En la casa de la esquina, por encima de la puerta lateral de la iglesia de la Virgen de las Nieves, se localiza el domicilio de Amalia Negrón Manrique y su esposo, Francisco Manrique Viñas. Residen cerca de donde estuviera el juzgado de paz, cargo que ostentó él durante veinte años. La conversación transcurre en el salón de la vivienda a la que se accede por una empenicada y angosta escalera, sin que falte un racimo de uvas para probar la nueva cosecha y un vasito de vino, para saborear los caldos que cultiva y mima don Francisco, quien recuerda en su gestión como juez de paz cuando tenía que ir a los deslindes de terrenos hasta Punta de Anaga o Taborno, o cuando se moría alguien...

La Voz del Valle, colectivo que preside Luján González, decidió designar a Amalita, como se le conoce con cariño en el pueblo, como Alcaldesa Honoraria en las fiestas patronales de 2019; iba a ser por un año y la irrupción de la pandemia en el mes de marzo del año siguiente ha impedido la sucesión. Este título viene a reconocer la entrega de esta vecina como una de las grandes artesanas de Anaga. «Ahora hago sopas de letras, pero muchos sombreros hicieron con palmas». De hecho, el excedente de palma todavía queda en su casa a ver si un día «mejoro y me pongo a hacer más sombreros, pero... ¡qué va!, y ahí está poniéndose oscura», se lamenta.

Amalia Negrón, hija de Alberto y María Jesús –naturales también de Taganana–, reconoce que aprendió el arte de hacer sombreros de la mano de su madre, mientras su padre se dedicada al cultivo del campo, donde plantaba viña, plátanos, papas y ñameras. «Hacía sombreros de magas y también de ala», precisa, mientras señala a la ventana y asegura. «¿Sabe lo que me da pena? Asomarme y ver que hoy no se planta nada, cuando eso estaba todo lleno», dice en referencia a las los terrenos que se localizan en la zona de San Antonio.

El próximo 18 de septiembre cumplirá 85 años de historia viva de Taganana, pueblo que ayer celebró su día grande en honor a la Virgen de las Nieves. «Cuando fui a la escuela yo ya sabía leer, gracias a mi hermano que me enseñó; el único que tenía». Francisco, su esposo, interviene en la conversación para precisar que él tiene 87 años y «estoy como un rayo. El martes fui caminando a La Cumbrecilla y de ahí al Tamadiste y volví; lo único que me duele es el brazo porque llevé un bastón para apoyarme, pero nada más». Hijos de primos hermanos de Taganana, contrajeron matrimonio y tiene tres hijos, seis nietos y cinco bisnietos. Amalia recuerda que en Taganana solo había un teléfono público en la casa de enfrente a su domicilio actual, y era ella precisamente quien se encargaba de avisar de las conferencias a los vecinos; «aquí no había carretera para llegar», precisa, para volver a hablar de su familia. «Mi hija fue de la primera que tuvo niños in vitro en Canarias», y elogia la responsabilidad de su prole. Francisco, que recuerda su habilidad en los campeonatos de tiro, recuerda la habilidad de su esposa: «a la hora de escribir no había quien la ganara». El cruce de miradas entre ambos le permite sortear la falta de audición; se miran, y ya saben lo que piensan. «Aquí (en Taganana) solo vivimos él y yo, el día 5 de agosto vienen mis hijos que están en Santa Cruz», cuenta Amalia, mientras Francisco recuerda el arte de su esposa también como el bordado y se lamenta: «Lo que era Taganana pocos lo saben» en referencia a cómo se ha ido despoblando. Pero ellos no lo cambian por nada.