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Crónica

La arquitectura del hierro en Santa Cruz de Tenerife

Mercado de Hierro de La Abejera.

La primera vez que se utilizó el hierro en Santa Cruz de Tenerife fue en 1868, cuando la Junta de Comercio trajo de Inglaterra las piezas prefabricadas para instalar un tinglado en el muelle con el fin de resguardar las mercancías. Dicho tinglado se lo arrendaría en 1901 a la Sociedad del Tranvía de Tenerife para que fuera utilizado como Estación Terminal en la línea Santa Cruz-Laguna.

El pionero en la introducción del hierro en la isla fue el acaudalado hombre de negocios José Ruiz Arteaga, representante de la fundición San Antonio, propiedad de Pérez Hermanos en Sevilla, el cual lograría que el uso de piezas de hierro prefabricadas fuera habitual en la construcción, tanto en las estructuras de los edificios (columnas, cerchas, vigas) como en su vertiente decorativa.

En 1868, Ruiz Arteaga construiría un edificio en la entrada del puerto levantado sobre columnas de hierro fundido sumergidas en la mar, donde emplazaría los almacenes de efectos navales y la casa de baños Las Delicias, y en 1893 incorporaría un mirador de hierro y cristal en el balcón principal de su casa de la calle Castillo, modelo que la Sociedad de Edificaciones Urbanas comenzaría a instalar en las viviendas que estaba construyendo en la calle Méndez Núñez, de los que aún quedan varios ejemplares en la ciudad.

En 1904, el arquitecto municipal Antonio Pintor y Ocete, representante de la fundición Juan Miró, de Sevilla, sustituyó el tradicional terrado de barro y paja sobre vigas de madera del techo del Salón de Plenos del Ayuntamiento capitalino por una bóveda sobre vigas de hierro, rellenas con mortero de cemento Portland.

También, con piezas estéticas prefabricadas de hierro, realizó la arcada del patio principal de la Residencia de los Padres Claretianos, en la calle San Lucas 43, en la que las finas albanegas caladas logran un claustro de gran belleza. De la misma manera que colocó en la ciudad un novedoso mobiliario urbano, como el Kiosco con marquesina para la venta de entradas, situado en la calle Imeldo Serís, por fuera del Teatro Guimerá, o el Kiosco de necesidad de pago (urinario), con servicio para señoras y caballeros, situado frente a la Alameda del muelle, etc.

Puente de El Cabo

El primer puente realizado en Santa Cruz en el siglo XVI para facilitar el tránsito de personas hacia el camino de San Sebastián, por el que se accedía a La Laguna, construido de madera muy cerca de la desembocadura del barranco Santos, sería destruido a lo largo de los siglos por las avenidas periódicas del barranco, teniendo que reconstruirlo, una y otra vez, con la ayuda del Cabildo y las aportaciones del vecindario.

En el temporal de 1826 se le hicieron tres pilares de piedra y cal, reforzados en las esquinas con sillería, entrelazándolos con grandes troncos de pino que se trajeron de los montes de Vilaflor.

Después de las lluvias torrenciales ocurridas en 1879, el arquitecto municipal Manuel de Cámara y Cruz trató de construirlo con un solo apoyo, configurando dos tramos con troncos de pino de 11 m. Este renovador sistema le enfrentaría con la Corporación, por lo que presentó su dimisión. Las obras, finalizadas por el arquitecto provincial Manuel de Oraá, lo volvería a dejar en estado ruinoso en 1892.

Sería entonces cuando el nuevo arquitecto municipal, Antonio Pintor y Ocete, propondría la construcción de un puente de hierro, encargando las piezas a Barcelona. Su coste ascendió a 25.000 pesetas, incluidas dos farolas de fundición, traídas de una fábrica de Sevilla.

El puente, inaugurado en septiembre de 1893, tenía una base central de sillería basáltica y dos vanos laterales de 12 metros cada uno. El tablero estaba formado por perfiles y pletinas laminadas de acero, unidas con roblones y tornillos. El pavimento original era de adoquines, aunque posteriormente fueron cubiertos con aglomerado asfáltico.

La nueva construcción resistió el embate de los temporales de 1899 y 1922, aunque se inundarían la iglesia y varias viviendas de la zona. Sin embargo, en el aluvión del día 1 de febrero de 2010, las aguas arrastraron hasta el mar sus barandas de hierro forjado, dejándolo en estado ruinoso.

Entonces, el Cabildo y el Ayuntamiento se plantearon múltiples soluciones, incluso su desaparición, sin considerar que este Patrimonio Histórico estaba catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC).

Después de las obras finalizadas en 2015, el puente de ha recuperado la estructura original, al enhebrarle dos nuevas vigas metálicas en el interior de las celosías. Con el fin conseguir mejorar la capacidad de desagüe del barranco, hubo que eliminar la base central sobre la que se asentaba, duplicando su capacidad de caudal y evitando el riesgo de desbordamiento. Como pavimento se le ha puesto una entablonada de madera.

