Nunca encontrar un céntimo de euro despertó tanta emoción. Así lo admite Julio César, un salmantino que disfruta de sus vacaciones en Tenerife hace quince años y que en los dos últimos ha aprendido a localizar arandelas y monedas en la arena con un detector de metales.

La visita a la playa de Las Teresitas a las siete de la mañana deja entrever ya el avance de la labor desarrollada por los operarios de las empresas concesionarias de los servicios y la limpieza, con la arena rizada o peinada al paso de la maquinaria que la cierne.

Apenas un par de decenas de personas se entremezclan ya con los efectivos de los servicios públicos que traen al recuerdo la limpieza a fondo de una casa: unos en la arena, otros vaciando papeleras, un camión recogiendo los residuos, hasta que después de las ocho de la mañana llegan los operarios que limpian los baños y vestuarios de la playa, mientras sortean la entrada de los usuarios, y también de los bañistas más madrugadores.

Cuando parecía que ya la mañana no daba más en Las Teresitas y el visitante se dispone a buscar su coche, detrás de uno de los kioscos de la playa se descubre a Julio César, un salmantino que estableció un vínculo con Tenerife desde hace quince años, cuando vino por primera vez a disfrutar de sus vacaciones.

Con sombrero, mochila y unos cascos –con los que se intuye que ameniza la mañana–, tal vez alguno lo confunda con persona de servicios públicos, más que nada por la hora y la devoción con la que se aplica a pasar un detector de metales sobre la arena de la playa.

La conversación con este salmantino permite descubrir a un apasionado del detectorismo, una práctica que define como deporte en el que se inició hace ya dos años.

La mayoría de las personas acuden a la playa a disfrutar de un baño, al igual que él, con el añadido de que invierte unas dos horas en adivinar que tesoros se esconden en la arena. Julio César explica que su actividad es casi una «labor social» que desarrollan los aficionados a esta práctica cuando salen al campo o la playa.

Entre lo más llamativo que ha encontrado en la arena son clavos de tiendas de campaña, lo cual es una satisfacción para Julio César. Primero, por la emoción se siente cuando el detector de metales le advierte de la existencia de algún metal conductor entre la arena, luego, al hundir una pala que permite cernir e identificar el hallazgo y lo tercero, tener la satisfacción de haber retirado un clavo que podría haber causado un mal mayor.

«Esta práctica es muy habitual en Ávila y en Castilla y León en general», precisa Julio César, que advierte que la actividad está totalmente prohibida en zonas de posibles yacimientos arqueológicos, pues la actividad es ajena a los expolios al patrimonio. De hecho, tal vez por deformación profesional, este salmantino lo primero que hace, como ocurre en la jornada inaugural de esta temporada en Las Teresitas, es preguntar a la Policía si puede realizar el escaneo de la playa con su detector, un artilugio con un coste que oscila entre 200 y 1.500 euros; «todo depende de las funciones que te permita y que busques en función de sus objetivos», precisa.

En sus dos años de experiencia, Julio César ha recogido cientos de clavos, tornillos, tapas, anillas de latas, arandelas y algún sobre de preservativo porque está hecho con algún componente metálico.

«Encuentras un euro y te da emoción», reconoce, mientras invierte unas dos o tres horas antes de disfrutar del baño. «Se trata de pasar un rato divertido. Pasas el detector, emite un sonido en los cascos y te centras en la zona»; el detector tiene una pantalla con un número, que advierte de la pureza del metal de menos a más. «Esto es un deporte individual; como abrir una caja de sorpresas».