Pedro Moreno: historia del carrito que se hizo kiosco en Santa Cruz
En la calle Robayna se conserva uno de los últimos treinta kioscos de Santa Cruz. Atrás quedó la época dorada en que más de un centenar animaban la ciudad; bastaba con pasear por la Rambla. Pedro tomó el relevo de su madre hace medio siglo, al frente de un carrito testigo de mil confidencias.

Pedro Moreno, uno de los kiosqueros más antiguos de Santa Cruz / Andrés Gutiérrez

En la calle Robayna se localiza el Kiosco Moreno, cuya historia se remonta a la mitad del siglo XX. Es uno de los puntos de venta de estas características más antiguos de Santa Cruz.
La ruta de los viejos kioscos
El cronista oficial de la capital, José Manuel Ledesma, recuerda algunos altares de la historia de la ciudad: el del Abuelo Amado, en la esquina de Méndez Núñez con Doctor José Navieras; Pepe y su hermano Manuel, situado enfrente; Pepe Infante, junto al Gobierno Civil; Nicolás y su esposa Nati, en García Morato con San Martín; Pastor, entre Méndez Núñez y San Francisco Javier; Marín, en la Plaza Militar; Paco, cerca de la plaza de los Patos, seguido por su hija Ana; el Gallego, frente a Intendencia; Jesús Gutiérrez, por los Salesianos; Samarín, junto a la Estatua de la Rambla; don Manuel, también en la Rambla; Ángela, en las Tinajas; Domingo el hurón, en el Puente Zurita, y doña Amadita, en la esquina con La Salle.
El carrito de su madre
En primera persona, Pedro Moreno (La Laguna, 1957) cuenta el origen del kiosco que regentó su madre desde 1950, cuando era un carrito con el que aportaba un sobresueldo a su casa vendiendo más tabaco que golosinas.
«Al acabar la guerra civil, mi padre entró en la Policía Municipal, pero el sueldo no daba. Entonces, el Ayuntamiento le dio a mi madre un carrito, como ayuda», recuerda el quinto de seis hermanos.
Aquel primer carrito –con ruedas delanteras y de madera– lo compraron a un gallego que lo traspasó. Entre los mejores días de ventas, su madre citaba cuando la gente salió al encuentro de Franco en su visita a Santa Cruz.
De carrito a kiosco de acero
Pedro tomó el relevo en 1975. Para entonces, el carrito había pasado por varios lugares: de la plaza Weyler, entonces de tierra, a donde hoy está la Sociedad de Desarrollo, hasta llegar a Robayna. Con el tiempo, se transformó en kiosco adoptando el diseño impuesto por el Ayuntamiento de Santa Cruz.

Pedro Moreno tomó hace medio siglo el relevo a su madre en la explotación del carrito de la calle Robayna. / Andrés Gutiérrez
El actual costó tres millones de pesetas en los años noventa –unos 18.000 euros–. «Lo hice aquí, no lo traje de la Península. Le puse escalera, refuerzos, todo. Es de acero inoxidable, todavía aguanta».
La época dorada
En el medio siglo que lleva Pedro regentando el Kiosco Moreno, señala como la época dorada del sector los años setenta y ochenta, con la venta de prensa diaria, revistas y cigarros.
«Empecé con 28 o 30 años. Antes ayudaba a mi madre, mientras estudiaba en la Escuela de Comercio».
«El tabaco fue la gran fuente de ingresos. Llegamos a ganar un 20% con el tabaco. Ahora, con suerte, un 3%», rememora.
Cuando había 120 kioscos
Tira de nostalgia y habla de cuando en Santa Cruz había hasta 120 carritos; hoy apenas quedan una treintena.
«Antes, querías una revista o un caramelo y venías al kiosco. Hoy lo tienes todo en cualquier parte. Antes, el principal enemigo era el vendedor de periódico que iba por la calle; hoy, es internet, los móviles, los chinos, los 24 horas, las gasolineras...».
Un oficio en riesgo
Secretario de la asociación de kiosqueros de la capital, no es optimista con el futuro del sector, que pasaría —según la normativa que prepara el Ayuntamiento— por permitir servir café de cápsula o gestionar paquetería.
Con varias cafeterías en su entorno, el Kiosco Moreno explora ya recoger paquetes que luego retiran los vecinos. «Es poco beneficio, pero algo suma».
El kiosco como confesionario
Para Pedro, un kiosco no es solo un punto de venta. «Es un pequeño confesionario. Muchas personas mayores vienen y te cuentan sus cosas. Enfermedades, soledad, problemas familiares. A veces, porque nadie más los escucha».
Recuerda a un cliente habitual que murió por una enfermedad pulmonar. «Lo vi venir con el oxígeno y su andador hasta el final. Luego, su mujer también enfermó. Son historias que te dejan huella».
Pandemia y resistencia
Durante la pandemia, no cerró. «Venía todos los días. Vendía poco, pero lo justo. No gastaba. Cerraba al mediodía y tenía la tarde libre, todo un lujo en este oficio».
Habitualmente abría a las seis de la mañana y cerraba a las nueve de la noche; ahora lo hace a las siete de la tarde.
Carnaval, la gran cita
Los días de mayor venta siempre fueron durante el Carnaval y la Cabalgata de Reyes.
«Abría el viernes de Cabalgata anunciadora a las seis y no cerraba hasta el martes de Carnaval. Contrataba a un matrimonio que me ayudaba, porque en esta zona prima el Carnaval de noche. Vendíamos refrescos, chucherías y hasta perritos calientes, aunque no se podía».
El kiosco en tiempos difíciles
La crisis de 2008 apenas la notó. «Creo que el kiosco resiste mejor en los tiempos malos. Cuando la gente tiene menos dinero, busca cosas pequeñas: un caramelo, un cigarro suelto. Vendíamos cigarros sueltos, sí, aunque era un autoengaño: quien compraba uno, a los diez minutos volvía por otro».
Tras la pandemia, notó algo curioso. «El primer año la gente era más educada. Hacían fila, esperaban su turno, nadie se empujaba. Pero duró poco. Después, todo volvió a ser como antes».
Memoria viva de Santa Cruz
El Kiosco Moreno abre cada día con la vocación de atender a su cliente, como parte de la historia viva de Santa Cruz y su gente.
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