Los vecinos de esta zona próxima al parque de Las Indias salen cada medianoche del 24 de diciembre a la calle al encuentro de tan ilustre visitante, que inicia su recorrido en la ‘casa adornada’.
El barrio del Perú es el particular Laponia del Papá Noel chicharrero que cada medianoche del 24 de diciembre recorre las cuatro calles de este núcleo próximo al parque de Las Indias, gracias a los desvelos de Jesús Manuel Lemes Jorge, nacido, criado y ensolerado en la calle Segunda –oficialmente Rafael Arocha– y que es fácil de identificar cada Navidad porque es el morador de la casa adornada.
En su caso, primero fue Papá Noel y, cuando tuvo conocimiento que aterrizaba en la azotea de su casa, comenzó a decorarla; siempre con alegorías diferentes pero fiel a la tradición navideña, hasta el punto que un vecino acudió el 1 de diciembre con su hijo, recién llegado de la Península, para ver los adornos y se encontró con que todavía no estaba instalada, un retraso motivado por la colocación de una isla gigante de La Palma, elaborada con 800 corazoncitos, tantos como bombillas, y a los que acompañó con otros tantos que llevan el nombre de cada isla. Es la casa adornada del barrio del Perú que Papá Noel toma de referencia cada 24 de diciembre por la noche para aterrizar.
Los mayores del lugar recuerdan que hace cuarenta años que Santa Claus inicia ahí su recorrido por el barrio. El origen no fue premeditado. Un grupo de amigos se reunían y Jesús y otro compañero decidieron vestirse –que no disfrazarse– de Papá Noel, unos trajes que alquilaron en la recordada tienda de trajes de fiestas que regentó doña Hermógenes Giraldo, en el barrio Salamanca, y hasta compraban algunos cachivaches que repartían entre las casas que elegían visitar en diferentes zonas porque pensaban que tenían menos recursos.
Pasó el tiempo, las costumbres, los compromisos personales... y Jesús Manuel Lemes decidió mantener la condición de anfitrión, incluso desestimando más de una invitación de realizar el recorrido con Papá Noel en colaboración de alguna firma comercial, precisamente para evitar que alguien le pidiera como contrapartida corresponder a la publicidad.
Cada noche, el Santa Claus del barrio del Perú primero cumplimenta los compromisos personales con la tradicional cena de Navidad, antes de salir con dos pajes que le ayudan a entregar los regalos que reparte entre los más pequeños del barrio; el colaboración con alguno de sus hermanos, luego sobrinos y en la actualidad sobrino-nietos. En su casa todos saben que Santa Claus deja su trineo en la azotea para visitar luego el barrio. De hecho, es tan previsor que antes de llegar cada año les dirige una carta para pedirles ayuda y lo acompañen como pajes.
Cuida tanto los detalles que cuando escuchó a un pequeño de su familia decirle que olía igual que Santa Claus –una conversación que había surgido en el colegio– cambió su colonia, y hasta ha incorporado el ambientador de mazapán o de canela que distinguen el fondo de armario de una cuidada vestimenta, de terciopelo y con capa incluida, a la que no falta detalle y que en los últimos años también ha tenido que adaptar al distanciamiento social que impone el covid, además de las mascarillas. O suprimir el brindis que se hacía en el encendido de la fachada navideña.
Desde comienzos de diciembre hasta el siete de enero Jesús adorna su fachada en tributo a La Palma
Es Papá Noel de los pies a la cabeza, que impone con sus 1,85 metros de alto. Solo pide colaboración cuando se le resiste la chaqueta, en un ritual que interioriza, algo que no podría hacer con los Reyes Magos, que son tres. Eso no impide que haga en su casa el Belén. La vivienda de sus abuelos y la de sus padres –en la que residen–, estaban pegadas y se conectaban por el sótano, el lugar que utilizaba para huir las regañinas, sortear que llegaba tarde al hogar o tirar tierra al suelo para montar su particular portal.
La crisis sanitaria también ha obligado a alterar la cita que durante años se llevó a cabo en el recibidor de la casa de una vecina de Las Indias, que le instalaba un trono para que descansara Papá Noel y pudieran repartir regalos a los niños del barrios; de lo contrario, hacer el recorrido puerta a puerta supondría más de cinco horas y con las sacas a cuestas. Ningún pequeño se ha ido con las manos vacías cuando se lo ha encontrado sin contar con la complicidad de los mayores, por lo que les regala una bola de cuantas prepara, bolsitas de caramelos, paquetes de galletas navideñas, tarjetas y, para los que lo saludan por primera vez, un pergamino para recordar el acontecimiento. Todo gratis.
A la pregunta de por qué adoptar la tradición de Papá Noel, plantea una reflexión: «criticamos lo que viene de fuera pero nos lo quedamos si es bueno», para recordar cuando en colaboración de los desaparecidos almacenes MercaComún ayudó a los Reyes Magos y partió del Aeropuerto de Los Rodeos, para seguir en camello por la carretera a La Verdellada».
Entre las emociones destaca cuando los padres llevan a sus hijos, como un día hicieron con ellos
Alterando el tango de Carlos Gardel, cuarenta años dan para mucho, como la emoción que siente cuando un joven se acerca con su retoño para presentárselo y decirle que hace lo mismo que hicieron sus padres con él; o cuando ve cómo nada más salir, siempre después de la medianoche, ya hay vecinos que lo esperan por fuera de sus casas, o en la esquina de la farmacia de la esquina del barrio. Deja otra reflexión: la complicidad de la madre o el abuelo que se adelanta a dejar varios encargos para un pequeño frente a otros que no se van de vacío porque Santa Claus está en todo.
Después de 40 años en el oficio, los vecinos hacen sus cábalas, pero nadie va más allá de que Papá Noel llega a la casa adornada, con el deseo de que tal vez las viviendas colindantes algún día coloquen también alguna guirnalda aunque no sean tan pretenciosas.
Jesús Manuel Lemes, a quien todos conocen familiarmente como Susi, es el tercero de seis hermanos –dos de ellos ya fallecidos–. Su padre trabajó desde niño en la Compañía Cervecera de Canarias, quien recibió uno de los mayores disgustos cuando le comunicaron su jubilación, mientras que su madre desarrolló su labor con una señora inglesa con domicilio en Enrique Wolfson hasta que se casó.
Para este jubilado de Iberia, 2021 fue el primer año que hizo su árbol de Navidad en casa desde que falleció su padre hace poco más de dos décadas porque su madre –que murió hace tres– le pidió continuara adornando la fachada pero no el interior.
Este año se le resistió el recorrer el barrio con un coche descapotable de alquiler, pero no lo descarta para futuras visitas, pero como muy pronto eso ya será para la medianoche del próximo 24 de diciembre, cuando volverá a visitar el barrio del Perú con su campana y su ristra de luces que acercan a todos la Navidad con sabor, y olor, de mazapán.