Lleno hasta mitad de la bandera. Así se puede simplificar la ocupación que presentaban ayer las principales playas del litorales chicharrero, desde Benijo -con un paseo cerrado por obras inconclusas desde hace tres meses- hasta el Parque Marítimo, donde los usuarios comenzaron a animarse a partir del mediodía, cuando comenzaron a llegar a las reabiertas instalaciones que diseñó César Manrique. Este año no hubo colapso en el tráfico en Almáciga, donde se podía encontrar un sitio para aparcar sin problema por la mañana. No llovió, aunque la mañana estuvo encapotada en Las Teresitas y Las Gaviotas.

Poco antes del mediodía de ayer, Jesús Marrero, que regenta desde hace más de quince años la Venta Marrero, ultima los preparativos para tener todo a punto para la clientela que espera a partir de la una de la tarde; esta Semana Santa no ha llovido, y evita mentarlo, y se queda con el desconsuelo de que desde finales de diciembre se pararon las obras del paseo peatonal que lleva a la playa de Benijo. “Las comenzaron en verano; ahí estuvieron cinco meses. Entre el Cabildo y el ayuntamiento invirtieron más de 260.000 euros y aseguraron que tenían que invertirlo porque si no se perdía el dinero y mira, ven conmigo como para que veas lo que han hecho”.

A mitad de camino entre el primero restaurante que regentó, el Mirador, y la Venta Marrero, se descubren los materiales entongados entre la primera parte de un paseo empedrado. “¿Ves esto?”, pregunta Jesús, “pues es lo único que han hecho porque de aquí para allá no hay nada; lo dejaron abandonado”, se lamenta. “Parece que es mejor que los bañistas pasen por un andurrial de piedras que hay desde Almáciga para llegar hasta Benijo”.

Jesús se lamenta como si fuera dinero propio. “Yo estuve quince años trabajando en los hoteles de Las Américas y luego me vine para aquí y puse en marcha el Mirador y más tarde la Venta Marrero. Llevo 50 años en eso. Me vine a vivir a Benijo en busca de tranquilidad”, explica Jesús.

En la conversación, se lamenta de que a finales del pasado verano el Cabildo y el Ayuntamiento le vendieran como oro la obra del camino que desde hace tres meses está cerrado. “Sabemos que no hay turismo y que no vienen extranjeros; pero dejar esto así cerrado es dejarnos morir... Yo gracias a mis amistades y a la familia voy saliendo para adelante pero esto no es forma de ayudar a nadie; y esto no es el confinamiento, es que lo dejaron así y no lo han tocado”, se lamenta, mientras precisa que en el restaurante tiene a su cargo a cuatro trabajadores y para estos cuatro días de Semana Santa –desde el jueves al domingo– ha contratado dos extras. “Esta mañana me levanté a las seis y media de la mañana y fui a Makro, luego pasé por San Andrés. ¿Tú te puedes creer a que a las nueve y media ya decían que la playa estaba cerrada?”, se pregunta Jesús, si bien durante la visita se pudo transitar sin limitaciones. Jesús insiste. “Cuando hay mucho tráfico se ponen arriba y cierra el acceso a toda esta zona”, explica ante la presencia de agente de Medio Ambiente que están en la zona, pero sin cerrar el tráfico; solo parecen vigilar la zona.

Antes de continuar por el recorrido por las playas de Anaga, Jesús insiste: “¿No quieren nada de verdad? Aquí se come el mejor arroz caldoso, y si no pregúnteselo a la gente que viene de todos los sitios”, se despide.

De Benijo a Almáciga

Bajando de Beniijo, alto en Almáciga, donde aún al mediodía se podía encontrar sitio para aparcar; eso sí, con la picaresca de copilotos que se bajan para reservar la plaza en cuanto ven a alguno abandonar la zona o para reservar plaza antes de que se la ocupen. Hay más autocaravanas y ‘autofurgonetas’ que turismos normales. En primera línea de playa, Jorge y Alba, dos sanitarios peninsulares, siguen echados en la parte de atrás de su “furgo” el segundo rescate que realizan los socorristas de Cruz Roja. “Esta playa es peligrosa, ¡eh!”, afirman como saludo a sus interlocutores. El lleva viviendo el Armeñime desde hace cinco años; ella, dos en La Laguna. Llegaron la tarde del viernes a Almáciga. “Esto es un mundo por descubrir”, afirman sobre la Isla. “Hay mucho por conocer”, insiste Alba, antes de anunciar que tal vez ayer por la tarde o esta mañana arrancarían su furgoneta rumbo a otro lado de la Isla. Él es fisio y ella, terapeuta en empresas privadas. Admiten que este confinamiento ha hecho mella no solo entre sus pacientes sino en la sociedad en general que ha menguado la relación entre las personas. “Ahora se tiene miedo a salir, a hablar, a compartir”, admiten. Estando en Almáciga se sienten unos privilegiados de esta “naturaleza viva”. “No nos hemos encontrado con problemas para aparcar; esta temporada ha habido menos gente respecto a otras anteriores”, precisan, para recordar, en presencia de Mojo, su perro –que, de los 4 años que tiene, lleva uno adoptado por ella–, el buen ambiente que se respira en la zona. “Esto es una maravilla”, sentencia Alba.

