A las personas que destilan sensibilidad se les nota las costuras cuando algo va mal. Su cara, que dicen es el reflejo del alma, se apaga hasta quedar en un estado de reposo que se altera con una frase, un gesto o un recuerdo, que en el caso de Juan Cruz Ruiz (1948) inundan la vida de un periodista de raza, un ser que no ha perdido su capacidad de curiosear. El portuense es un tipo peculiar, un maestro a la hora de manejar los tiempos de una conversación en la que nunca faltan las anécdotas. “El Ventolin hizo posible una entrevista con Francis Bacon”, rescata de su memoria de un vis a vis que mantuvo en Londres con el pintor irlandés.

¿Qué le falta por vivir en el oficio de informar?

Me falta regresar a los campos de fútbol... Ahora hago crónica todas las semanas hablando con gente, que es lo que más me interesa del periodismo, escribo editoriales, columnas y entrevistas, e incluso me invento nuevos formatos -ahí incluye una entrevista a Millás por email- o participo en tertulias de radio y televisión. Tengo todo eso, pero me falta lo básico: volver a un terreno de juego. Yo empecé escribiendo crónicas de fútbol a los trece años. Mi vida está atada a ese número. A los trece años me hice periodista, trece años después entré en El Día, trece más tarde me fui del periódico, pasaron trece años y dejé El País, transcurrieron otros trece antes de que me hicieran director de Alfaguara y, finalmente, trece años agoté antes de volver a El País.

¿Y qué no le hubiera gustado vivir?

Creo que este momento... Ahora parece que muchos periodistas consideran que es mejor ser arbitrario que ejercer el periodismo, que es mejor ser un gritón que ser periodista, que es mejor inventar una información que ser periodista, que es mejor opinar que ser periodista... Todo eso choca contra mi forma de ver el oficio. Esta es una profesión humilde en la que nosotros dependemos de lo que ocurre, bien viéndolo en primera persona o preguntando a la gente qué es lo que pasó. Para mí el periodismo no es de los arrogantes, sino de las buenas personas, como muy bien apuntó Kapuscinski, que no esperan que pase lo malo sino que cuando pasa lo malo preguntan si de verdad fue malo. El poder del periodismo no es de los periodistas, es de los ciudadanos que son los que delegan en nosotros la capacidad de investigar, indagar, curiosear... Debe ser la vez 1213 que digo esta frase: periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.

¿Alguna vez se inventó una noticia?

Nunca... Eso me daría tanta vergüenza como pegarle a un niño.

¿Ha escrito alguna vez una entrevista de oídas?

Todas mis entrevistas fueron tomadas al pie de la letra, como la primera que le hice a Julio Caro Baroja, o grabadas. Solo no pude grabar la de García Márquez porque no me dejó... Para mí lo que cuentan las personas es sagrado y cuando me he equivocado en una transcripción o escribí algo que no era correcto he pedido perdón, hice fe de errores y, a veces, hasta envié flores.

¿Envió flores?

Una vez me equivoqué en el número de hijos que tuvo Antonio Molina, que eran ocho... Yo puse seis, y eso me lo recriminó su hija, Ángela Molina. Rectifique mandando a su madre, que era la persona que los había parido y a la que entrevisté, ocho rosas violetas. Era su color preferido.

¿Lo más surrealista que le ha ocurrido en el ejercicio de esta profesión?

Quizás, la entrevista con Francis Bacon. A él no le gustaba dar entrevistas, pero por la insistencia de Mari Cruz Bilbao, que era su galerista, terminó dando sus frutos... Cuando llegué a Londres, el 15 de junio de 1990, apareció vestido elegantemente, con un tupé ostentoso y una camisa de rayas violeta, precisamente, quiso cancelar el encuentro. Me dijo que no se encontraba bien y que no quería hacer la entrevista... Yo le respondí que había viajado desde Madrid exclusivamente para mantener aquella conversación y su respuesta fue que tenía un ataque de asma. El sacó de uno de sus bolsillos su Ventolin y yo saqué de mi chaqueta mi Ventolin... Debió quedar impresionado por aquella coincidencia y nos sentamos debajo de un tríptico sobre un soporte, que no era ni siquiera un sillón porque apenas cabían nuestros respectivos culos.

¿La prensa está comprada?

Ya me gustaría a mí que estuviera comprada, pero ejemplar a ejemplar... Hay evidencias que cuentan algunos periodistas, pero comentar de forma genérica que está comprada es tan absurdo como decir que los partidos de fútbol están comprados. Algunos sí que lo están, pero al final eso se sabe. En el periodismo pasa lo mismo. Cuando compras a un periodista tarde o temprano se llega a saber... Si se llega a saber es que no es tan general. La generalización es algo que solo debería venderse en las farmacias.

¿Alguna vez quisieron comprar su silencio?

Supongo que sí. Recuerdo que el presidente de un club de fútbol me convocó para tomar algo, aunque en realidad lo que quería era que un caso suyo no tuviera repercusión en mi periódico. Primero, yo no tenía autoridad para cumplir ese encargo, segundo, no lo haría y tercero, estuve rápido cuando me preguntó nada más empezar la conversación en un hotel de Las Palmas, ¿cómo hay que tratar a un periodista? Yo le dije que de usted. Su respuesta fue: “Hombre, usted ya me entiende”. Yo respondí que no le entendía.