La herencia del guardián de los océanos, es una prole de hijastros de ultramar donde la Union Jack se bate al ventarrón de un atlántico que vertebra la gloria de quien desde Gibraltar hasta la Antártida, aún le quedan una riada de posesiones anacrónicas, sí así lo prefieren, pero suyas. Si te asomas a Land´s end e hilvanas los peñascos de Ascension, Saint Helena, Tristan da Cunha, Falklands y South Georgia...te das cuenta que a medio camino de las encrucijadas atlánticas les faltó un Canary bay. Pero y si también les dijera, ¿qué el britón aprendió a singlar la mar en Roteiros y Regimientos de navegación ibéricos, pues más allá del Canal de la Mancha no sabían ir para volver de una pieza? Después, Castilla se dedicó a los catecismos y los anglos a construir barcos y a reescribir una historia, que los encumbra como los mejores navegantes. Mentira y de las gordas. Nada tiene que envidiar Malaespina a Cook, pero no lo hemos sabido honrar ni respetar, y mucho menos vender.

Lo que no es invención alguna, es como han sabido convertir su bandera en una marca publicitaria mundialmente reconocida mientras nosotros escondemos la nuestra; o el celo que han tenido por sus tradiciones e historia marítima mientras aquí nos hemos dedicado a matarnos entre nosotros. Y es que es España un país de malos hermanos y peor sitio para ser español.

Si los británicos hubieran tenido un interés real en tomar ya no alguna de las islas, sino una simple ensenada, lo habrían hecho y ahora, entre otras muchas cosas, conduciríamos por la izquierda, tomaríamos el té y lo mejor de todo: seriamos pocos para cobrar en libras. ¡Pero caímos en el corsé [fiscal] castellano¡ ergo tenemos meseta en sal; todo muy quijotesco. Insisto, los [nos] han engañado con argucias y cuentos románticos de un cañón tigre y de heroicas defensas isleñas contra piratas de parche y pata de palo y una Jolly Roger. Patrañas del bestiario popular. La defensa de las plazas insulares, descansaba más en la mala orografía costera, que en tropas y artillería. Un puñado de regulares y el reclutamiento de todo aquel varón que pudiera sostener una pica y ese era el ejército isleño en harapos.

Me hace gracia escuchar aprendices de Patrick O´brian o lectores de «fuegos de bronce» alejados de la más sana historiografía marítima. Con el mal gusto de citarme, pasé años leyendo antes de escribir mi tesis doctoral que bajo el titulo Política marítima de Inglaterra entre 1500 y 1700, una majadería insufrible de medio millar páginas para calzar una mesa, que intenta esclarecer, en lengua española, el encumbramiento de Inglaterra como primera potencia naval de la época. Traduciendo del inglés viejo cartas e instrucciones de la corte isabelina a John Hawkins o Francis Drake, te das cuenta que la gran espina clavada de la navegación inglesa son sus fiascos en las Islas Canarias.

Fracasos discutibles, pues los tres intentos fueron brindis al sol y no ataques planeados como tales pues de así haber sido, ahora tendríamos Nelson Square & Admiral John Jervis Street en lugar de Plaza de España y Calle del Castillo. De cualquier forma, la historiografía inglesa es tan docta en esconder sus fracasos – a manos españolas – como acomplejada y torpe lo es la nuestra a la hora de ensalzar sus logros; será por eso que quien gana la guerra, escribe los libros. Caso de la insoportable falacia inglesa a la hora de explicar La Gran Armada de 1588, pero esa es otra historia.

El intento de tomar Las Palmas de 1595, le supuso a Drake serios enfrentamientos con los apoderados de la corona que le acusaron de poner en riesgo el principal objetivo de la flota, que no era otro si no el ataque a Cartagena de Indias. No fue por lo tanto una intentona ex profeso de cara a apoderarse de la isla, sino una de las muchas aventuras e impulsos de un indisciplinado Drake atrapado en su gloria personal. Recordemos que, y previamente también, camino de América, merodeó La Palma en 1585 sin éxito alguno.

Cualquier estudioso que conozca la proyección naval de la época, es consciente de que una flota en línea artillada y decidida a tomar una cabeza de playa en Tenerife, lo habría logrado. La escuadra de Horatio Nelson se reducía a 7 naves, de las cuales solamente dos eran man of war con 37 piezas de artillería por banda: los HMS Culloden y HMS Zealous. El resto era lo que se conoce como out of class. Navíos menores en cintura de fuego. ¿Siendo la Royal Navy plena dueña de la mar, alguien tiene duda que una flota mayor habría tenido algún problema en tomar una plaza costera defendida en la mejor de las cifras por apenas una veintena de cañones y un puñado de regulares con mosquetes? En mi opinión no.

El ataque de Nelson son las migas; el mal postre de la poco consistente victoria inglesa de 1797 en San Vicente y posterior fracaso en el bloqueo a Cádiz. Un exceso de tiempo en la mar sin victoria agrió a las tripulaciones inglesas y el riesgo de motín se acrecentó; optando por buscar botín en Tenerife como solución de saldo. El ataque de Nelson fue una chapuza en términos de potencia de fuego y planificación. Estaba condenado al fracaso. Existe un desequilibrio – aceptable – entre la celebración [sobrevalorada] de la llamada gesta del 25 de julio y lo que los ingleses realmente presentaron en el horizonte; el resto es tradición y engorde patrio y es entendible, pues en eso ellos son los maestros; entiéndase los ingleses.

En síntesis, la posesión de una isla canaria era de gran valor estratégico para Inglaterra como escala oceánica previa al middle passage hacia el oeste. De haberlo logrado y jugando a hipotetizar, Tenerife sería hoy otro paraíso fiscal en la mejor estela gibraltareña; su refinería vendería combustible en West Africa y pagaríamos con la Canary Islands Pound y, les confieso que me «pone» esa idea de paraíso fiscal contra el que la rancia administración española en Las Palmas de gran Canaria clamaría por competencia desleal.