Un poco más allá, en dirección al Roque de las Bodegas, Miki y sus amigos, disfrutan de la enésima partida de ajedrez desde que llegaron el martes... y esperan permanecer en la zona hasta hoy. “Unas veces jugamos a las cartas, otras al ajedrez, ponemos música de todo tipo, desde black metal hasta cumbia”, afirma Miki, el propietario de la autocaravana que adquirió hace dos años, tiempo suficiente para hacerle más de veinte mil kilómetros. “Lo mejor es que no tengo aquí cobertura”, afirma mientras se ríe y ante la complicidad de medio centenar de compañeros de aventura, mientras María habla con Isabel que disfruta del descanso sobre un chinchorro que parece levitar sobre la plaza.

“Somos furgoneteros”, se reconoce Miki, quien precisa que “en realidad nos dedicamos a la vendimia en Francia, pero con todo esto del confinamiento y el Covid la situación ha estado muy difícil. Nos vamos para allá en junio y regresamos en septiembre u octubre, aprovechamos cuando no hace tanto frío, aunque puedes estar también desde enero o febrero... pero es más duro”. Junto a la autocaravana han creado un minipoblado con otros dos vehículos que acotan un “patio” central orientando al mar donde disfrutan de la vida en común. “¿Ustedes ya se van o comen con nosotros?”, invitan a los visitantes.

Antes de abandonar Almáciga, Jesús y Pablo con dos niños. Cada uno con su coche y en el lado de la montaña. También han formado una “uve” y en el interior han colocado una mesa portátil con unas sillas y una piscina plástica. “Nosotros llegamos hace tres horas y vinimos a coger olas”, se apresuran a contar. No quieren líos y antes de que se les pregunten se deshacen en explicaciones. “En cuanto comamos, nos vamos”, cuentan bajo los toldos que han desplegado entre sus dos vehículos.

Roque de las Bodegas

En la hora y media que llevamos en Almáciga ya ha pasado tres veces un coche de la Policía local, y en la caseta de madera están cuatro socorristas mientras una zódiac de Cruz Roja no para de dar vueltas en el mar pendiente a unos jóvenes que varan olas y que la corriente pone a prueba su destreza.

En la playa del Roque de las Bodegas, otro operativo de Cruz Roja también con cuatro socorristas, mientras los bañistas siguen llegando en la guagua de Titsa con sus tablas de surf y muchos con un traje de neopreno que ya en la orilla en enfundan haciendo equilibrios entre las piedras.

En Casa África satisfacción porque alguien oyó su plegaria. Sábado Santo y no llueve, por más que de vez en cuando el día aparezca encapotado.

Manga baja en Las Gaviotas

Del Roque de las Bodegas a Las Gaviotas, donde a la una de la tarde hasta los tres socorristas de Cruz Roja siguen atento la evolución de algunos bañistas. Menos de media playa llena, lo que atribuyen a que la marea está muy baja y la pleamar será casi a las seis de la tarde. Entre los efectivos desplegados allí, uno de ellos lleva más de tres años y evita dar su nombre porque la organización les autoriza a desvelar su identidad: “Tenemos que pedir autorización”, advierte. Desde su experiencia personal cuenta que en los primeros días de Semana Santa se cerró la playa de Las Gaviotas porque la zona de aparcamientos estaba ya llena, aunque la playa ha estado a la mitad. “Otra cosa es cuando sube la marea”, advierte, mientras se lamentan del frío de la mañana en una playa al socaire de la montaña, afirman enfundados en mangas largas.

Subo al centro de Santa Cruz, alto en la playa de la capital: Las Teresitas, donde llama tanto a atención que no hayan colas para entrar como el alto número de autovaravanas que se localizan en la parte de atrás de la playa, la parte más próxima la yacimiento que dio nombre a la zona. El lugar para personas con movilidad reducida está llena, a diferencia del resto de la zona. Tiempo para la nostalgia de la fotógrafa María Pisaca, que recuerda cuando venía con su padre al kiosco de Pepe Ramos a disfrutar de una tapa de ensaladilla y unos berberechos... Tiempos.

Desde las playas de la Anaga profunda, a la Santa Cruz más turística, donde los bañistas tardaron en ir al Parque Marítimo, después del mediodía. Lo dice Miguel Ángel, catedrático en mundología, que lleva el acceso. De las 1.100 plazas el viernes se ocuparon 660. “Hoy (por ayer) vendrán más y mañana (hoy, domingo), unas pocas más. Y menos más que se impuso el sentido común y quitaron lo de la mascarilla para tomar el sol”, se atribuye como una victoria.