio millón de personas".

"Podía haber mirado para otro lado, añade, pero se jugó su vida, su carrera y a su familia porque pensaba que era su obligación. No lo dudó y puso sus medios diplomáticos, sus dotes sociales, su valentía y su inteligencia. Dio pasaportes a quienes tuvieran origen sefardí (descendientes de los judíos expulsados por los Reyes Católicos) o alguna relación con España. Y fue multiplicando los 200 documentos iniciales por series (A, B, C...) hasta llegar a salvar a 5.200".

Luego ideó otro sistema: "Las casas alquiladas, siete edificios que convirtió en territorio español porque al final ya daba papeles a quien los pidiera. Así y todo iban a sacar a la gente de las casas y él, a cualquier hora, los defendía. Con su carácter aragonés, llegó a bajar a algunos de los trenes".

El único momento con cierto tono sombrío hace referencia la figura del italiano Giorgio Perlasca: "Ayudó a mi padre e hizo su trabajo, pero alguna lectura posterior no nos parece correcta. Ante la llegada de los rusos el gobierno español le dijo a mi padre que se fuera a Suiza y en ese mes, de diciembre a enero del 45, Perlasca salvó a gente. Igual que los embajadores de Suiza, Portugal, El Vaticano o Suecia. Este último, Wallemberg, desapareció sin rastro tras entrar los rusos".

Ángela recuerda: "La familia siguió a mi padre a todos sus destinos, más de veinte. Mi madre, una santanderina muy extrovertida, era la anfitriona perfecta. Y nuestras casas lugar de encuentro para todos: los españoles y la gente del país. Todos los hermanos nacimos en lugares distintos. La mayor, Adela, en Budapest; Paloma, en Madrid entre destinos; Pilar, en San Francisco; yo en Roma durante su primer trabajo en la Santa Sede (en el segundo, en 1980, falleció) y Juan Carlos, el pequeño, en Francia". El primer destino como embajador fue Guatemala: "Tenía 7 años y lo recuerdo como si fuera ahora. Luego Nueva York, Perú, Holanda, Bélgica... Y la experiencia única de abrir, ya a los 63 años, la primera legación en la China comunista (con Mao vivo y Chu en Lai gobernando). Allí consolidó amistades como la de George Bush padre". Su último destino fue de nuevo la Santa Sede, donde "conoció a tres papas: Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II".

"Hace veinte años -valora- nos reunimos toda la familia en esa ciudad preciosa que es Budapest y yo volví hace dos. Hay profundos lazos de unión, claro". Ángel Sanz tiene reconocimientos en muchas partes. En su Zaragoza natal (1910), o en la vivienda familiar de la calle Velázquez de Madrid. Y hasta un sello de Correos.

Fue embajador con el régimen franquista y con la democracia porque "su ideario era servir a España. Era muy liberal, aunque en la guerra pasó al bando nacional por sus convicciones católicas y lo que vio en el Madrid republicano. Pero siempre primó el concepto de servidor de España".

"Era un hombre bueno, valiente e inteligente que no escatimó esfuerzos para salvar vidas, hacer el bien y ayudar a los demás sin esperar recompensa. Nunca alardeó de nada porque él no sabía que era un héroe", resumió Ángela.

La curiosidad de un niño

Ángela ofreció dos charlas muy distintas en cuanto al auditorio en La Laguna. Su afán divulgativo le suele llevar a los colegios y esta vez le tocó en la mañana del pasado jueves el histórico Cabrera Pinto. Relata la experiencia: "Fantástica. Me ha sorprendido y encantado su curiosidad y lo informados que estaban. Hay que explicarles a veces conceptos como diplomático o sefardí pero se mostraron interesados y entendidos con preguntas muy inteligentes". Se trataba de críos de 15 y 16 años, de 3º de la ESO y 1º de Bachillerato. La protagonista continúa: "Pasamos previamente un documental sobre Auschwitz que les impactó". Por la tarde llegó otro compromiso y en un foro distinto, el de la Real Sociedad Económica de Amigos del País. Valora que "era otro público, gente mayor e involucrada de alguna manera con la historia. Porque habían estado en Budapest o tenían alguna relación con Israel y el Holocausto. Pero ambos encuentros fueron muy interesantes". Ángela tuvo tiempo también para disfrutar de las calles laguneras o de degustar unas papas con costillas en El Portezuelo.