Visitar la playa de Antequera se ha convertido en un sueño para muchos chicharreros, uno de esos objetivos que siempre se apuntan en el apartado de debe, con el anhelo de hacerlo realidad. En la década de los años ochenta, coincidiendo con el auge turístico, el popular "Marino Riquel" organizaba excursiones hasta este rincón que se encuentra a las faldas de Igueste San Andrés, a donde se puede llegar bien por barco o por sendero.

En el primero de los casos, partiendo desde la Cofradía de San Andrés, y a escasos veinte minutos, mientras que los amantes del senderismo, una práctica en auge en los últimos años, deben sortear un trayecto de unas tres horas y media, de una dificultad media, que se complica en particular cuando aprieta el sol.

. | maría pisaca

Muchos recordarán aquellas excursiones a finales del siglo pasado que trasladaban al pasaje hasta el embarcadero de Antequera; allí, a unas decenas de metros, se cuenta que existía un restaurante donde incluso se servían unas celebradas paellas entre baño y baño en este salvaje rincón chicharrero antes de regresar a la civilización chicharrera con el orgullo de haberse adentrado en lo desconocido. Con el paso del tiempo y la incidencia de la crisis, esta experiencia quedó en el olvido y Antequera quedaba a disposición de embarcaciones privadas de unos pocos o a los capaces de afrontar el sendero desde la cumbre.

Desde marzo de 2013, Noemí Díaz decidió lanzarse a la aventura y acercar Santa Cruz a Antequera a través de dos watertaxis que puso en marcha desde su empresa Náutica Nivaria y aprovechando la pasión, la destreza y formación de su esposo, Lucio Pasqua, de quien casi se puede decir que nació en el mar. Hijo de unos de los pioneros en la práctica del buceo, secundó con entusiasmo la iniciativa que afrontó su pareja, si bien en los últimos años se ha visto más alejado de esta labor por sus compromisos laborales que lo han llevado hasta Fuerteventura, por lo que aprovecha los fines de descanso para hacerse a la mar en la costa chicharrera.

Náutica Nivaria fue concebida a la medida del turismo local, con dos embarcaciones cada una con capacidad para veinte pasajeros más el patrón que también ha tenido que navegar entre las limitaciones impuestas por la pandemia en el último año y medio; así, no solo es preciso la mascarilla, si es habitual que los viajes se realicen con convivientes o con una restricción del 50 por ciento; eso sí, quien no viaja a Antequera es porque no quiere, pues la disposición para organizar la excursión es máxima: los 365 días del año.

Junto a Noemí, en tierra al frente de la empresa, el día a día lo cubre en la embarcación Marcos García, el taxista de Antequera. En esta oportunidad el visitante zarpa con Lucio Pasqua como guía de excepción, rumbo a la playa de Antequera, quien ya advierte al pasajero que los sombreros están muy monos para las fotos pero son poco prácticos en la mar.

La Cueva del Agua, una exquisitez de la naturaleza en Anaga.

Arena rubia, arena negra

Rumbo a Antequera, una postal de excepción, la playa de Las Teresitas, de un kilómetro y medio de extensión, la más importante de la capital tinerfeña y, sin embargo, su extensión va menguando según la embarcación se adentra en el mar, hasta quedarse limitada a un bordado de arena amarilla a los pies del macizo de Anaga, donde se pueden alcanzar un desnivel desde mil metros sobre el nivel del mar en la cordillera de mayor antigüedad de Tenerife; su formación se data de entre siete y nueve millones de años.

En la transición de Las Teresitas a Antequera se localizan las primeras calas de arena negra: Las Gaviotas, playa Chica y playa Fea. La recreación en el litoral de esta parte de la Isla es directamente proporcional a si la marea está más o menos llena; así, se puede disfrutar de una panorámica idílica de la Cueva del Agua, también conocida como la Cueva de Las Palomas, según cuenta Lucio Pasqua, donde se dice que el pirata Cabeza de Perro aprovechaba para tomar aguas. Cada rincón de la costa rumbo a Antequera tiene su historia con este patrón, que rememora anécdotas o historias, algunas basadas en tradición oral, sobre la cueva de Las Lamentaciones –porque se cuenta que era el rincón que elegía el pirata para meditar–, la Playa Balayo o la cueva del Cambuyón, también conocida como de Las Risueñas.

En la travesía, Lucio también trae al recuerdo el libro «Enigmas y Tesoros en Canarias. El Misterio de Cabeza de Perro», que cuenta con un prólogo del escritor Alberto Vázquez Figueroa, en el que se recuerda el paso del pirata por este rincón de Anaga. Casi sin tiempo para adentrarse en detalles, se descubre una construcción sobre la playa del Balayo a la que se puede acceder desde la carretera de Igueste San Andrés que ha sido lugar de descanso y retiros para grupos religiosos.

La playa Balayo, que toma nombre de los cestos realizados con mimbres, es de los pocos rincones que existen en el litoral chicharrero, que son privados. «Aquí cada piedra es una historia», explica el patrón, que señala al Semáforo de Igueste San Andrés que precisamente en estos días en los que se ha conmemorado la Gesta del 25 de julio de 1797 el propio Lucio Pasqua recuerda el papel fundamental que jugó para advertir de la llegada de la flota británica.

De Igueste, más historias, pues tiene uno de los pocos cementerios que carecen de acceso rodado o es la tierra que inspiró a literatos de tanta relevancia en la literatura canaria como Isaac de Vega y Rafael Arozarena; un pueblo que se hace notar desde la mar.

Antequera, un paradisíaco olvido

La cala de Los Regalitos

Desde la cumbre, al mar: la cala de Los Regalitos, la Punta de Tierra Caída, la Pared de los Siete Colores, la cala del Diablo que se identifica visualmente como los ojos del diablo que parecen sobresalir del nivel del mar, vigilando al quien se aproxima en la embarcación, para llegar a la playa de Las Brujas, que crece y mengua con las mareas o el barranco y playa Zápata, una exhibición de basalto que desafía la gravedad sobre el mar ante la majestuosidad de la naturaleza en este entorno.

Es la antesala de Antequera, playa con encanto y secreto, pues en uno de sus rincones se puede localizar una cueva en la que se venera a la Virgen del Carmen.

Al igual que para embarcar, al abandonar el barco hay que tener cierta pericia para llegar a tierra. Todos los parabienes del entorno quedan en evidencia nada más poner tierra en el embarcadero, donde el hormigón está en vías de extinción; o barandilla tan oxidada como de escasa altura, que parece más pensada para el amarre que para servir de ayuda al visitante. Pero lo «mejor» está por llegar. Continúa en pie una construcción donde estuviera el viejo restaurante de las excursiones de la década de los ochenta, a la espera de un remozado para garantizar su continuidad, aunque ya es de premio el tránsito desde esta zona hasta la playa en sí, una desafío por una vereda de arena, con desnivel incluido que, cuando el sol pega duro, complica el regreso.

Apenas son unos privilegiados los que disfrutan de este entorno; medio centenar de personas según el día; algunos en el watertaxis de Náutica Nivaria, otros, en embarcaciones privadas. Oteando los 400 metros lineales de playa, la construcción del antiguo vigilante de Antequera, una zona que se asegura de propiedad privada, mientras la mejora del entorno parece una asignatura pendiente de Costas. Ni un baño público. Ni un grito. Ni una papelera... todo depende de la buena voluntad del visitante que ante la magnitud de la belleza del entorno se siente protagonista de mantener en perfectas condiciones un enclave donde se confunde lo idílico con el olvido.