No es infrecuente encontrar lectores de poesía que sienten un especial afecto por Montevideo, aún sin haber pisado nunca la capital de la República Oriental del Uruguay. Frente a esa bahía del Río de la Plata nacieron tres de los más notables poetas franceses: Laforgue -tan admirado por Eliot-, Lautréamont -una de las inspiraciones de Breton y el grupo surrealista- y Jules Supervielle. Y también Ida Vitale (1923), la última galardonada con el Cervantes, premio que se entregó el pasado martes en Alcalá de Henares, coincidiendo con la conmemoración de la muerte del autor del Quijote. Y Delmira Agustini, de quien Visor acaba de editar Poesía completa (1902-1924), María Eugenia Vaz Ferreira o Juana de Ibarbourou.

Una ciudad en la que se consolidó uno de los grupos más potentes de la literatura latinoamericana del siglo XX. Hay una foto tomada en Montevideo en la que aparecen, rodeando a Juan Ramón Jiménez y a Zenobia Camprubí, algunos de sus componentes: los autores de la llamada Generación del 45. Faltan ahí Juan Carlos Onetti, premiado con el Cervantes en 1980, y Mario Benedetti. Pero podemos ver, entre otros, a Idea Vilariño (otra excelente poeta, pareja durante un tiempo del autor de El astillero), Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama y la propia Ida Vitale. Ésta se casó, primero, con Rama, y más tarde con Enrique Fierro, otro poeta, crítico y profesor montevideano. Un efervescente mundo cultural que los militares de la hasta entonces conocida como "la Suiza de América" desbarataron con su golpe de estado de 1973.

En ese rico entramado de relaciones intelectuales creció y se formó Ida Vitale. La autora, de la que Tusquets publicó en 2017 su Poesía reunida, tuvo en Juan Ramón Jiménez, precisamente, a uno de su primeros y más influyentes maestros. Del poeta de Espacio y premio Nobel, exiliado al término de la Guerra Civil española por su identificación con la causa de la República, heredó la obsesión por las correcciones y la búsqueda de una lírica esencialista, exacta, exigente y muy depurada en formulaciones con escasa concesión a la anécdota, a lo trillado. Un magisterio en la que también tuvo su cuota -y no pequeña, pues fue profesor suyo- otro exiliado republicano: José Bergamín, agudo siempre para las encrucijadas del lenguaje, la concentración expresiva y el ingenio conceptual.

Hay un poema de Palabra dada, libro de 1953 y el segundo de su autora, en el que Ida Vitale sintetiza muy bien la inquietud que es motor de su lírica. Responde a la desazón que ha acompañado a muchos poetas posteriores a las vanguardias históricas: si "todo ha sido dicho", cómo dar con una voz ("cifra" es la palabra que utiliza la poeta) que sea a la vez "nueva, extrema y mía". El empeño de una vida. Su primer poemario, La luz de esta memoria, publicado en 1949, es ya un libro maduro en el que encontramos versos como estos: "La muerte abre sus parques/ y su perfume invade los olores terrestres". Pertenecen a Elegías en otoño, una larga composición dedicada, precisamente, a Bergamín. Una autora, además, con una gran variedad de registros (de la escritura automática a estrofas clásicas como el soneto o la décima) y procedimientos retóricos, incluido el de la intertextualidad.

Pasados los 90 años, a Ida Vitale le han dado casi todos los premios importantes de la literatura en español, no sólo el Cervantes. Uno tras otro, el Alfonso Reyes, el Reina Sofía de poesía iberoamericana, el Federico García Lorca o el de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Y hasta los franceses le concedieron el Max Jacob. Si su poesía se puede encontrar fácilmente en las librerías a partir de la edición que Aurelio Major hizo para Tusquets de Poesía reunida, más difícil resultaba encontrar los ensayos y textos más inclasificables de una autora que ha estudiado en profundidad a Cervantes, Antonio Machado, Juana de Ibarbourou o aspectos sustanciales de la poesía brasileña. De ahí el interés de la edición para el público español de Shakespeare Palace, el único libro explícitamente autobiográfico de Ida Vitale, y la reedición de Plantas y animales, que en la tirada hecha por Paidós en 2003 completaba su título con un justificado: Acercamientos literarios.

