Aquel artefacto, sinónimo de modernidad, se convirtió en protagonista del Concierto de Navidad de la Sinfónica. Con sus 60 metros de longitud, los surtidores verticales alcanzaban una altura de más de 30 y el géiser picaba los 50, más una pantalla de agua sobre la que se proyectaban los rayos láser. Estaba llamado a ser el reclamo para el turismo y la ruta de cruceros, pero se quedó en un estreno fugaz.

La fuente cibernética del V Centenario se estrenaba el 25 de diciembre de 1994. Aquel artefacto, sinónimo de modernidad, fue un regalo de la Autoridad Portuaria al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife por aquellos 500 años que cumplía la ciudad. Para conmemorar la histórica fecha, el acto de inauguración del artilugio se hizo coincidir con el tradicional Concierto de Navidad que la Orquesta Sinfónica de Tenerife celebra en el escenario montado en la Dársena de Los Llanos, frente al edificio del Cabildo insular.

Aquella noche, el cortante frío que llegaba de la mar también se colaba en la fiesta, pero en nada arredró a la gente, que se congregó con desbordante entusiasmo y una inmensa curiosidad junto a la fuente, tal era la expectación que había despertado. Mientras la Sinfónica, dirigida por Víctor Pablo Pérez, interpretaba un programa centrado en obras de Haendel, –una selección de El Mesías, la suite nº 2 de la Música acuática y la Música para los Reales fuegos artificiales– la mayor parte del público se entretenía siguiendo el haz de un láser que proyectaba siluetas de barcos, olas, figuras de corazones y que escribía mensajes de felicitación por los quinientos años de la ciudad. Aunque se había anunciado que el novedoso espectáculo de luz, música y color iba a comenzar alrededor de las 22:30 horas, no sería hasta la medianoche cuando estallaría en todo su esplendor.

Momentos antes de inaugurarse la fuente, las autoridades cubrieron la distancia entre el escenario y el al contradique del puerto deportivo a bordo de una guagua, resguardados del inclemente tiempo, provocando el espontáneo abucheo de quienes habían soportado estoicamente el frío durante horas, hasta que al son del pasodoble Islas Canarias se desató el ritmo de los chorros de agua, alzándose al cielo, danzando al compás de la música, tiñéndose de colores y mudando de formas y alturas. El público rompía en aplausos y exteriorizaba su admiración. Lástima que el sonido no estuviera a la altura de la calidad del espectáculo y que el viento desluciera en parte la plena capacidad del artefacto. Con todo, aquel ballet acuático se convirtió en el auténtico reclamo para el público: el protagonista de la noche.

La fuente Ballet Acuático, así denominada por la empresa Lumiartecnia Internacional, constructora de esa pieza, contaba con 60 metros de longitud, los surtidores verticales alcanzaban una altura de más de 30 metros y se completaba con un géiser que picaba los 50, además de una pantalla de agua sobre la que se proyectaban rayos láser. Por sus grandes dimensiones resultaba visible a una distancia de más de 100 metros, como también 95 millones de pesetas fue el precio que pagó la Autoridad Portuaria por este regalo, en forma de donación, al Ayuntamiento capitalino. El que por entonces era su presidente, Pedro Anatael Meneses, aseguraba que aquella fuente era «la mayor de Europa» de las que utilizaba agua de mar para su funcionamiento –una moda que había emergido con ocasión de la Expo 92 de Sevilla–, y que además quería convertirse en un «nuevo símbolo para la ciudad», en su deseo, más bien una utopía, de convertir al puerto de Santa Cruz «en el más importante del Atlántico». Por entonces ya se había entregado la obra del puerto deportivo de la Dársena de Los Llanos, a juicio de Meneses «el mejor de Canarias».

El alcalde de Santa Cruz de Tenerife, José Emilio García Gómez, se deshacía en elogios hacia una fuente que entendía como «reclamo para el turismo y la ruta de cruceros», también por lo que representaba en cuanto a acercar la ciudad más al mar, su razón de ser. Y en este sentido, ponía el acento en el Parque Marítimo de Cabo Llanos, que anunció iba a inaugurarse en el año 1995.

Lo cierto es que tras su colorido y aplaudido estreno, en aquella Navidad del año 1994, la fuente cibernética quedó fondeada en el contradique del puerto deportivo y, gracias a su mecanismo, alimentado por el mar, continuó proyectando chorros de agua, aunque sin música ni colores. Pero ya por entonces, los espectadores del espectáculo también eran otros y, además, se mostraban bastante críticos con el moderno artilugio. Los clientes de la Marina de Los Llanos, propietarios de los barcos de recreo allí amarrados, lejos de aplaudir se quejaban constantemente a la Autoridad Portuaria de que el agua elevada e impulsada por la fuente empapaba las cubiertas de sus buques cuando se metía viento.

La solución de compromiso fue varar la fuente en tierra en espera de una ubicación definitiva, menos molesta, y ahí comenzó su particular naufragio. En medio de la tormenta que ha representado el Plan Especial del Puerto y la deriva de las actuaciones en esa zona de enlace con la ciudad, la fuente acuática, alejada de su medio natural, terminó convirtiéndose en un estorbo en medio de tanta obra y se decidió apartarla en 2003.

A día de hoy, seca y destartalada, vive su agonía en el túnel del barrio de La Alegría que la Autoridad Portuaria usa como almacén y añora el baile de aquella noche.