Vivió sin amo y sin patrón, fiel a sus ideales independentistas. Así recuerda Edey a su padre, que trabajó dos años en la Guinea española para luego recorrer el mundo en los ‘barcos piratas’. Su casa en Valle Crispín olía a salitre con los utensilios de navegación que almacenaba en su particular museo.

Juan Antonio Fernández Armas fue un luchador nato, enamorado de su Canarias de la que no solo enarbolaba la bandera de la independencia de su amigo Antonio Cubillo, sino que su sentimiento lo llevaba hasta las últimas consecuencias al consumir solo productos de la tierra. Plantó cara a la vida, hasta superar un cáncer de colon y una veintena de infartos, como el que sufrió la mañana del lunes.

Nacido el 26 de marzo de 1947, Juan Armas, como muchos lo llamaban, tenía a gala ser el último cambuyonero de Tenerife, «un hombre que vivió su vida como quiso», precisa su hijo Edey. Su espíritu combativo delataba que amaba su tierra con pasión, como evidenció en octubre pasado en un reportaje de EL DÍA sobre la demanda de transporte público para Valle Crispín, en la parte alta de María Jiménez, así como la petición de que el Ayuntamiento costee el enganche de la red de alcantarillado a la red instalada por elCabildo. Falleció sin ver cumplidas estas aspiraciones.

Entre las muestras de condolencia por su fallecimiento, un mecánico que diseña motores que se construyen en China compartía al hijo de Juan Armas su agradecimiento por cuánto lo ayudó a poner en marcha su taller, pues le vendió unas cuchillas que procedían de un barco quemado en el puerto tinerfeño que costaban 2.000 pesetas por veinte duros.

Juan Armas almacenaba, en su vivienda de Valle Crispín, tesoros como el timón y el ancla del Junquito, el barco que ametralló El Polisario, a los que se suman hélices, propelas, campanas... En la visita del pasado octubre, el último cambuyonero, hijo de madre nacida en San Sebastián de La Gomera y su padre procedente de Lanzarote, mostraba la rueda de timón de un barco fabricado en Japón incautado porque se dedicaba al tráfico de cocaína y condenado al desguace. En su vida llegó a vender más de 70 timones y llegó a tener 40 sextantes y una quincena de bitácoras. Recibió hasta pedidos desde Inglaterra para reparar hélices.

Juan Armas –uno de seis hermanos– se crió en la calle de San Juan Bautista, en el barrio de El Toscal, y cursó sus primeras letras en el colegio Onésimo Redondo. Desde pequeño estuvo en contacto con el puerto donde su padre trabajó como estibador, en la carga y descarga. Con humor, recordaba cuándo con 16 y 17 años iba a vender a los barcos llegados los puerto chicharrero y los visitantes le tiraban monedas, para luego embarcarse en la Fragata Pizarro y prestar servicio en la Guinea española, de donde regresó en 1969, para trabajar tres años después con barcos rusos. En su aventura por el mundo en ‘barcos piratas’, aseguró haber sorteado dos naufragios, uno en Groenlandia en un barco de bandera de Dinamarca y otro rumbo a la República de Togo, donde iba en un barco alemán. Era un aventurero de la vida que hasta navegó entre tiburones en una corbeta nigeriana entre vientos monzones.

El cambio portuario en Santa Cruz de Tenerife supuso el cierre de su actividad, lo que no impidió que continuara buscándose la vida en otros destinos hasta el último día como cambuyonero de vocación y profesión.