En Las Moraditas la vida sigue casi igual que hace cuarenta años si no fuera por el incremento de okupas. La vía Hermigua mantiene cla capa de cemento; los aparcamientos de la plaza, cerrados. El tiempo se paró a la par que la obra del eje Ofra-El Chorrillo. Hicieron las bases del puente y... se acabó. Sonia, Carmen y Teresa, la resistencia, elogian la labor de quienes prestan servicio a la comunidad, que además cuidan más los jardines que el personal municipal.

En Las Moraditas se cumple aquella máxima bíblica de que los primeros serán los últimos. Es el primer barrio de Santa Cruz de Tenerife que encuentra el conductor de la autopista cuando baja desde La Laguna y, sin embargo, es uno de los últimos en atención municipal, según algunos de sus vecinos, que desde 2017 adelantaron por la derecha a la asociación del barrio para hacer valer la voz de los residentes que, aunque no organizados, trasladaron su inquietud para defender la ansiada calidad de vida. El primer pulso en la lucha, en 2017, llevó a los residentes a pedir a Sonia Rodríguez que liderara las gestiones para evitar que una obra acabara por imponer la doble dirección en el barrio, cuando precisamente la trama urbana establece un sentido único en su casi medio siglo de vida, al margen de que la configuración impide otra alternativa a no ser que sea a costa de morder los pocos aparcamientos que existen en la zona.

Junto a Sonia, Teresa Plasencia y Carmen Martín han secundado la defensa de un barrio que vive congelado en el ayer, con la única variación del desembarco de okupas, un fenómeno en auge. Sirva como ejemplo del olvido al que ellos consideran han sido sometidos durante décadas, el hecho de que hace 27 años se construyó a la entrada del barrio una plaza con 40 estacionamientos para vehículos, soterrado. La humedad se la come, a la espera que los técnicos resuelvan su apertura o subsanar las carencias para su reapertura. Eso sí, estas instalaciones, a las que los diferentes equipos de gobierno que se han sucedido en la Casa de los Dragos no han buscado una solución técnica para abrirlas al uso que se creó, sí se han habilitado cada cuatro cuatro años como colegio electoral, pero desde hace meses están chapadas.

En septiembre pasado, el alcalde de Santa Cruz acudió al barrio “para presentarnos un plan de actuaciones. Se limitaba a acciones de asfaltado y mejora de jardinería. ¿A quién le preguntó para llegar a esas conclusiones?, se cuestiona Sonia Rodríguez. Precisamente en la plaza que habilitó sobre los aparcamientos del olvido hay unos módulos infantiles a la espera de que vuelvan los niños al barrios, cuando tanto Sonia, como Carmen y Teresa, consideran que sería más práctico habilitar módulos biosaludables acordes a la edad de la población: “Aquí hay más mayores que niños”, cuentan, y aseguran que de los más de mil residentes, el 80 por ciento “es gente mayor”.

Estas activistas vecinales de Las Moraditas afirman que los jardines del barrio “están mejor cuidado por los vecinos, que cumplen allí los servicios a la comunidad, que por los operarios que pertenecen a Parques y Jardines”. Hablan de asfalto y Sonia nos lleva a pie de calle. En los más de cuarenta años de historia de Las Moraditas, la vía Hermigua nunca se ha asfaltado, sino que mantiene un atesado de hormigón.

Entre los quebraderos de cabeza de estas residentes, la nutrida presencia de empresas, que se traduce en vehículos –coches y motos– del personal, por lo que a los esidentes se les hace misión imposible conseguir estacionar.

En Las Moraditas llueve sobre mojado, se lamentan. Plantean los mismos problemas que hace cuatro años: la situación de los aparcamientos o la denuncia de solares abandonados y que no están debidamente murados. “Ya nos conocemos la historia porque cuando lo denunciamos en la Comisión de Sugerencias y Reclamaciones en el mandato anterior –todavía en este período no se ha constituido– nos dijeron que no podían hacer nada si no eran propiedades municipales y que, además, tenían que averiguar el nombre de sus titulares para emplazarlos a cerrarlos para, si no, intervenir el ayuntamiento y luego pasar la factura el propietario”. A Sonia, Teresa y Carmen no les ganan en tesón, y averiguaron la titularidad de los terrenos, advirtiendo que uno de los solares es de titularidad municipal, una labor de investigación que de poco sirvió porque la parcela sigue sin estar acotada.

De paseo por la calle, muchos vecinos mantienen la costumbre de dejar junto a su fachada unas garrafas de agua, convencidos de que así los gatos respetarán la fachada. En Chafira, casi al fondo de la calle, el proyecto Convive Taco quiso dejar su impronta en forma de fresco y hasta unos estudiantes de Bellas Artes plantearon proyectar un mirador con un huerto urbano que se comenzó a idear y tomar forma en 2017,en el que se limpió la maleza para plantar el olvido. Eso sí, un cartel recuerda al visitante: “No tires basura. El medioambiente te vigila”, aunque mejor sería cambiar la leyenda y recomendar: “Cuidado con los escalones”, que anuncian un paso hasta el vértigo.

En el recorrido, Sonia señala el problema de filtraciones que afecta(ba) a las casas de la calle principal y que el ayuntamiento resolvió colocando junsto en el lado opuesto de las cuatro fisuras del pavimento “cuatro pegotes”. Como la suciedad del jardín que acota una escalera peatonal que incorpora delante palabras bonitas y solidarias, de la que falta limpieza.

“Antes al barrio solo lo conocían cuatro gatos, pero ahora todos saben dónde queda gracias al Guachinche Casiano, y eso que faltan aparcamientos... pero es que encima se come bien”, elogia Sonia. Al paso por el número 66 de la calle Chafira, alguien del ayuntamiento logró que colocaran dos vallas... como si eso resolviera el riesgo de que se vaya a caer, que fue la alerta que dieron hace ya años las luchadoras de Las Moraditas.

Cuando nos adentramos desde Chafiras a la calle Tamaduste, el visitante descubre el verdadero estado de abandono del proyectado eje Ofra-El Chorrillo. Desde la autopista se observa un puente que no conecta con ningún margen, y es que en Las Moratidas hicieron las bases de las columnas y las dejaron a la deriva, como la chalana que permanece fondeada en el barranquillo.

El paseo por el barrio deja al descubierto la necesidad de un plan de fachadas, como pide Sonia, para mejorar la imagen de unas viviendas que fueron bautizadas con pintura, y poco más han sabido de ella. Muchos propietarios son ya pensionistas y con sus sueldos no podrían afrontar el coste de la mejora, por lo que Sonia sugiere ayudas municipales. Digno de mención es el auge de okupas; los hay que se contentan con ocupar viviendas viejas y en mal estado y quien mora en edificios: en la parte alta, su residencial, en la parte baja, su local de trabajo, y en la acera, para los despojos del material que un día sí y otro tambíen abandonan.

El circuito vial también hace temer por la integridad física de Ángel, un vecino con movilidad reducida que transita con su silla de ruedas por la calle Tamaduste y el alma en vilo, por si viene un coche. Las vecinas piden una manita de cariño, en forma de asfalto, para que Las Moraditas sean dignas moradas para sus vecinos.