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BARRIO A BARRIO | Anaga

Valle Crispín, tan cerca y sin embargo tan lejos

Los 70 vecinos de este núcleo reclaman mejoras en el transporte público y la seguridad vial

El barranco, un problema para engancharse al saneamiento. Carsten W. Lauritsen

En la parte alta de María Jiménez, entre los barrios limítrofes de Santa Cruz centro con el distrito de Anaga, se localiza Valle Crispín, un entorno idílico para disfrutar de la naturaleza donde residente unos setenta vecinos, casi el mismo número que están censados en Valle Brosque. Sin embargo, la diferencia entre uno y otro es que carecen de servicio público de Titsa; la guagua llega a la parte baja de este núcleo, pero no sube porque desde la compañía le han asegurado a los vecinos que no se puede girar para dar la vuelta. Eso a diario, porque los fines de semana ni siquiera hay transporte público.

Varios residentes de la zona, entre los que se encuentran Juan, Josafat y Nati, aseguran que la carencia del transporte público es una de las principales necesidades de la zona, al igual que claman porque la Policía realice al menos un control al mes aunque sea como medida disuasoria. «Los fines de semana aquí es una demi monde que incluso afecta a los bares de la parte baja del pueblo. De hecho, uno de ellos ha cambiado el cartel que tiene a la puerta. Donde antes se leía tenemos calamares, ahora en la pizarra han escrito modere la velocidad (true story)», asegura uno de los vecinos, que precisa que «nuestra idea es coexistir vecinos bares y senderistas, pero el ayuntamiento, con su ostracismo y sus vergonzosas lagunas genera conflictos para luego usar medidas draconianas».

Días atrás cambió el chófer del micro de Titsa y, en vez de subir a Valle Brosque, entró y subió por Valle Crispín. «Él mismo nos dijo que el apartadero que hay arriba está mucho mejor que en la otra zona; no entendemos por qué no han facilitado el transporte público», se lamenta, al tiempo que explican que una pareja le ha tenido que comprar una moto a su hija para facilitar que pueda ir a estudiar a la Universidad de La Laguna. «Imagínate cuando llueva», dicen. El próximo día 29 de octubre una comisión vecinal se reunirá con el concejal de Servicios Públicos para exponerle la situación.

A falta de que se amplíe el servicio de guaguas –tanto en frecuencia como en ampliar la ruta hasta arriba–, los residentes proponen que se contraten taxis compartidos como una situación transitoria. Sobre la cobertura del servicio de guaguas, además de pedir que suba hasta un apartadero que se puede acondicionar como viradero, reclamarán dos viajes más por la mañana y otro por la tarde.

«Ahora mismo hay guaguas –siempre hasta la entrada– a las siete, ocho y nueve de la mañana. Si una persona mayor va al médico tiene que esperar hasta las dos y media para regresar a su vivienda», cuentan, por lo que plantean los taxis compartidos.

La cita con los vecinos se establece por encima de La Charca, una vez superado Dos Barrancos. Aunque es a mediodía, en la hora de conversación el visitante comprueba que no es una exageración cuando los propios residentes aconsejan retirarse a los márgenes de la carretera aunque no se vean la proximidad de vehículos, porque «cuando llegan, pasan como tiros, sin margen de reacción». Otro de los problemas es la carencia de alumbrado público en la vía. «Da mucha pena ver a los vecinos bajar, o subir, con la linterna del móvil para evitar un accidente».

Un problema añadido son los fines de semana. La vía tiene tramos en los que es imposible el paso de coches en ambos sentidos y aún así los fines de semana en especial se aparcan «y los vecinos tienen que ir a buscar a los conductores al bar para pedirles que retiren los coches; eso cuando algún conductor no sale en malas condiciones para ponerse al volante y, como ocurrió semanas atrás, baje a mucha velocidad y vuelque su turismo».

Los residentes celebran la inversión de casi un millón de euros que se realizó para la instalación de saneamiento en la zona, lo que evita las filtraciones desde pozos negros que había en la zona; «esto ha sido la obra de El Escorial». Pero se han encontrado con dos problemas: las casas que están al otro lado del barranco deben pedir autorización al Consejo Insular de Aguas, y ya ahora deben sortear la negativa; el otro contratiempo, de orden económico. «Si estás alejado de la carretera, realizar el enganche es un desembolso que ya podían haber incluido en el presupuesto de la obra», explican a la hora de mostrar la otra cara menos idílica del lugar.

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