Pedro Sánchez lleva ya tres días en La Mareta, de los ocho que piensa pasar de asueto y solaz en Lanzarote, y ha dejado muy claras cuáles son sus instrucciones: la primera es que el personal de servicio que tenga que acudir a La Mareta a llevar provisiones, cambiar una bombilla o podar el césped (es un decir) no se demore mucho en la casa, y acuda a realizar esos menesteres a primera hora de la mañana, cuando los ilustres invitados no se hayan levantado aún. Quiere Sánchez preservar su intimidad, y la de su presidencial familia, y no está dispuesto a soportar más engorro que el de los guardaespaldas y séquito que protegen y acompañan su baño en el Atlántico como si fuera un paseo por el Harlem proceloso. No quiere el presidente que se le incomode ni moleste más allá de lo absolutamente imprescindible para dar adecuado cumplimiento al protocolo, y por eso su segunda y precisa instrucción ha sido a los suyos, que tampoco quiere que le incordien los compis del PSOE con más timples o panderetas, y que de encuentros bilaterales los justos, o sea, uno y no más, con el presidente Torres, pero que sea ligera la cosa, vamos, una reunión al estilo paseíllo Biden, que el no ha venido a Canarias a currar. Que de encuentros bilaterales ya tuvo bastante con Aragonés.

Ante la maldad recurrente del nacionalista Clavijo, que ya le amargó a Sánchez sus primeras vacaciones en 2018 con la bobería aquella de que no estaba el horno para más pateras, y ahora ha pedido públicamente que el encuentro de Sánchez y Torres de para algo más que un café, ha tenido que contestar el presidente canario explicando con mucha comprensión y condescendencia que su jefe está de vacaciones, que vino aquí a descansar y que la reunión institucional que él y el delegado Pestana anunciaron el pasado miércoles «se va a celebrar, pero no será oficial».

Uno se pregunta cómo puede ser institucional algo que no es oficial, pero ya saben que el lenguaje politiqués en los últimos tiempos ha ganado en flexibilidad: lo que quiere decir (y dice) el presidente Torres es que esta no es la reunión que debe tener el presidente del Gobierno de España con el de la comunidad canaria, que se trata solo de «un encuentro de descanso para departir». Uno vuelve a preguntarse que nueva figura es esa del encuentro de descanso para departir, y el presidente Torres, que es un sanchista convencido, recurre al modelo sanchista de explicación post-Biden y explica que aprovechando que Sánchez está de vacaciones en Teguise, los asuntos a tratar entre ambos en el encuentro no oficial pero si institucional de descanso para departir, versarán probablemente sobre importantes cuestiones «que se están desatascando» y otras a las que «hay que darles un impulso».

Torres nos lo deja meridianamente claro: acudirá a La Mareta cuando Sánchez le diga y ya esté despierto, se reunirá con él al menos el tiempo suficiente para hacer una foto (si a Sánchez le parece bien), y hablaran de lo que Sánchez quiera mientras a Sánchez le apetezca.

Luego ya nos contará Torres cuantas cosas han arreglado, que serán muchas.

Porque su jefe es un crack: si en veinte segundos fue capaz de hablar del futuro de la OTAN, de reforzar la colaboración militar entre España y los EEUU, de actualizar el acuerdo en materia de defensa, de la situación en Latinoamérica y del viaje de Sánchez a Argentina y Costa Rica, lo que además le permitió exponer a Biden su «preocupación» por la situación migratoria y económica en la región como consecuencia de la pandemia… en el tiempo que tarden en posar juntos Sánchez y él para la foto pueden resolver los incumplimientos del REF y les sobrará de largo para acabar con el hambre en el mundo.