El cronista de la capital
El agua en Santa Cruz: Los Lavaderos y la Casa de Baños (VIII)

Casa de Baños y Álmacen de Efectos Navales, en una imagen de 1893. | EL DÍA
Durante los primeros siglos de la Villa de Santa Cruz, las vecinas que no disponían de pozos o aljibes en sus casas -que eran la mayoría- tenían que ir a lavar la ropa a los barrancos, donde estancaban el agua y colocaban piedras en forma inclinada para frotar la ropa con jabón azul (Lagarto), aclarándola luego con añil.
Como en los veranos el agua no solía correr por los barrancos, el Ayuntamiento de Santa Cruz permitía a las lavanderas que utilizaran una dula de agua en el barranco del Bufadero, desde las cuatro de la tarde del sábado hasta la misma hora del lunes.
La costumbre de lavar la ropa en los barrancos sería una práctica habitual hasta que el Ayuntamiento acordó la edificación de un lavadero público.

El agua en Santa Cruz: Los Lavaderos y la Casa de Baños (VIII)
Los Lavaderos
El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife creó en 1835 una comisión, denominada Junta del Agua, para que se encargara de la construcción de un lavadero público en la ciudad, la cual consideró que el mejor lugar era junto al barranco de Almeida, por donde llegaban las atarjeas que traían el agua del Monte Aguirre. Para su construcción le solicitaron al Gobernador Civil que les proporcionara la mitad del impuesto que obtenía sobre vinos y licores.
La escritura pública de compraventa del solar se firmó el 4 de abril de 1839, comenzando las obras comenzaron de inmediato, de manera que el Ayuntamiento lo abría a la ciudadanía en marzo de 1842. El inmueble de planta cuadrada, conformado por cuatro crujías, poseía 60 piedras de lavar adosadas a la pared, 15 por crujía. Las citadas piedras de lavar eran de losa chasnera, con borde biselado y hendiduras transversales. En el patio interior del edificio se construyó un depósito permanente de agua, cuyo techo se aprovecharía para instalar el tendedero.
El Ayuntamiento aprobaría el reglamento para su uso y la tarifa de precios, pues cada lavandera tenía que abonar cuatro cuartos por utilizar la pila, cantidad en la que estaba incluida el agua que utilizaban. Como algunas de estas mujeres se encargaban de lavar la ropa de los barcos surtos en el Puerto, a los cónsules extranjeros se les entregó copia de la citada tarifa para evitar que le cobraran precios abusivos.
Con el fin de engrosar los escasos ingresos municipales, el Ayuntamiento optaría por arrendarlo a particulares, dedicando las rentas a mejorar y reparar las atarjeas que traían el agua y pagar al Médico y al Maestro de primeras letras.
El lavadero sería clausurado a principios del siglo XX, debido a las restricciones de agua y la falta de mantenimiento e higiene, pasando a utilizarse para fines tan dispares como almacén, cuadra de sementales, cocinas económicas, etc.
Algunas de las lavanderas tuvieron que retornar a las charcas del barranco, aunque ya muchas viviendas de la ciudad estaban dotadas de agua corriente, procedente del depósito situado en el barrio Salamanca.
Los lavaderos constituyeron un gran vestigio etnográfico al ser el mentidero de la ciudad, pues las mujeres que acudían a lavar la ropa solían manifestarse con total libertad transmitiendo las noticias, cotilleos y chismes que ocurrían en el vecindario, a la vez que fumaban, cantaban o contaban chistes verdes.
Barrio de Los Lavaderos
A la sombra de esta popular y concurrida instalación, situada detrás del Hotel Mencey, entre la Rambla y el barranco de Almeyda, fue creciendo un nuevo barrio de viviendas unifamiliares bajo el denominador común de la autoconstrucción, denominado Los Lavaderos. Hoy lo habitan unas 300 personas, la mayoría descendientes de aquellos que en 1931 llegaron a la capital en busca de un puesto de trabajo en los trabajos de ampliación del Puerto. En su plaza se levanta un precioso monumento dedicado a las lavanderas.
Aprovechando parte de las instalaciones del citado inmueble que estaban en desuso, al barrio se le dotó de una escuela unitaria, que hoy conforman la capilla y el salón social.
El edificio, de propiedad municipal, se encuentra en buen estado de conservación y conforma un ejemplo de arquitectura industrial, única en Canarias. En 1982, la Asociación Canaria de Amigos del Arte lo reconvirtió en centro cultural y sala de exposiciones Los Lavaderos, conservando parte de su configuración original.
Casa de baños Las Delicias
En el lado izquierdo de la calle por la que se entraba y se salía del puerto de Santa Cruz –El Boquete-, y adosada al triple arco de entrada a la Alameda de la Marina se encontraba una pequeña edificación que albergaba las oficinas del Fielato y la Celaduría de Puerto Franco, encargada de inspeccionar las mercancías.
Muy cerca, el comerciante y consignatario sevillano José Ruiz de Arteaga levantó, en 1867, un edificio de dos plantas que llegaría a constituir una novedad en la arquitectura insular al tener su cimentación sobre columnas de hierro fundido sumergidas en la mar. Las paredes eran de ladrillo cocido y la techumbre tenía forma de azotea.
En el citado edificio, según los planos del delineante de Obras Públicas José Tarquis de Soria se encontraban la Casa de Baños Las Delicias y los Almacenes de Efectos Navales de Ruiz Arteaga.
La Casa de Baños Las Delicias estaba instalada en la planta situada por debajo de la rasante de la calle y contaba con una hermosa galería que daba a la playa de la Alameda. Era única en su género en el Archipiélago xanario, pues representaba un lujo inusitado para esta época, ya que poseía comodidad y un esmerado aseo. Estaba dotada de 27 compartimentos destinados a baños de tina y baños de mar. Los de tina tenían bañeras de mármol, con llaves para agua fría y caliente, a fin de que los usuarios regularan la temperatura a su voluntad. En 1881, el precio de los baños era de una peseta. Después de estar funcionando 70 años, sería demolida el 7 de agosto de 1936, al considerarla «un peligro para la salud pública». El Ayuntamiento indemnizó a los herederos con 90.000 pesetas.
Los Almacenes de Efectos Navales de Ruiz Arteaga, situados en la planta superior del edificio, al nivel de la calle, era un comercio que prestaba un gran servicio a la navegación, pues en ellos se podía encontrar todo lo necesario para aparejar y reparar un barco. n
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