El historiador Gijs Versteegen, ayudante doctor en la Universidad Rey Juan Carlos, es codirector del congreso interdisciplinar Magnificence in the 17th Century, que comienza hoy, jueves, en Madrid, y organizan el Instituto Moll-Centro de Investigación de Pintura Flamenca, la Universidad de Leiden y la Universidad Rey Juan Carlos.

¿A qué se refiere el concepto de magnificencia?

El concepto surge en la edad clásica y se utiliza hasta el fin del Antiguo Régimen. Se refiere a expresiones artísticas y culturales extraordinarias, y también implica grandes gastos, el patrocinio de obras que costaban mucho dinero. Todas debían de tener un componente estético: la belleza de un palacio o de un puente expresaba la excelencia moral de un príncipe o un noble. Hablamos de manifestaciones magníficas que forman parte de nuestro patrimonio cultural. En el congreso, estudiamos la magnificencia durante el Antiguo Régimen, que era una sociedad estamental en la que el ejercicio de la magnificencia estaba reservado a los príncipes, la nobleza o la iglesia. Y nos centramos en el siglo XVII, que tanto en España como en Holanda fue el "Siglo de Oro".

De algún modo, responde a esa concepción clásica que conecta belleza y bondad, ¿no?

Sí. Hay un tratado del siglo XVI, El libro del cortesano, de Baltasar de Castiglione, que en una de sus figuras dice que la belleza es un círculo, y la virtud está en el medio. Ahí se expresa, de manera muy bonita, esa conexión entre la belleza y la cualidad moral de la virtud.

Estas obras, ¿podría decirse que tenían una finalidad propagandística?

Muchas veces se tiende a identificar la magnificencia con propaganda, pero en aquellos tiempos ese concepto sólo se utilizaba con un significado religioso: propaganda fide, difusión de la fe. Es un término moderno, que se diferencia de la magnificencia en que ésta es una virtud, una cualidad moral. Construir grandes obras, palacios, hacer grandes colecciones artísticas construir puentes, bibliotecas... todo esto debía expresar la excelencia moral del príncipe y contribuir al bien común de la sociedad.

En el congreso se analiza la magnificencia tanto en el contexto católico como en el protestante. ¿Había diferencias?

Eso es lo que vamos a estudiar. En principio, se piensa que puede haber una distinción entre el fasto y la pompa de los países católicos y la cultura más austera, más moderada, de los protestantes, que promueven una experiencia de la fe más íntima. Pero habría que matizarlo: si observamos el ejercicio de la magnificencia entre los príncipes protestantes, veremos que se dedicaban también a hacer palacios muy hermosos, grandes bibliotecas, academias... Seguramente tengamos que matizar esta distinción.

En España, ¿qué obra pondría como ejemplo de magnificencia?

El palacio del Escorial. Expresa el poder de Felipe II y de la Casa de Austria, pero también tiene una función religiosa: es una manera en la que Felipe II pide la protección divina para su reino. Luego está el Salón de Reinos, la colección de pintura de Felipe IV, y en general la construcción de todos los Reales Sitios. Obras magníficas que forman parte de nuestro Patrimonio Cultural. Y también otras iniciativas como la promoción del teatro. Porque también estas iniciativas y organizar grandes fiestas, bodas, bailes formaban parte del ejercicio de la magnificencia.

¿En su opinión, habría algún tipo de iniciativa equivalente en la actualidad?

Primero tenemos que tener en cuenta que ya no estamos en una sociedad estamental, gobernada por un rey por mandato divino. Pero podemos pensar en la organización de los grandes eventos deportivos, como los Juegos Olímpicos, o en grandes festivales culturales o exposiciones, como una expresión cultural de la magnificencia hoy en día. Y esto también nos remite a un debate interesante: en el pasado, un rey que gastaba demasiado con fines egoístas, por su propia vanidad, podía ser acusado de tiranía.

¿A qué se debe esto?

Esto se debe a que la magnificencia es una virtud aristotélica, e implicaba que los reyes debían buscar el "justo medio", no gastar demasiado oprimiendo a sus súbditos, pero tampoco vivir de manera indigna: tenían que vivir de acuerdo a su condición real. Si trasplantamos ese debate a la actualidad, podemos ver un reflejo en los Juegos Olímpicos: en Barcelona, en 1992, se consideró que fueron un gran éxito y un ejemplo de la apertura de España al mundo, de su modernización; pero cuando Madrid fue candidata, había bastante polémica sobre si era bueno gastar tanto en tiempos de crisis económica.

Había una necesidad de sostenibilidad.

Sí, y eso puede formar parte del debate actual sobre ciertas actuaciones. Nosotros no utilizamos el término magnificencia, pero sí patrocinio. Y la sostenibilidad es un elemento que se evalúa.