Izaña forma definitivamente parte de otro planeta. El aire fresco sopla haciendo que los rayos de Sol no penetren de manera tan perjudicial en la piel. Ahí en un paraje árido lleno de vegetación singular se hace ciencia. Recorremos en coche una larga carretera que llega hasta el Centro de Investigación Atmosférico. El solo hecho de recorrer esos kilómetros bajo un imperturbable cielo azul en un vehículo que se mueve gracias a la combustión de petróleo produce una cierta sensación de perturbación de ese precioso paisaje.

Llegamos entonces al observatorio meteorológico de Izaña, dependiente de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). En la puerta nos recibe Emilio Cuevas, actual director de centro, acompañado de Damian, vigilante de seguridad del observatorio y mano derecha de Cuevas desde hace más de 17 años. Más tarde, Damián nos mostrará las fotografías que ha podido tomar en el último año y, con una sonrisa, afirmará que es imposible no aficionarse a esta actividad trabajando donde lo hace.

Pero volvamos a Cuevas. Un entusiasta de su empleo, así lo deja entrever al sacar su pequeño portátil con una memoria externa para mostrarnos todos los documento que puede sobre el aumento en el nivel de CO2. Normalmente su despacho se encuentra en Santa Cruz, y suele preferir subir con la mochila menos pesada. Pero esto no le detiene para trasladarse con todos los documentos importantes encima.

Tras algunas preguntas, nos adentramos ya en todo el edificio. La primera parada, la sexta planta. En la terraza que corona el observatorio se encuentran al menos una veintena de instrumentos de medición de distintos parámetros. La azotea está repleta de radiómetros y espectrofotómetros, que miden el dióxido de carbono, el ozono, el vapor de agua o los aerosoles que se encuentran en la atmósfera y que ayudan a configurar los aparatos de otros centros alrededor del mundo. Uno de ellos, un Espectrofotómetro Brewer ha tenido incluso la oportunidad de viajar como un pasajero más en avión. "Pedimos permiso a la compañía y al comandante", explica Cuevas mientras señala un gran instrumento blanco que le llega a la cintura. "Ocupa dos asientos y va con su cinturón y todo", señala. A su espalda se encuentra El Teide, tan espectacular y imponente como siempre.

Cuevas nos traslada a la zona donde se fragua la investigación en sí. Los laboratorios están vacíos porque los investigadores suelen recorrer grandes distancias de un lado a otro del edificio y pocas veces coinciden al mismo tiempo en el mismo lugar. Allí hay distintos aparatos que parecen ordenadores, pero no lo son, en los que se mide en tiempo real los compuestos de la atmósfera. Como si de un monitor Hotler para medir la frecuencia cardiaca se tratara, los distintos aparatos de los dos laboratorios miden dióxido de carbono o monóxido de carbono, metano. Las condiciones y las vistas desde el centro podrían configurar la perfecta estampa vacacional, pero lo cierto es que once investigadores realizan en esas condiciones el mejor seguimiento del cambio climático en el mundo.