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Crónica

Canarias y Weyler (1878-1883)

Valeriano Weyler en sus años de capitán general de Canarias. E. D.

«Grande era el abandono en que los gobiernos de España tenían a aquella fiel y hermosa Provincia, tan distante y con tan malas comunicaciones que apenas se acordaban de ella... Tal estado de cosas ofrecía mucho campo para la iniciativa de una Autoridad deseosa de laborar por el bien del País». Con tal rotundidad expresaba Valeriano Weyler Nicolau sus sentimientos al llegar a Canarias, en abril de 1878. Venía de sendos destinos en Las Antillas y en la reciente Guerra Carlista, habiendo ascendido exponencialmente por méritos en campaña, combatiendo siempre en primera línea de fuego, hasta recibir el entorchado de teniente general. Con 39 años casi recién cumplidos, había llegado prácticamente a la cima en la carrera de las armas, aunque pasados los años será promovido a capitán general de empleo. Canarias era su primer destino no guerrero y en el que pudo establecerse con su familia; pero lejos de adocenarse, de dormirse en tan merecidos laureles, puso su desbordante energía, rigor e inteligencia al servicio de las islas. Su padre, cirujano formado en Barcelona y París, general de Sanidad Militar, autor de una quincena de obras en materia de Medicina, Botánica e Historia, y que fallecería en Mallorca tras el primer año de estancia de Weyler en Canarias, había impregnado en el hijo –amén de la pasión por la milicia– un talante intelectual y de amor por la ciencia y la cultura que comenzaron a fraguar en este lejano destino atlántico. Así, desplegó una incesante actividad en total sintonía con las demandas que los canarios reclamaban con toda justicia a la Metrópoli, empleando el margen de maniobra como Capitán General y su reputación personal en Madrid en beneficio de la sociedad a la que se debía. Los medios de comunicación canarios, superada una lógica fase inicial de escéptica observación, se percataron de que esta vez asistían a algo nuevo, comenzaron a reconocer su labor y le dedicaron elogios que se prolongaron hasta el final de sus cinco años de mando. Aún impresiona constatarlo al captar su amplio reflejo en la prensa regional. Este civilismo estaba en la esencia genuinamente liberal de Weyler, y siguió acompañándolo, junto a un sagrado respeto a la Constitución, hasta el final de sus 92 años de vida, singularmente en los momentos críticos para España que aún le tocaría vivir.

El capitán general era muy madrugador. Daba largas caminatas y le gustaba departir con las gentes del país, dando lugar a numerosas anécdotas. Una de ellas, en Tenerife, corresponde a su ascensión al Teide, que efectuó por privado con unos experimentados guías, quienes a su regreso, agotados con el ritmo de Valeriano, se remojaron la cabeza y juraron por todos los Santos de la Corte Celestial no volver a acompañar al general en excursión alguna, por grande que fuese la remuneración ofrecida. Otra sucedió en visita oficial a El Hierro, donde desembarcó en la zona de La Estaca, subió a pie hasta Valverde con todos sus colaboradores y la delegación herreña que bajó a recibirle, y pasó revista a las tropas. Al regresar a la costa resultó que había mala mar y no podían reembarcar. Weyler quería reintegrarse pronto a sus deberes en Tenerife y rechazó demorar la vuelta, como le sugirieron todos. De un tirón marchó hacia La Restinga, de fácil operativa marinera, salvando a paso endemoniado el considerable desnivel del largo e incómodo camino que comunicaba ambos puntos. Todo el séquito llegó en estado lastimoso... menos el general, cuya férrea musculatura haría buena en esa jornada la denominación de la isla del Meridiano.

Aquel torbellino de soldado se implicó resuelta y empáticamente en cuantos asuntos pudo del día a día canario. Comenzando, naturalmente, por los inherentes a su cargo. Visitó todas las islas y revistó la escasa guarnición, impulsando obras nuevas, reformas y mejoras necesarias para los soldados insulares y para la defensa del archipiélago, impulsando la formación militar e intensificando la instrucción de las distintas unidades. Tuvo igualmente la visión de ocuparse de los intereses de España en la cercana costa africana, concretamente en lo relativo a Santa Cruz de Mar Pequeña, en momentos en los que las potencias europeas tomaban posiciones estratégicas en la zona. En materia civil gestionó, en largos e incómodos viajes a Madrid, todos los asuntos de interés general tales como nuevos proyectos públicos, trazado y apertura de calles, ayudas a la beneficencia, creación de una compañía de bomberos, el establecimiento de vapores interinsulares, ampliación de muelles, el tendido del cable telegráfico a la Península y muchas otras necesidades que tenían pendientes las islas. Todas ellas redundantes en la creación efectiva de empleo y riqueza para el Archipiélago. En términos prácticos, la ingente tarea del general Weyler, trayéndola a nuestros días y salvando las distancias, pudiera considerarse lindante con la de una política nacionalista patriótica, de una efectividad sin parangón en este caso. Para el general eran obsesión los principios de máximo respeto a los fondos públicos, austeridad y eficiencia en la gestión, de los que dio muestras en todas sus numerosas responsabilidades, comenzando por la de Canarias que esbozamos aquí.

