La solidaridad puede canalizarse de diferentes maneras: puede constituir una profesión -mediante el trabajo en organizaciones no gubernamentales, por ejemplo- o expresarse a través del voluntariado, con acciones que marcan de tal forma a sus protagonistas que cambian para siempre su visión de la vida.

Esto último es lo que le sucedió a Juana Navarro, una joven enfermera que desarrolla su labor en la planta de Pediatría del hospital de La Candelaria y que el pasado verano, junto a ocho amigas, viajó durante 17 días a la India para poner sus conocimientos profesionales -y otros que se vio obligada a adquirir- al servicio de quienes más lo necesitan, dentro de un hospital para leprosos situado en plena selva. Juana viajó en compañía de Goretti, Ana, Alejandra, Beli, Rosalía, Silvia, Laura y Elena.

En este centro, regentado por las Misioneras de la Caridad -la orden fundada por la Madre Teresa de Calcuta-, Juana y sus compañeros aprendieron y enseñaron. Aprendieron que no es posible transformar la realidad de un día para otro, pero sí ayudar, y también que "se puede ser feliz con lo mínimo". Y transmitieron sus prácticas médicas, de forma que, cuando ellas no estén, los habitantes de la zona puedan continuar con su trabajo.

"A nivel personal te cambia muchas cosas, te remueve. Las compañeras que fueron el año pasado ya me habían advertido de que la experiencia supondría un antes y un después", explica Juana, que no duda ni un solo momento cuando se le pregunta si estaría dispuesta a repetir: "Volvería, y durante más tiempo", contesta.

La mayor parte de su estancia en la India -quince días- transcurrió en el centro. Allí se ocupaban de hacer las curas de la lepra, de aplicar tratamientos para las secuelas de la enfermedad, de trabajar en el desarrollo de nuevas técnicas de laboratorio y de atender a otros enfermos, entre otras tareas, dado que el hospital, al encontrarse tan aislado, actúa como centro de referencia para la población de la región.

Los pacientes ingresados son alrededor de 150. Algunos de ellos son permanentes, pues la lepra supone un estigma social, de modo que los afectados son, en ocasiones, rechazados por sus familias. Por ello, se quedan en el centro, donde ejecutan tareas de jardinería o pintura y viven con sus familias en colonias.

También están los niños, que tocan especialmente la fibra sensible de Juana. No padecen la lepra, pero viven en el hospital mientras sus padres están ingresados, sobre todo sus madres. "Las diferencias entre sexos están muy marcadas, y si la madre es quien los cuida, se quedan con ellas". detalla la voluntaria tinerfeña. La pobreza también es un factor que explica su estancia en el hospital. "Las familias no pueden alimentar a sus hijos y las monjas lo hacen".

Dejando al margen otros factores que también han hecho la experiencia gratificante, hubiera valido la pena solo por la gratitud y el cariño que demostraban los enfermos y los niños. "Nos bendecían y algunos tiraban las muletas para tocarte y saludarte", relata.

Separados en la guagua

Además de su estancia en el hospital de Shantinagar, estas voluntarias pasaron un día y medio en Calcuta, a cuatro horas de distancia, donde se toparon con la "pobreza extrema" y tuvieron ocasión de comprobar, entre otras cosas, las diferencias entre sexos. "Hombres y mujeres viajan separados en la guagua y a ellas no se les permite fumar en la calle".

Aunque no ejerce la cooperación de forma profesional, Juana desaprueba los recortes que, en tiempos de crisis, se están introduciendo en los presupuestos destinados a la ayuda al desarrollo. A su juicio, "es posible que los que hacen esos recortes no conozcan la realidad".