Mercado de Hierro

Como la Recova Vieja, inaugurada el 25 de julio de 1851, se había quedado pequeña, y muchos puestos de venta se vieron obligados a instalarse al aire libre, tanto en la plaza Isla de la Madera como en las calles aledañas, en 1897 el arquitecto municipal Antonio Pintor y Ocete optó por traer de Londres piezas de hierro prefabricadas para construir una estructura metálica en la citada plaza, siendo abierta al público el 1 de septiembre de 1898. De su montaje se encargó el técnico alemán Luis Braun, quién diez años antes había llegado a Santa Cruz para montar la grúa Titán, con la que se realizaron las obras del muelle Sur.

La estructura del edificio se asentaba sobre un zócalo de cantería, que a su vez servía de base al lienzo de pared sobre el que se colocaron las lamas y cubiertas de metal. En los espacios interiores predominaba el hierro en los cercados y en los elementos sustentantes. Al dotarla de persianas de hierro en su lado Norte y en el techo, el argot popular la denominara La Abejera.

Al principio fue dedicada a la venta de pescado, pues su apertura coincidió con el derribo de la antigua pescadería que se encontraba en la entrada al Muelle. Este elemento patrimonial urbano sería desmantelado en 1947, siendo arquitecto municipal Enrique Rumeu de Armas, al haberse inaugurado el mercado Nuestra Señora de África que vendría a sustituir a la vieja recova.

Al no encontrarle utilidad, sus piezas fueron guardadas en los almacenes municipales, hasta que en 2014 fue montada en la barriada García Escámez, recuperando de esta manera su función de mercado de abastos para la que había sido concebida.

En la rehabilitación llevada a cabo, realizada desde una propuesta conservacionista, se procuró perpetuar la esencia ideada por Antonio Pintor, de manera que no ha habido grandes cambios espaciales ni de diseño. Por tanto, el Mercado de La Abejera continua siendo de una sola nave de 407 metros cuadrados, de planta rectangular, con diferentes accesos ubicados en los cuatro cerramientos, centrándose la entrada principal en el eje longitudinal mayor.

En ella, 144 metros cuadrados están destinados a ubicar los 13 puestos de venta que se encuentran en los laterales, mientras que en el centro se halla la cafetería, cuya barra era el banco de mampostería que se construyó para la venta del pescado.

En 1913, la Junta de Obras del Puerto encargó al arquitecto municipal Antonio Pintor y Ocete el proyecto de un desembarcadero de viajeros para colocarlo en la parte baja de la segunda alineación del muelle Sur, en sustitución del que llamaban Los Platillos. El arquitecto, siguiendo el modelo de las estaciones de ferrocarril francesas, utilizaría el hierro como una técnica novedosa en la arquitectura, transfiriendo al puerto de Santa Cruz de Tenerife la Galería de las Máquinas de la Exposición Universal de París de 1889, a escala reducida.

La obra, realizada en Sevilla, en los talleres de Juan Miró y Casev, de la que Antonio Pintor era su representante en la Provincia, hoy constituye una de las muestras más significativas de la época en la arquitectura del hierro en nuestra capital.

Desembarcadero

De diseño sencillo, consta de una cubierta a cuatro aguas, sustentada por ocho finas columnas de hierro fundido en moldes –cuatro a cada lado- que además cumplen la función ornamental.

El entablamento del techo está adornado con una crestería de flores de lis, hechas también de hierro, encumbrándose en su parte delantera central a modo de frontón. La parte alta de cada pilar está decorada con adornos en vuelo, imitando una zapata.

En su pabellón, Santa Cruz daba la bienvenida a cuantos llegaban por los caminos de la mar, a la vez que despedía con añoranza a todos aquellos que machaban a otras latitudes en busca de mejor fortuna. Para el embarque y desembarque de pasajeros contaba con una doble escalera de ocho peldaños de sillería, donde las falúas y botes de servicio portuario atendían el intenso tráfico con los barcos fondeados frente a las costas de Valleseco.

Era un lugar peligroso y pintoresco, pues los pasajeros después de haber saltado hasta las escalinatas y recoger el equipaje que una gabarra había depositado en tierra, eran registrados por el celador de Puertos Francos, formando un bochornoso espectáculo ante los curiosos que allí se agolpaban.

Como estaba situado en el corazón de las actividades portuarias, durante muchos años fue el centro de reunión de las personas relacionadas con el muelle; es decir, cambulloneros, guachimanes portuarios –guarda muelles–, obreros de la carga blanca, llamados así para distinguirlos de los del carbón... El lugar era tan acogedor, que muchos visitantes ilustres lo expresan en sus relatos, dejando de esta manera su huella literaria e histórica.

La Marquesina ocupa este nuevo emplazamiento desde el año 2000, al haber quedado enterrada la primera alineación del muelle Sur –donde estaba instalada– por las obras de relleno que se hicieron para obtener una plataforma de 12.000 metros cuadrados, destinado a zonas de movimiento de pasajeros de las navieras Armas y Fred Olsen.

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