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Cierra Scorpio, el emblemático videoclub que fue referente cultural y social en el corazón de Santa Cruz

Con un «ya toca», Agustín García sentencia el cierre de Scorpio, negocio de alquiler de películas que nació como tienda de música y terminó siendo el último superviviente tras más de cuatro décadas. Sorteó la llegada de las televisiones privadas, internet, la piratería y las plataformas digitales. Pero manda la edad

Agustín García, en su oficina en el interior de Scorpio Vídeos, su negocio desde 1984, que se localiza en la calle Álvarez de Lugo de Santa Cruz.

Agustín García, en su oficina en el interior de Scorpio Vídeos, su negocio desde 1984, que se localiza en la calle Álvarez de Lugo de Santa Cruz. / Andrés Gutiérrez

Humberto Gonar

Humberto Gonar

Santa Cruz de Tenerife

De ser una farmacia, Agustín García Sicilia (La Palma, 1955) expone su vida en la rebotica de su videoclub Scorpio. Es el último de estas características abierto aún desde que, en 1984, decidió diversificar su actividad empresarial. Cinco años antes había inaugurado una tienda de discos con el mismo nombre en la Rambla de Pulido, donde llegó a ser el centro cultural y social de esta céntrica arteria de Santa Cruz de Tenerife. Muchos rememoran aún aquellos días de la Cabalgata de Reyes, cuando el establecimiento, que estaba en un primer piso, contagiaba alegría a los transeúntes con luz y música.

«Me jubilo entre películas, pero feliz»

En su particular confesionario, a la luz de una lámpara de sobremesa y aliviando la falta de aire con un pequeño ventilador, comienza la conversación por el final: «Me jubilo entre películas, pero feliz». Y eso después de desoír a clientes que le pidieron no cerrar, pero «ya toca», confiesa. «Soy jubilado activo, cobro la mitad de la pensión, pero sigo viniendo porque me gusta. Pongo música, charlo de cine con los clientes y me entretengo».

Una vida entre música y comercio

«Nací en La Palma; mis padres eran de Breña Alta y Breña Baja, pero se vinieron a vivir a Tenerife cuando yo tenía un año». Primero se establecieron en Vistabella, luego en El Toscal y, después, en otros barrios de la capital tinerfeña. Desde pequeño quería dedicarse a dos cosas: la cocina y el comercio.

Entre paredes tapizadas por estanterías repletas de carátulas, vinilos, DVD y recuerdos, tiene en liquidación una vida que ha alternado entre música y cine, mientras reivindica, con porte de actor, que coprotagonizó la cultura popular de los años 70, 80 y 90.

El origen de Scorpio

El nombre de la tienda de discos fue un invento entre él y su hermano, que se decantaron por la palabra Scorpio, que estaba de moda entonces, y por la similitud del aguijón con la aguja de un tocadiscos. La coincidencia del nombre del negocio con la banda alemana también le situó como un polo de atracción de los incondicionales del heavy, género que convivía entre estanterías con el jazz. «Venían chavales con tachuelas de arriba abajo y también señores amantes del jazz. Era un ambiente increíble».

De la música al videoclub

Su particular rebotica ha sido testigo también de cuantas empresas ha afrontado por aquello de diversificar el negocio y poner los huevos en diferentes cestas, pues el comercio de la música y el cine ha tenido sus picos, y ya advirtió en estas cuatro décadas que había que reinventarse.

Aunque estudió Grado Social y dos años de Empresariales, pronto descubrió su verdadera vocación: la música. En diciembre de 1979 abrió su primera tienda, Discos Scorpio, en la Rambla Pulido número 55. «Era un primer piso. Empecé vendiendo vinilos y casetes, luego llegaron los CD. Era una época dorada».

El boom musical lo sitúa entre 1975 y 1985, cuando «la gente ahorraba para comprarse el último disco de Bob Marley o de los Rolling Stones». Recuerda las ventas de las navidades de aquellos años: «En una víspera de Reyes, en apenas 18 metros cuadrados, llegamos a hacer un millón doscientas mil pesetas en un día vendiendo CD a 3.000».

El auge de los videoclubs

«El videoclub convivió muchos años con la música. Era rentable. Las películas costaban unas 5.000 pesetas». Cuenta que «las aseguradoras no querían cubrirnos, porque era imposible asegurar tanto material». Por su local pasaron más de 120.000 títulos entre VHS y DVD. «Llegué a tener más de 35.000 películas en catálogo. Era otra época. Durante los años 80 y 90 los videoclubs fueron centros culturales y sociales. Contribuyeron a la industria del cine. En barrios donde no llegaban estrenos, los videoclubs llevaron cultura, cine y socialización. Fueron fundamentales», rememora.

Entre el género más demandado, «la gente venía, sobre todo, por los estrenos y por las películas premiadas en los Oscar».

Crisis, reinvención y resistencia

Hasta que llegó el primer hachazo que recibió el sector con la apertura de las televisiones privadas (Antena 3 y Telecinco). «En ese momento, la caja bajó un 50%. Tuve que abrir otros negocios: una empresa de limpieza, una dulcería-cafetería y hasta una tienda de animales, junto a un amigo dueño de videoclub».

Luego llegó internet, la piratería y las plataformas de streaming terminaron por jubilar el negocio. «Nos fueron dirigiendo sin darnos cuenta. Antes, yo tenía un proveedor de 35.000 películas y un empleado que te recomendaba qué ver. Ahora pagas diez distintas y no sabes qué poner».

El covid también dejó su huella. «Estuve cerrado cuatro meses. La gente me hacía señales desde la acera y yo les dejaba entrar de uno en uno. Se llevaban 15 películas para el mes. No era rentable, pero había clientes incondicionales».

Una colección de película

Más allá de los títulos que liquida estos días en su videoclub, Agustín García tiene una colección personal que supera las 4.000 películas, principalmente de cine clásico y de autor. «Mi hijo Adrián es director de hotel en el sur ahora, pero llegó a trabajar muchas veces en los dos establecimientos. Mi segundo hijo, Borja, es periodista en Madrid y un fanático del terror, él siempre me ayudaba a escoger los DVDs en los pedidos».

Antes de finalizar la conversación, una pregunta:

—¿Cuándo fue la última vez que vino un cliente a alquilar una película a su videoclub?

Y responde: «Hace dos o tres días; hay quien viene cada jueves. Algunos me dicen: ‘como cierres, te caneo’. Eso me ha animado a seguir un poquito más».

Un final de película

Cuando culmine la liquidación del negocio lo pondrá en alquiler para completar la pensión y afrontar su jubilación. Qué menos que sea de película para quien ha sido uno de los aliados del séptimo arte.

Aprender a escuchar

Agustín García aprendió a escuchar música cuando tenía la tienda. Un día, un amigo le dijo que no sabía escuchar jazz. «Me puso un disco con bajo, batería y saxo, y me pidió oír cada instrumento por separado. Y luego, juntos. Aquello fue música celestial». Se define amante del cine clásico (1935-1955) y del cine de autor europeo. Adora a Truffaut, Bergman y el cine francés y sudamericano. «Mi mujer lloraba viendo algunas y me decía: “Agustín, no me traigas más películas tristes los domingos”», ríe mientras lo cuenta.

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