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Barrio a barrio | San Andrés

Vecinos de San Andrés reponen cruces en Traslarena para reivindicar su cementerio

La Asociación El Pescador afronta la mejora del camposanto del pueblo que se cerró en 1964, mientras espera el vallado perimetral, la instalación de luz y rehabilitar la capilla

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Reposición de cruces en el cementerio de San Andrés, en Santa Cruz de Tenerife.

Después de no pocos contratiempos, la asociación de vecinos El Pescador desarrolló desde primera hora de ayer la tercera campaña de reposición de cruces y mejora de tumbas en el cementerio de Traslarena, como así se denominaba la playa de Las Teresitas cuando aún no tenía la arena del desierto, explica Marcos Cova, del colectivo promotor de la iniciativa. En enero de 2019 se colocaron 18 cruces, mientras que el 21 de septiembre de 2019 se procedió a la restitución de 24 correspondientes a niños y 26 de adultas, y ayer se preveía completar unas cien en total.

Vecinos de San Andrés reponen cruces en Traslarena para reivindicar su cementerio

Esta actividad tiene una doble visión: mimar el camposanto y lanzar un mensaje para que nadie piense que está abandonado ni el pueblo va a permitir su desaparición. Antonio Pérez, uno de los vecinos que participa en la mejora del cementerio, recuerda que el 13 de enero de 1976 las palas comenzaron a demoler los muros del camposanto, lo que provocó que Antonio El Pelado –precisa Cova– corriera para el pueblo y alertara a los residentes de los hechos. «Sobre la marcha se vino la gente para acá y hasta las mujeres acabaron haciendo guardia delante de las máquinas para que no se demoliera el cementerio»; habían transcurrido ya ocho años del último enterramiento, el de Francisco Brito Fernández, más conocido como Paco Machuco. «Aquí todos nos conocemos por motes: a mi abuelo lo llamaban El Churrero, a mi padre El Alemán, porque era pelirrojo y con los ojos azules, y a mí me dicen El Alemanito», cuenta Antonio Pérez, que tiene ocho hermanos.

Mientras recorta unas botellas plásticas de agua de 8 litros para que sirvan de molde para las peanas de las cruces, Antonio explica que en este cementerio tiene a sus tres hermanos que fallecieron poco después de nacer, así como a un bisabuelo y a los abuelos.

«Antes se morían los niños al nacer y no se sabía ni de qué era», añade. «Yo recuerdo ver a madres que daban a luz sobre dos sillas», para recordar que no había guaguas sino dos o tres coches. Antonio tiene su forma de emitir el certificado de residencia de San Andrés: «quien diga que es del pueblo y no se ha hecho una herida en el muellito no es de aquí, porque nuestros madres nos echaban al remolino que había allí».

Tan peculiar como consabido es el emplazamiento del camposanto junto a la playa, «pero estaba antes que Las Teresitas», precisa el grupo de trabajo que se ha dado cita en Traslarena, algunos con más arte y dominio a la hora de amasar una carretilla de cemento y arena para construir las peanas donde se colocarán las cruces de madera que, financiadas por Cetesa, ha construido Santiago Déniz, carpintero y histórico dirigente vecinal de María Jiménez. Precisamente del taller del carpintero llega el presidente de la asociación de vecinos El Pescador, Gabriel Martín, con la maleta cargada de material mientras apenas una docena de residentes secunda la convocatoria para la mejora del camposanto.

Justo al otro extremo del cementerio, junto a la vieja capilla que se construyó en 1930, y que incluso sirvió de cuarto de autopsias en el pasado, se encuentra una señora que brocha en mano adecenta la tumba de su abuela, Gabriela Domínguez Domínguez, que falleció el 28 de diciembre de 1959 cuando tenía 84 años. «Ya estoy llegando a su edad», cuenta para admitir que, como no le gusta venir sola al camposanto, aprovechó que sabía que la asociación iba a reponer las cruces para arreglar el enterramiento de su familiar. «Aquí hay gente de San Andrés y también de María Jiménez», asegura mientras se afana con sombrero, guantes y mascarilla a devolver el blanco nuclear a la tumba de su abuela.

De nuevo Marco Cova actúa de apuntador de la historia. «Esto no es BIC, ¡y menos mal!, porque no podríamos estar aquí», reconoce, lo que no desmerece la solera del lugar. «El cementerio estaba detrás de la iglesia de San Andrés, desde su construcción en 1828, pero con la pandemia de cólera de 1893 se desbordó la capacidad y fue preciso habilitar los enterramientos aquí también en previsión de evitar contagios, y recibieron sepultura unos cuarenta vecinos del pueblo». No pasa por alto el naufragio del 21 de febrero de 1898 del vapor francés Flacha, en la zona de Anosma –cerca de la Punta de Anaga–, que obligó al enterramiento de varios náufragos; de hechos, los vecinos mayores de San Andrés recuerdan la presencia de franceses que pedían las señas del cementerio para rendir tributo a sus fallecidos.

Entre el equipo que ha logrado reunir la asociación de vecinos El Pescador, Esaú, que es uno de los que más y mejor se apañan con el manejo de la azada, porque Juan Francisco evidencia mejor dominio con la cámara de fotos que con el revuelto. Tiene jeito y técnica, solo que echa más por fuera de la carretilla de lo que consigue amasar, aunque lo intenta, mientras Gabriel, el presidente, decidió encargarse de la tramoya.

Desde el murete exterior que se construyó en 1911, pegado a la carretera, se alonga Milagros, que le grita a Cova: «Están buenos para una foto: uno trabajando y cuatro mirando», mientras le pregunta qué pasó con la emisora de radio de la asociación que antes ponía la misma música y ahora se apagó. «Dentro de poco de voy a dar una sorpresa», la emplaza a unos días.

Colaboración vecinal

En ambiente de gran camaradería colaboran los vecinos a reponer cruces y rearmar tumbas que la lluvia y la arena han borrado y de las que apena se conserva en algún caso un pedazo de lápida. «Nos tenían que haber puesto unas cuantas piedras para nosotros ir dando forma y delimitando cada enterramiento», precisa Antonio, para abundar Cova: «Aquí hay más de trescientos enterramientos, imagínate cómo estaba el cementerio cuando nosotros comenzamos a hacer estas obras; quita las cruces nuevas y que están pintadas y te das cuenta...».

Mientras Carmen señala las dos únicas cunas que se mantienen, donde se enterraban a los niños, Marcos muestra el lado más próximo al muro de contención de la carretera donde una placa recuerda que ahí yacen los restos de los pequeños que fallecieron sin haber sido bautizado.

La asociación El Pescador reitera las peticiones que han trasladado al ayuntamiento de cara a proceder al vallado perimetral del recinto, la instalación de la luz y la rehabilitación de la capilla. «Todo eso lo sabe tanto el alcalde como Guillermo Díaz Guerra, el concejal de Servicios Públicos». Aseguran que es necesario garantizar el cerramiento para evitar que se profanen las tumbas, como ocurrió en el pasado, o que se repitan casos de santería, después de advertir que se han encontrado restos de cocos que los relacionan a dicha práctica.

En otro rincón del camposanto, sentada en la tierra de arena, está Irma, la hija de Conchita, para retocar el nombre de su bisabuelo en la lápida, José Hernández Hernández, fallecido el 15 de diciembre de 1961. Toda la semana con sol y precisamente ayer cae un chipichipi que tanto Gabriel como Marco atribuyen a la «enderechada» que dejan los alisios. Refresca, llueve... Irma decide acabar mañana, consciente de ser depositaria de la memoria de su familia, el mismo peso que defiende para el pueblo la asociación El Pescador.

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