La poeta cuenta en Shakespeare Palace los años de su exilio en Ciudad de México, desde 1974 a 1984, forzada por la situación política uruguaya que derivó en la dictadura militar. Dividido en capítulos de no demasiadas páginas, el libro no ofrece la elaboración de unas memorias al uso, aunque, como dice su autora en la primera línea, todo lo que se relata esté determinado por el recuerdo personal de los casi once años que vivió en la capital azteca. Una escritura desde la elegancia expresiva y de carácter: huye del ajuste de cuentas o de cualquier tentativa de dar curso al resentimiento en el que en ocasiones se deja atrapar quien debe rehacer su vida en un país extranjero. Y todo teñido de un suave sentido del humor propio de los aficionados al té de media tarde: "Creo que por entonces aprendí que la dicha depende, en variable porcentaje, de nosotros mismos, en la medida en que logramos ver el lado tolerable de las situaciones que nos implican". Unos recuerdos en los que van dibujándose algunos de los más sobresalientes escritores mexicanos de aquellos años: del ubicuo Octavio Paz, que facilitó la integración literaria de Ida Vitale, a Juan José Arreola, el siempre reservado Juan Rulfo o el entrañable José Emilio Pacheco. Escribe la autora de Shakespeare Palace, una referencia a la calle y la primera casa de la pareja Vitale/Fierro en el DF, como llaman los mexicanos a su contaminada y superpoblada capital: "Los casi once años que vivimos en este ritmo de novedades atractivas me hacen ver los anteriores, incluso los de la primera juventud, que se suponen colmados de sorpresas, de aprendizajes sucesivos y deslumbradores, como lentos y monótonos".

Trabajó en el Colegio de México, colaboró con Vuelta y participó en varias iniciativas intelectuales de primer nivel, como la puesta en marcha de la publicación Unomásuno. Escribe una página que llegará a firmar su admirado Gabriel García Márquez y se hace amiga de Álvaro Mutis y esposa; también del poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen. "Hoy me parece asombroso lo que entonces recibía con naturalidad: ser así aceptada y sumada a un fluctuante devenir cultural?". Una noche, en una hora avanzada y al creer que llamaban para gastarle una broma, dejó su puerta cerrada nada menos que a Cortázar, de paso por la ciudad y con ganas de conocer a la exiliada uruguaya. El volumen es, como afirma su autora, una grata "lista del corazón" tan sólo empañada -cuando está a punto de poner el punto final- por el fallecimiento en Austin (Texas), en 2016, de Enrique Fierro.

Otras características tiene De plantas y animales, el libro que rescata Tusquets, aunque hallamos en su prosa la misma inclinación de Ida Vitale por el párrafo bien templado y el deslizamiento de sus convicciones humanistas, además de una nostalgia, quizás, de aquel tiempo en que "todos los seres habrían estado dotados con el poder de comunicarse". "La humanidad se divide, con respecto a los animales, entre los que los aman y los que los detestan", afirma la poeta -alineada con los primeros- desde la apertura de un volumen que propone un muy personal bestiario (aquí, a diferencia de las colecciones medievales, se prefiere hablar de animales reales) a partir de impresiones personales que sazona con su muy erudito arsenal literario.

De Aristóteles a Buffon, de Montaigne a Durrell, Vitale reúne en el arca de estas páginas un heterogéneo muestrario de gatos y perros, caballos y asnos, alondras y cuervos, sapos y caracoles, arañas y moscas, pero también árboles y fósiles, crisantemos y cebollas, hongos y frijoles bailarines. Asombran los conocimientos que atesora sobre cada animal, planta o piedra. Y, también, cómo pone todo ese bagaje en relación con la literatura y con su propia vida. ¿Qué creen que le preguntó Onetti a la poeta cuando supo que el perro de ésta se llamaba Macedonio Fernández? Sí, el nombre del escritor a quien Borges dedicó tantos elogios: "¿Por qué Macedonio Fernández y no Onetti?". Un volumen que ayuda, al igual que Shakespeare Palace, al desciframiento de una poeta central de la literatura en español del último siglo.