El antiguo colegio Ofra-San Pío acoge una de las dos oficinas de la Unidad del Medio Natural de la capital tinerfeña, a la que están adscritos una docena de agentes que no se dan tregua durante los 365 días del año. Cuatro son las principales tareas que tienen encomendadas: inspección normativa medioambiental y del territorio (denuncias por incumplimiento de la normativa urbanística y de ordenación del territorio, caza y protección animal), control del uso público (acampada, senderismo, zonas recreativas, áreas de baño y litoral), informes sobre especies por su fragilidad o por ser exóticas y colaboración con los cuerpos de seguridad en el rescate de personas, además de participar en planes de seguridad y emergencia en materia de Protección Civil.

La propia concejala de Medio Ambiente, Evelyn Alonso, muestra su orgullo por esta unidad y apuesta por mejorar sus medios materiales y humanos para que «Santa Cruz siga siendo referente a nivel regional y nacional». «La Unidad tiene una antigüedad de 210 años y somos el único municipio de Canarias con un grupo de estas características. Sus conocimientos sobre la fauna y flora de nuestro Parque Rural de Anaga, así como en materia de prevención de incendios, le hacen ser una unidad de nivel técnico y humano digna de imitar», elogia.

Entre los efectivos, José Santana, jefe de turno y uno de los más veteranos por antigüedad, que no por edad. Se incorporó el 1 de marzo del año 2000. Cursó Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de La Laguna y superó las oposiciones para acceder a una plaza en esta unidad, un servicio que no le era ajeno, pues es nieto de Pepe Déniz, un histórico guardamontes de La Laguna, que se jubiló con 82 años.

Los guardianes de Anaga

En la presentación de la labor que desarrollan estos guardamontes –con tantas denominaciones como administraciones públicas cuentan con este servicio–, también participa Saida Rodríguez, una palmera de Barlovento, que antes de los once años que lleva en esta unidad, tras superar las oposiciones, trabajó como empresaria autónoma, auxiliar de clínica en el Hospital Universitario de Canarias (HUC) así como educadora infantil. Eso, al margen de su pasión por el senderismo, que es el denominador común en los integrantes de la unidad. «Llegamos a ser hasta veinte agentes», apostilla Saida, mientras Santana pone en valor que «todos somos funcionarios públicos».

La pasión por el mundo verde la comparte también Luis Martín Marrero, quien suma ya 18 años en la Unidad del Medio Natural. Estudió Químicas en la Universidad de La Laguna, pero prefirió realizar un Ciclo de Gestión de Recursos Naturales para decantarse por el medio natural, dejando atrás las incursiones que realizó como dependiente o en el ITER, en materia de energía renovable. Basta con escuchar a Luis para reconocer su pasión por la naturaleza, que contagia en las visitas que realizan los niños de los colegios de Santa Cruz, en complicidad con su compañero Santana. Completa la labor de la Unidad otro compañero que se alterna en la Casa Forestal, que garantiza la intervención inmediata.

Saida, Luis y Santana recuerdan que la unidad tiene a su cargo la protección de los espacios naturales, por lo que, aunque alguien los vincule con el monte, tan pronto se les puede ver por los senderos de cumbre como en las playas, aunque admiten que el 90 por ciento de su tarea lo ocupa Anaga.

Los guardianes de Anaga

Tras este primer contacto teórico con la Unidad del Medio Natural, Luis –al volante– y Santana permiten una aproximación al trabajo de campo, rumbo a El Bailadero. Antes de salir, como rutina, los dos guardas cogen su emisora, «que es la herramienta de trabajo; sin comunicación estamos vendidos en Anaga», admiten, para recordar la falta de señal que afecta en algunas zonas negras. Poco o nada confían en la cobertura de los móviles precisamente en estos lugares. Otro de los consejos: «la albarda nunca pesa», al referirse a la diferencia de temperatura que existe desde que parten hasta que se adentran en la masa forestal. Y una advertencia para todos los públicos: «Si estás perdido, párate, o al menos intenta regresar por donde mismo viniste, así se evita que la adrenalina se dispare y los músculos acaben agarrotados».

La conversación por el camino, en su cuatro por cuatro, evidencia el conocimiento del terreno. Por ejemplo, con la referencia al monte Aguirre que se localiza por debajo del mirado de la Cruz del Carmen, y que lo compró Santa Cruz décadas atrás. «Ahí hay 18 galerías de agua», precisa Luis, mientras Santana recuerda cómo ha evolucionado la función de los guardamontes. «Antes no había luz y se utilizaba la leña para cocinar. Por eso había que supervisar que nadie hiciera los cortes a mata rasa, o ras del suelo, para evitar que se esquilmara el monte», precisa.

De su experiencia, Santana comparte la preocupación por la presencia del rabo de gato, que hace estragos desde hace más de cuarenta años. «Hay dos teorías: unos dicen que alguien lo trajo como planta ornamental mientras que otros aseguran que vino en las cadenas de maquinaria que se trasladaron de África», según han transmitido los vecinos. Sea como fuere, se ha convertido en una planta invasora. Los agentes también se refieren a los estragos que afectan a la fauna: el cangrejo de río, localizado en San Andrés, o las cotorras de Kramer, gatos asilvestrados. «Hemos encontrado sueltos hurones que han perdido algunos cazadores y hasta iguanas».

Los guardianes de Anaga

A la hora de resumir dónde desarrollan su labor, Luis y Santana explican: «Todo lo que no es urbano es monte», y, en el particular de Anaga, es un espacio protegido primero, como Parque Rural desde mitad de la década de los años noventa y, después, desde 2015, como Reserva de la Biosfera.

En su recorrido por Anaga, Luis y Santana –como el resto de compañeros– velan por los usos permitidos y autorizados, siempre atentos a la cultura de la autoconstrucción o posibles vertidos en las 11.000 hectáreas del Parque Rural de Anaga que están en el término municipal de Santa Cruz, de su extensión total de 14.500.

Antes de la Covid-19, aseguran que ya se había registrado un incremento de senderistas que acudían a esta zona deslumbrados por sus atractivos para la práctica de la actividad al aire libre, con el aliciente de que es gratuita y pueden disfrutar de aire puro en libertad, una tendencia que se ha multiplicado con la pandemia.

Otro fenómeno que ha publicitado los rincones de Anaga es el de las redes sociales. «Pones una foto bonita y le asignas un nombre sugerente y se pone de moda, como ocurre con el bosque encantado o el túnel de las hadas, como se refieren a La Cortada, que era una antigua pista militar». «¡Qué daño ha hecho Instagram a la toponimia!», se lamenta Luis, una enciclopedia humana a la hora de reconocer especies vegetales, que explica el fenómeno de la lluvia horizontal por condensación con la misma admiración que presenta los valles de San Andrés, Las Huertas y el Roque de Los Pasos desde el mirador de la Muralla Grande. «Ese es el ventilador de Santa Cruz, el efecto Foehn, que hace que baje la bruma arrastrada por los alisios y refresca la ciudad por la tarde».

En el recorrido, sancionan a un coche abandonado hace meses o prestan ayuda a turistas al compartir una lección de conocimiento de Anaga, como quien mima a la niña de sus ojos.