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BARRIO A BARRIO | Anaga

‘Polo’, el guardián de la Hacienda de Las Palmas de Anaga

Hipólito González, el único vecino que reside fijo en El Draguillo, heredó de sus padres el cuidado de la hacienda

Polo González, el vecino que custodia la ermita. Carsten W. Lauritsen

Acuerdo institucional del Cabildo para salvar la Hacienda de Las Palmas de Anaga

Acuerdo institucional del Cabildo para salvar la Hacienda de Las Palmas de Anaga Carsten W. Lauritsen

Desde Benijo, en Anaga, se accede por una pista de tierra al asentamiento El Draguillo, donde se acaba la carretera. Para llegar a la Hacienda de Las Palmas de Anaga es cuestión de sortear un sendero que sortea pendientes, lo angosto del camino y restos de un antiguo desprendimiento.

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Ermita de San Gonzalo, en Las Palmas de Anaga Carsten W. Lauritsen

La escarpada orografía del Macizo de Anaga se ha convertido en el mejor cómplice para custodiar la Hacienda de Las Palmas de Anaga, declarada BIC en 2014. Antes, incluso, de que este paraíso de Santa Cruz de Tenerife gozara de la consideración de Reserva de la Biosfera o tuviera consideración de Parque Rural, ya Hipólito González Sosa y su familia vivían en El Draguillo y custodiaban la Hacienda de Las Palmas de Anaga.

Su padre, al que todos llaman Juan aunque en realidad lleva por nombre Florentín Jesús, se encargaba de custodiar esta ermita, que incluye también una casona y terrenos, una ocupación que Hipólito –más conocido como Polo– ha continuado con el paso del tiempo. Nacido en 1976 es uno de tres hermanos. Antes alternaba entre la construcción y la labor que desarrolla allí, hasta que la crisis laboral le pasó factura y se centró en el cultivo de un pedazo próximo a la ermita, en Las Palmas de Anaga. «Ahí planto desde papas, ajos, bubangueras, calabacera, habichuelas... todo lo que hace falta en una casa».

Pasando por una de las zonas más angostas del sendero, donde hace años hubo un desprendimiento, Polo se vira con soltura y señala a la parte alta, donde su padre también cuidaba viñas.

En El Draguillo llegaron a vivir veinticinco personas pertenecientes a cinco o seis familias, pero todos se fueron porque tenía el trabajo en Santa Cruz o La Laguna y algunos regresan los fines de semana, cuenta Polo durante el trayecto desde la entrada al caserío hasta la Hacienda de Las Palmas de Anaga, un recorrido que él asegura que hace en menos de una hora. «Solo en subir de la ermita a La Cruz, 25 minutos», y eso es casi la mitad del trayecto. A diferencia, el visitante sortea tramos entre resuellos y triplica la marca de Polo.

Ni este guía de excepción, nacido, criado y ensolerado en El Draguillo, sabe de dónde viene el nombre de Las Palmas de Anaga. «Supongo que será por unas palmeras que había, y todavía quedan, allí». Pero le resta mella.

Soltero y sin hijos, Polo recuerda que las casas de El Draguillo solo cuentan con agua; la luz, a través de placas solares o con un motorcito, dice con una sonrisa pícara, para reconocer que la cobertura telefónica también es otra de las asignaturas pendientes. «Aquí solo funciona Vodafone y muchas veces tengo que salir de mi casa para coger cobertura». Y, encima, nunca le gustó conducir y por eso no tiene carné para poder pilotar un coche, a pesar incluso de que cuando había trabajado en la construcción se iba hasta el Sur, pero entonces aprovechaba y se quedaba en casa de una hermana, explica.

Polo tiene el teléfono de la propiedad y todos lo llaman a él cuando quieren ir a visitar la ermita, un trayecto que guía acostumbrado ya, mientras el visitante queda fascinado con la playa de El Draguillo, también conocida como El Rempujón, o la propia hacienda. Tesoros de Anaga. 

«Vine de Francia para caminar Tenerife, he visto Anaga y me falta el Teide»

Antes de llegar a La Cruz, un mirador idílico que deja El Draguillo a la izquierda y los roques de Fuera y de Mar a la derecha, que parecen vigilar desde la costa la Hacienda de Las Palmas de Anaga, llega Marie, una ciudadana francesa que realiza el recorrido del sendero circular desde Chamorga. «Llevo una hora y media y me han dicho que en total se tarda más de cinco».

Recaló en Tenerife porque hace más de un mes que llegó a la Isla su padre y le recomendó que viniera a Tenerife «porque es una maravilla; además, también tengo una amiga que conocí en Madrid y que es de aquí».

Amante de la naturaleza, vino a patear Tenerife, donde lleva dos semanas y le quedan tres días. «Ya me he recorrido Anaga; esta ruta quizá es la más dura que hago», explica. «Me falta el Teide», advierte, para reconocer que días atrás ha estado cerrado el Teleférico; una cita que quizá afronte ante de su regreso, para seguir en su Francia natal con las campañas contra pesticidas.

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