Joyas del Patrimonio | Los BIC de la capital (XXXIII)
Molino de Cuevas Blancas
Declarado Bien de Interés Cultural en la categoría de
Sitio Histórico por Decreto de 18 de diciembre de 2007
José Manuel Ledesma Alonso
El Molino de Cuevas Blancas, que se encuentra cerca de la rotonda que une la carretera general del Sur con el barrio de Santa María del Mar, está situado en medio de un solar, propiedad de una empresa de materiales de construcción, por lo que el acceso al mismo es completamente imposible.
El Molino mantendría su actividad hasta 1946, conservándose en perfectas condiciones gracias al cuidado que le dedicaron sus propietarios. Desde que fue restaurado en 1974, el edificio se ha ido deteriorando y en la actualidad solo conserva gran parte de su estructura primitiva, la cubierta y el timón.
Construido con gruesos muros de mampostería, formados por bloques basálticos irregulares, pequeñas piedras y mortero de tierra, cal y arena, tiene forma troncocónica, de 10 metros de altura y 4 de diámetro, rematado por una cubierta cónica, separada del resto por un mecanismo de giro a base de collares de madera.
A través de dicho remate, por un lado del molino sobresalía el eje principal, que sostenía las cuatro aspas rectangulares, forradas de tela para que el viento las impulsara, y en el extremo opuesto había un palo, denominando timón, que servía para orientar las aspas en diferentes direcciones, según el lugar de donde soplara el viento.
El Molino pertenece al tipo de molinos de viento mediterráneos, caracterizados por tener cuatro aspas rectangulares compuestas cada una por una vara central, dos laterales paralelas a aquélla, ocho travesaños y velas rectangulares.
Interior del Molino
El interior del molino se dividía en tres plantas, con puertas de acceso en la planta baja y en la primera.
La planta baja, situada al nivel del terreno, servía para almacenar el grano y de dormitorio del molinero. La estructura de la habitación era circular, con gruesas vigas en el techo.
A la primera planta se accedía por una escalera de piedra, de un metro de ancho, adaptada a la forma troncocónica del molino. En ella se limpiaba el grano, se guardaban los útiles de la molienda y los clientes esperaban la salida del gofio, que ellos mismos recogían en la boca de la tolva.
El Molino mantendría su actividad hasta 1946, conservándose en perfectas condiciones gracias a sus propietarios
En la segunda planta se encontraba la maquinaria de trituración o molturación, a la que se accedía por una escalera de madera. Aquí se encontraba el corazón del molino, pues un rotor movido por las aspas engranaba con una rueda horizontal que era la encargada de transmitir el movimiento del eje de las aspas a otro vertical que hacía girar la volandera o muelas. La unión entre el eje y la rueda dentada principal estaba formada por engarces y acoples, sin tornillos ni clavos. La carcasa que cubría la piedra de moler era de madera.
Para obtener el gofio, el molinero introducía el grano (trigo, millo, cebada o garbanzos) en una caja de madera, el cual iba cayendo poco a poco porque los dientes de la rueda principal rozaban con la cuerda que ataba la espoleta que se encontraba al final de la citada caja.
El gofio
La historia de los molinos de viento que formaban parte de nuestro paisaje está intrínsicamente ligada a la cultura del cereal. Hoy conforman una de las pocas señas de identidad que se conservan de nuestros antepasados.
Siempre fueron un tema recurrente para los cronistas, viajeros, etnógrafos y arqueólogos a la hora de describir los usos y costumbres de los canarios.
En 1924, Miguel de Unamuno escribe durante su destierro: «El gofio es la principal base de la alimentación del pueblo canario, pues la gente pobre de estas islas vive del gofio, las papas y el pescado seco. En estas Islas Canarias se llama gofio a la harina de trigo, de millo o de cebada, cuyos granos fueron tostados previamente y fueron molidos en uno de estos molinos de viento que nos recuerdan a los gigantes contra los que peleó Don Quijote».
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