“Cueva Bermeja no está abandonado sino lo siguiente”. Es la presentación que realiza de su barrio Gabriel Franquis, que está al frente del colectivo vecinal, que lamenta que el ayuntamiento solo les hace “cosas pequeñas”. Su mayor preocupación, que vuelvan a caer piedras desde lo alto de la ladera.

Una noche del pasado 5 de febrero, una piedra rodó por la ladera de Cueva Bermeja hasta caer contra un coche que estaba estacionado en la calle Misisipi. Afortunadamente estaba aparcado y solo fueron daños materiales, pero sembró el miedo entre los vecinos de este pueblo de la entrada de Anaga que vive con el miedo en el cuerpo y el temor a que cualquier día caigan sobre sus viviendas algunas de las rocas sueltas de la parte más alta de una loma sobre la que están edificadas las casas en las que viven 250 vecinos.

Gabriel Franquis, presidente de la asociación de vecinos, recuerda que hace ya tiempo se informó tanto a la concejala del distrito de Anaga, Macu Fuentes, como al concejal de Infraestructuras, Dámaso Arteaga, de la mala situación en la que se encuentra la ladera, sobre la que tiempo atrás se colocó una malla para evitar la caída de piedras. Incluso se llegó a utilizar un dron para verificar el estado; basta darse una vuelta para ver cómo las rocas, de diferentes tamaños, llenan el seno de la malla en su encuentro con la carretera. Recuerda que en septiembre pasado el alcalde visitó Cueva Bermeja y puso de manifiesto su buen estado físico en un barrio que se extiende en vertical. Corrimos mejor suerte. Con Gabriel al volante y en compañía de Juan Manuel Afonso, desembarcamos en el límite de la ladera, la calle Missisipi. A penas cincuenta metros subiendo por una angosta calle donde se puede dar la mano desde la ventanilla los vecinos nada más acercarse a las ventanas sobre una pista de cemento y una pendiente más que pronunciada.

Y es que en Cueva Bermeja se vive mirando al cielo, no solo por el miedo a la caída de piedras sino por su escarpada orografía. Como una característica de este núcleo, los numerosos árboles frutales que distinguen a este barrio, entre los que se encuentra un tamarindo, una maga o un nisperero. Se lamenta Gabriel que se cortara un naranjero para sanear la zona.

Apenas se ven los escalones

Junto a Gabriel Franquis y Juan Manuel Afonso, uno de los más antiguos del lugar, Pedro Miguel Rivero, testigo de cómo Cueva Bermeja creció sobre la ladera. Nacido, criado y ensolerado en el barrio; oficial de primera en la construcción, edificó una de sus casas y muestra desde el “mirador del río Misisipi”, en su desembocadura con la calle Río Amarillo, el desafío del vacío. Tal es la pendiente que apenas se aciertan a ver 30 de los 120 escalones de la vía. ¡Imagínese el lector que tenga que subir por ahí la compra! O trasladar a un enfermo. Por ello, plantean que se habilite un paso a mitad de camino para que conecte Río Misisipi y Río Amarillo que permita al medio centenar de vecinos que beneficiaría el atajo el tener que pensarse el salir de casa...

Antes, nada más adentrarnos al barrio, llama la atención un equipamiento deportivo de lujo, tanto en superficie como por el buen estado que presenta, presidido por un mural, fruto del trabajo y la insistencia de la asociación de vecinos que reclamó a través de Gabriel Franquis la mejora del campo y las gradas hace dos años, siendo entonces Macu Fuentes directora del distrito de Anaga. “Las grietas en el suelo eran tan grandes que hasta podías meter la mano”, asegura Gabriel, para mostrar su satisfacción porque en el mandato anterior lograran que se instalaran unos módulos de calistenia. Ahora, a su lado, ya trabajan en la incorporación de un rocódromo, si bien antes les han comprometido a través de los presupuestos participativos unos 9.000 euros para la instalación de unos focos. También a la entrada, frente al polideportivo, al otro lado de la calle, la casa o chalet de los camineros, construida con teja francesa hace más de cien años y demolida hace dos, un lugar que el colectivo reclama que retiren las vallas y en su lugar pongan unos banquitos para tomar resuello antes de seguir la subida.

El presidente vecinal dirige al visitante hasta el muro de la calle Río Orinoco, que casi parece suspendida en el vacío y con riesgo de desplome, por lo que reclaman la inmediata intervención para evitar que se desplome la vía a la vez que reclaman la reposición de una nueva acera. “Esta calle la hicieron los mismos vecinos hace más de sesenta años; al ayuntamiento no le costó nada”, cuenta Franquet, que asegura que este barrio ha registrado un incremento de población de un lugar que navega entre los ríos que dan nombre a todas las calles.

Otra de sus demandas, un ajuste de horario en las líneas de Titsa que evitaría a cuantos van al médico tener que esperar la guagua de Chamorga de las 15:00 horas si adelantan la salida a las 13:30 o 14:00 horas, lo que beneficiaría a los más mayores del barrio.