Contrasta asimismo el hecho de que Weyler no permaneciese ajeno a las disputas y rivalidad entre las dos islas mayores. Fruto de su creciente prestigio, en 1882 tuvo que intervenir en la prensa grancanaria y tinerfeña, en aquella ocasión en torno a la capitalidad de la Provincia de Canarias, tratando de conciliar los caldeados ánimos y redirigir el foco: «Lejos de pretender que la prensa de cada isla abandone la defensa de sus respectivos intereses, antes al contrario, conceptúo que la discusión razonada y en el terreno de los principios es tan útil como perjudicial la que estos límites traspasa...». Una muestra más de los ideales y conducta de Valeriano Weyler en defensa de la libertad, que siempre mantuvo hasta el límite del orden.

Otro episodio representativo del aprecio que cosechó entre los isleños de todas las clases es el siguiente, que narra el propio Weyler: «Durante una de mis ausencias de la Capitanía General corrió el rumor de que iba a cesar en el cargo, pero al comprobarse la inexactitud de la noticia quiso celebrarse mi regreso con grandes fiestas, a cuyos gastos contribuyeron, mediante subscripción pública, las clases más modestas con cuotas de diez céntimos. Unas setenta embarcaciones empavesadas y adornadas con flores concurrieron a mi desembarco, que efectué entre dos filas de ellas, mientras los buques engalanados hacían sonar sus sirenas. Las campanas, la música y los vítores atronaban el espacio. El trayecto por tierra estaba jalonado por arcos triunfales, y ya en mi residencia tuve que salir repetidas veces al balcón para dar las gracias a la multitud».

El caso es que no solo la prensa entera le reconocía su quehacer, sino que a su marcha fueron unánimes las manifestaciones de afecto, simpatía y agradecimiento por parte de las instituciones, centros y asociaciones de las islas. Santa Cruz, donde había nacido su querida hija Teresa, lo premió con el muy honroso título de Hijo Adoptivo, y fueron innumerables las entidades que lo nombraron Socio de Honor. Relata en sus notas: «Toda la prensa, sin distinción de matices, se hizo intérprete del sentimiento público por mi partida, recordando mi labor en pro del archipiélago, y la despedida fue en extremo cariñosa. Un gentío inmenso llenaba el trayecto desde la Capitanía General al embarcadero, y desde éste hasta el vapor África, gran número de lanchas me acompañaron. Zarpamos con rumbo a Cádiz el 9 de diciembre de 1883. No se entibió con mi ausencia el cariño que me demostraron aquellos isleños, pues además de honrarme con su representación en Cortes como Senador del Reino, años después ayuntamientos y sociedades solicitaron y obtuvieron de S.M. que se me otorgara el Título de Marqués de Tenerife». El hombre, el canario de adopción, guardó en el corazón su afecto e interés por las Islas. Como primera prueba de ello, no habrían de pasar muchos años cuando Weyler logra frenar una iniciativa legislativa de Madrid que pretendía suprimir la Capitanía General de la provincia de Canarias.

Los legados materiales más visibles de Valeriano Weyler fueron la construcción en Tenerife –nótese que con el presupuesto ordinario, sin costo adicional alguno para el Estado– del Palacio de Capitanía General (bajo su supervisión personal y en el inaudito tiempo de 19 meses, según detallan meticulosamente José Manuel Padilla y Alfredo Ezquerro en publicaciones editadas con motivo de su centenario), y el correspondiente al Gobierno Militar en la ciudad hermana de Las Palmas, además de un moderno hospital militar en sustitución del antiguo, que se derribó y en cuya parcela se levantó el armonioso edificio de Capitanía. Se conformó asimismo una plaza delante de la fachada del Palacio, completando el diseño de un «nuevo Santa Cruz» que nacía con aquellas iniciativas, epicentro urbano que perdura casi siglo y medio después. En algunas obras llegó a aportar dinero de su bolsillo, como una importante cifra para urbanizar y embellecer la citada plaza frente a Capitanía, y la menos conocida del Pabellón de Verano en la vecina La Laguna, en unos terrenos que compró y donó al Ministerio de la Guerra para albergarlo. Gestos que Weyler, discretamente, no nombra en sus papeles familiares pero cuyos datos han venido aflorando en fuentes primarias. Sí cita cómo el Ayuntamiento, en reconocimiento a sus logros, puso su nombre al nuevo espacio –Alameda o Plaza de Weyler– que antes tan solo era un solar de escaso valor para el pueblo.

La Capitanía General, como tradicionalmente se la conoce en estas tierras, es institución clave en la ya dilatada historia de Canarias y cuenta en la actualidad con una guarnición integrada por profesionales -mujeres y hombres- perfectamente formados y preparados, tal vez mejor que nunca antes. Nos honra con su llamada a colaborar en la efeméride del 140 aniversario del emblemático Palacio que concentra la toma de decisiones del Mando Militar de Canarias, en su designación oficial más moderna. A todos ellos, desde estas modestas pinceladas documentales, nuestros mejores deseos y reconocimiento por la vocacional, callada y eficaz labor que desarrollan en favor de la defensa y bienestar de la sociedad canaria.

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