Joel McFly, el grafitero de Barranco Grande que quiere pintar el mundo: "dame un muro y soy feliz"
El arte es un modo de vida para Joel García, conocido por su firma Joel McFly, con la que acuña sus murales. ¿Grafitero? ¿Artista urbano? Se presenta como artista

Joel McFly, artista urbano / María Pisaca

La sentencia corresponde a Joel García Martín, vecino de toda la vida de Barranco Grande, donde nació en 1990. Entre risas y mientras emboquilla los spray de pintura, asegura: «Soy de la generación buena, la de los 90». Ha desarrollado su vida frente por frente al colegio Bethencourt y Molina, donde estudió desde Infantil hasta cuarto de la ESO, para precisar que durante la Educación Secundaria Obligatoria repitió tantas veces como le permitieron. «Vivo delante del colegio y aun así llegaba tarde, a veces».
De las matemáticas al dibujo
De niño sintió curiosidad por las matemáticas, la ciencia y el dibujo: «Quería ser muchas cosas –recuerda–. Arquitecto, físico teórico… Pero lo que más me gustaba era dibujar». Con tres o cuatro años hizo su primer dibujo, un intento por plasmar en una cuartilla un muñeco de dinosaurio: «Fue mi primer dibujo, todavía lo conservo. Luego, con siete u ocho años, hice un autorretrato. También lo tengo guardado». Tras acabar la ESO, cursó Jardinería en Formación Profesional, en Añaza. «No sabía muy bien qué hacer, pero me gustaban las plantas, la agricultura. No lo tenía claro, pero por lo menos aprendía algo y no perdía el tiempo».
Primer mural profesional
Con siete años pintaba cuadros, hasta que con la mayoría de edad afrontó su primer trabajo profesional: fue un mural en el guachinche de Malpaís de Güímar La Cueva de Mamantonia. «Era un muro enorme, como de 30 metros, y pinté un mural rollo canario. Ese fue el primero. Luego hice otro aquí, en el gimnasio del barrio», rememora.
«Era grafitero de los cabrones»
Joel empezó como grafitero. «Sí, yo era grafitero, pero grafitero de los cabrones», ríe. «Me metía en túneles de agua a pintar, ahí no molestaba a nadie, la policía no me iba a decir nada». En sus inicios, firmaba como Doku, no con su actual seudónimo, McFly. «Pintaba, sobre todo, a mitad de camino de los barrios de Acorán y Añaza, en el Suroeste, porque un amigo vivía por allí. Nos metíamos en los túneles y era eso: no aburrirme».
Libertad, no rebeldía
En esa época no existía la facilidad de internet. «Veía grafitis en una revista que se llamaba Hip Hop Nation, traída de América. Miraba los estilos de letras y practicaba en un cuadro que hacía en casa». McFly cuenta que «cuando pinté por primera vez una pared no sentí miedo, sino libertad. Podía hacer lo que quisiera, sin presión. Era tranquilidad, no rebeldía».
De grafitero a artista urbano
Con el tiempo cambió el túnel por los murales públicos. «Usaba brocha y spray, las dos cosas. Ahora el spray es más rápido, pero me gusta combinar». El paso de grafitero a artista urbano fue una dulce transición. «Pintaba grafitis por entretenimiento, luego vino la época del skate y, después, sobre 2012, volví a los cuadros. Desde ahí, no he parado».

Joel McFly, grafitero de Barranco Grande / MARIA PISACA
Autodidacta del arte
Autodidacta, hoy lo expone con claridad: «Un mural lo veo como un cuadro gigante. Puedo explayarme más. Los dos me gustan, pero si me das a elegir, prefiero hacer un mural como si fuera un cuadro mío». Admite sin desconsuelo que no estudió Bellas Artes: «Aprendí mirando, practicando».
La piel como bastidor
Como si la piel fuera un bastidor, también ejerce de tatuador desde hace 14 años. «Como sabía dibujar, me resultó natural. Un amigo, Iñaki Recio, de Santa Cruz Tattoo, me enseñó técnicas. Me sentaba con él y observaba». Hasta se ejercitó en su propio cuerpo. «Te debe doler más porque sabes dónde te vas a pinchar», se le interpela, pero niega la mayor. «Te duele menos, porque te concentras para hacerlo bien».
Vivir del arte
Combina ahora murales, cuadros y tatuajes. «Me considero artista, no solo grafitero o pintor. Es una mezcla. Se puede vivir del arte, claro que sí». Vive con sus padres, pero podría independizarse si los alquileres no estuvieran “reventando”. «Estuve cuatro meses en Holanda. Allí un piso cuesta lo mismo que aquí, pero se cobra el triple. Me aburrí y me vine».
El silbador
Aun así, su mirada es optimista. «El dinero va y viene. Mientras tenga para pagar lo mío, estoy tranquilo». Por un mural puede cobrar entre 600 y 700 euros. «Ese, por ejemplo, me llevó cuatro días, unas cinco o seis horas al día. Lo hago solo. Pero te digo, el dinero no es lo más importante. Lo que me llena es pintar», cuenta mientras señala a una pared donde pidió permiso a los dueños para plasmar su obra. Los propietarios del muro solo le pusieron una condición: «Pinta un gomero», y así hizo: un silbador con el Roque de Agando de fondo. Lo hizo gratis.
Barranco Grande, su galería
Barranco Grande no solo es el barrio donde nació McFly, sino también donde se conserva la galería de la mayor parte de su obra, que se concentra en el Suroeste de Santa Cruz, sobre todo en Barranco Grande y Santa María del Mar, gracias a las posibilidades brindadas desde los proyectos Tenique y Birmagen, que se desarrollan en una quincena de colegios con la coordinación de Ruymán Afonso y el respaldo de la Concejalía de Educación de Santa Cruz, que dirige Charín González.
El reconocimiento del colegio
En casa tiene entre 70 y 80 cuadros. Algunos los vende, otros los regala y muchos los guarda. «Hay cuadros que no quiero vender, me gustan demasiado». «Habré pintado unos 40 murales y de ellos, veinte están aquí. Por ejemplo, en el colegio, casi todos son míos. De hecho, hay hasta una placa con mi nombre», dice con orgullo, pues cuando acumulaba suspensos nunca imaginó este reconocimiento.
Pintar para enseñar
Joel mantiene el contacto con el colegio donde estudió. «Pintamos formas geométricas con colores primarios. Quería enseñarles que, igual que dos colores se mezclan y crean otro nuevo, las personas unidas podemos hacer algo mayor».
Surrealismo y referentes
Define su estilo como surrealista. «No es que tenga algo en mente, cojo el lienzo y empiezo. Lo que se me ocurre en el momento. Pinto lo que siento», y cita entre sus referentes a El Bosco y Goya. «El Bosco, sobre todo, por lo surrealista; Goya, por su época oscura, esa parte rara que me gusta».
Sueña con hacer una exposición fuera. «Me gustaría exponer mis cuadros en otro país».
Y sentencia: «Pinto porque me hace feliz. El arte fue mi forma de no aburrirme. Ponme un muro delante y soy un hombre feliz».
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