A Eugenia le encantaría ir a visitar a su hija, pero es consciente de que si baja por los escarpados escalones no puede regresar. Es el pulso entre la necesidad y el cumplimiento estricto de la ley.


Goya Alonso y su hijo David Cañón conciertan la cita en Casa Carlos, en Casas de la Cumbre, en el interior de Anaga, donde visitante y concejala del distrito, Inmaculada Fuentes, se sorprenden de estar a la misma hora y en el mismo sitio. Cosas de la alcaldesa de Anaga, Goya Alonso, que aunque presidenta de la asociación de vecinos de Afur, ayuda a quien le reclama colaboración siempre que esté en sus manos.

Libertad, la hija de Eugenia, lleva a su madre una compra entre escalones y una escarpada vereda de cemento.

Esta es una nueva oportunidad para descubrir que el Macizo de Anaga está mucho más lejos de los 32 kilómetros que dice Google Maps que existe de distancia entre la plaza de España y Chamorga. Desde el corazón de Santa Cruz hasta dicho caserío se tarda una hora, pero hay una diferencia de décadas de años en cuanto a servicios. De muestra, un botón.

«Si salgo de casa, ¿cómo subo luego la escalera?»

La accesibilidad es la gran asignatura pendiente, una consecuencia directa del paraíso donde viven: el Parque Rural de Anaga, que está tan protegido que parece misión imposible lograr la autorización de los técnicos municipales para habilitar al menos unas ramas que eviten que este enclave no se convierta en la España vaciada versión insular. Y lo peor, para evitar que sus moradores no acaben encerrado en la tierra que eligieron echar raíces.

«Si salgo de casa, ¿cómo subo luego la escalera?»

Antes de llegar a casa de Eugenia, Goya acerca a la visita hasta la plaza donde se localiza la ermita de la Inmaculada, mientras doña Otilia se afana en barrer la zona. La presidente de Afur la saluda con la familiaridad de quien la conoce de toda la vida, y aprovechando el alto, que no es fortuito, entra en la conversación con la concejala del distrito el hijo de doña Otilia, quien se lamenta de que el Ayuntamiento de Santa Cruz haya hecho oídos sordo a la propuesta que le hizo de ceder un terreno cercano para que realicen una pequeña rampa de acceso hasta la plaza que lleva el nombre de Manuel Rodríguez Cruz. Inmaculada Fuentes, acompañada por la coordinadora de distrito, se apresura a tomarle los datos, mientras Manuel, el hijo de Otilia, insiste en que volverá a la carga y, en esta oportunidad, adjuntará al escrito una reclamación con un parte médico por una caída en el lugar.

La concejala, aunque admite que ella no es técnico y solo cuenta lo que ha escuchado los arquitectos y aparejadores municipales, intenta buscar una justificación al rechazo a poner una rampa: tal vez por la pendiente, o por el suelo que no es público... Goya hace de mediadora e intenta que concejala y coordinadora de Anaga busquen una alternativa para evitar que, con el paso de los años, los vecinos de Anaga acaben presos de la orografía del lugar. Aunque esta ermita parece un lugar remoto, no lo es tanto al menos para los ladrones que entraron hace poco más de un mes en la ermita. «Yo porque no los escuché, si no salgo y les pregunto qué hacen ahí», dice en complicidad Otilia a Goya, mientras el vecino le deja su correo electrónico a espera de mejores noticias de las recibidas.

Antes de seguir, la propia responsable del distrito de Anaga, Inmaculada Fuentes, admite que tal vez los técnicos municipales son demasiados estrictos en el cumplimiento de la normativa. Lo cierto es que la orografía es poca agradecida con quien ha estado décadas mimando el lugar.

De la plaza de Manuel Rodríguez, donde una placa inmortaliza al montañero José Manuel González Rodríguez El Metra, desde enero de 1984, Goya hace de guía hasta el antiguo colegio de Chamorga CEIP Ricardo Hodgson o CER Anaga, como se lee aún en la placa que se conserva, aunque lleva ya décadas cerrado.

Desde la carretera se accede al viejo colegio por unas escarpadas escaleras, y aún queda otros cincuenta metros por sortear por una rampa de cemento que colocaron los propios vecinos. En esta zona se localizan dos viviendas; en la parte más alta vive un matrimonio con su hija. La madre está ingresada y, por su limitada movilidad, parece misión imposible que regresar al lugar donde nació y vivió. Justo por debajo, a mitad de camino, esta la casa de Eugenia Marrero. Allí esperan a la visita sus hijos, Gabriel Rodríguez, de 72 años, y su hermana Libertad.

Gabriel recuerda cuando comenzó a trabajar con solo 14 años, y cinco después se dedicó a las obras para finalmente desarrollar su actividad como repartidor de una conocida firma de tabaco que hacía la ruta de toda la Isla. Luego pasó a trabajar con camiones y más tarde con un taxis, hasta que volvió a la autoventa cuando con 50 años dejó de repartir. Su última etapa de vida laboral la pasó como chófer de Gesplan. Trabajar y vivir en Chamorga se la hacía cuesta arriba –nunca mejor dicho–, por lo que iba a casa de su madre los sábados para volver a Santa Cruz –sin haber salido de ella– al día siguiente. De ahí que su vida la hiciera en Cueva Bermeja y María Jiménez, donde tuvo su domicilio familiar hasta que regresó a cuidar a su madre. «Antes subía por aquí con un saco de cemento al hombro, ahora ya no subo ni vacío», comenta.

La pendiente y los escalones han dejado enclaustrada a su madre en su propia casa. Eugenia, de 92 años, está como una puncha salvo la mala pasada que le juega la audición y los problemas de movilidad del carné de identidad. «Ahora quiero ir a casa de mi hija a visitarla y no puedo», se lamenta Eugenia, que mira la pendiente que parece un muro que le impide el paso. «Si baja, ¿cómo sube? ¿Y si hace falta una camilla? ¡Es que no pasa ni una silla de ruedas!», añade su hija, Libertad, mientras el carro de compra, arruinado por hacer el servicio entre piedras y escalones. Gabriel pide que desde la carretera hasta esta zona se haga una pista que permita el paso al menos de una ambulancia. Goya insiste: «Hacen falta soluciones para que la gente no se vaya de Anaga».

Un fregadero para Ramiro

Ramiro vive en Roque Negro. Tiene problemas de movilidad que sortea con una silla eléctrica de ruedas, pero un pequeño escalón que existe a la entrada de su vivienda lo traía por el camino de la amargura hasta que Goya Cañona consiguió una pequeña rampa de madera de quita y pon que le ha devuelto la libertad de moverse en su casa, término que en Anaga se refiere a la vivienda y el entorno del caserío que lo vio nacer y crecer. No es el único problema que soporta. Su casa tiene dos plantas y precisa de un fregadero en la parte alta para evitar que poner en peligro su vida en las escaleras. La presidenta de Afur lanza un grito de ayuda a las personas solidarias: «Ramiro necesita un fregadero para hacer más llevadera su vida», y deja el teléfono 686.16.72.20 convencida de que alguien saldrá en auxilio de Ramiro.