La procesión del Señor de las Tribulaciones que celebra la capital tinerfeña cada Martes Santo es un híbrido de historia y catequesis. A los cuatro evangelios del Nuevo Testamento, en Santa Cruz se suma el episodio milagroso de 1893, que recuerda el día que la ciudad sacó al Señor de las Tribulaciones para implorar protección divina para que la población no fuera pasto del cólera morbo-asiático que se temía que contagiara la tripulación del barco "Remo" que había arribado en el puerto chicharrero. Esta historia, contada negro sobre blanco, queda deslucida frente a la experiencia de revivir una noche como la de ayer, en la angosta calle de Oriente, que tras el episodio milagroso pasó a denominarse de Tribulaciones. Junto donde estuvo la antigua prisión de mujeres. En el recogimiento de la noche. Entre las ruinosas paredes de muchas casas centenarias de El Toscal que, si hablaran, acreditarían la historia. Y con el vértigo de que seguro que anoche estaba algún bisnieto o tataranieto de aquel Santa Cruz que vivió en primera persona el milagro.

El Martes Santo es uno de los platos fuerte de la Semana Santa chicharrera. Tal vez el más puro del Santa Cruz profundo, con permiso de la popularidad en alza con La Esperanza Macarena, la noche del Jueves Santos, a las faldas de La Concepción, y el recogimiento de la elegante procesión de Las Angustias, en el mediodía del Viernes Santo en la parroquia de El Pilar.

Por la tarde, una treintena de niños y adolescentes se entregaron a la elaboración de las alfombras con sales y pétalos, como años atrás hacía el artista Manuel Tejeiro, una costumbre que alimenta, entre otros, Tato Castro.

Después de la misa, el Señor de las Tribulaciones se adentró en el corazón de El Toscal. Las seis estaciones -la iglesia de San Francisco, plaza del Príncipe, capilla del Hogar Escuela, San Martín, antigua prisión de mujeres y calle Oriente- son seis peldaños que permiten a propios y visitantes adentrarse en la historia de Santa Cruz. Contagiarse de la Semana Santa chicharrera de la mano de la procesión guiada en la que cada alto tiene un sentido, como narraron el párroco de San Francisco de Asís, Jacinto Barrios, y también el de la Orden Tercera.

Con la banda juvenil de Güímar abriendo paso, siguió la representación de cofradías y hermandades de la capital que arroparon el trono del Señor de las Tribulaciones, y detrás la representación política, con el alcalde chicharrero al frente.

De la elegancia de la salida de la procesión en San Francisco al altar al aire libre en el que se convirtió la plaza del Príncipe, donde el párroco recordó el milagro de la talla, a la que se le atribuye la curación de la esposa de Jose Carta, a la que el sacerdote sumó la plegaria que estrenó anoche, y que aún historia de la imagen y sentimiento popular.

Y aún no habían llegado los momentos más emotivos de la procesión. De la plaza del Príncipe, a la capilla del Hogar Escuela y de ahí, a la calle San Martín, donde la malagueña de Juan Díaz provocó más de un nudo en la garganta.

Siguió el trayecto hasta la calle de Oriente. Punto de encuentro junto a la antigua prisión de mujeres. Banda de música, un coro, la calle angosta sin apenas espacio para quien acompañaba y quien esperaba el paso. En esa esquina, El Toscal ponía sus alfombras al Señor de Santa Cruz, al mismo que dedicaba una malagueña y luego una saeta, para enfilar su regreso hasta su templo de San Francisco, con la emoción del momento y el orgullo de pertenencia del chicharrero.