En compañía de José Luis Díaz, vecino, y Ángel Brito, vicepresidente de la asociación Azorín, nos adentramos en el antiguo polideportivo ocupado hace dos décadas por chabolas.

Entre los moradores más antiguos, Hassan y Domingo, que levantó su infravivienda hace 18 años, y hace cuatro convive con Cande. “Me vine aquí porque me lo pidió él; yo estaba en un piso compartido”, cuenta.

Ambos se conocieron de niños en Los Realejos, de donde son naturales, y la vida los ha vuelto a reunir en la trasera del Pancho Camurria. Él –que cumple 69 años el 12 de febrero– desarrolló su labor en la construcción, hasta que la crisis le pasó factura. A sus sesenta y nueve años tiene tres hijos y cuatro nietos. Ella, de 60 años, trabajó en hoteles del Norte de Tenerife, tiene cuatro hijas –de edades comprendidas entre 40 y 29 años– y cuatro nietos. Como si hubiera sido ayer cuando ocurrió, Cande rompe a llorar: “Y perdí un niño de ocho meses de una paliza que me dio él –dice en referencia a los padres de sus hijos de los que se separó por malos tratos–; lo tengo enterrado en el cementerio del Puerto de la Cruz”.

Cande ya se ha acostumbrado a vivir en su chabola, que hasta le pusieron piso aunque no tienen luz y agua, solo las dos horas cuando encienden un motor por la noche, para jugar al domino, cenar y luego acostarse.

“Estamos cansados de mentiras; hemos pedido una vivienda y nos dan largas; solo recibo la no contributiva, a penas 400 euros con lo que nos subieron”.

Hace ocho años operaron a Domingo de cáncer de pulmón, y desde entonces tenía que tener un respirador... pero no tienen luz. Dentro de poco lo van a operar de próstata. “No sé si es bueno o malo, pero... ¿cómo va a venir aquí del hospital?”, añade Cande mientras clama por un piso, agradecida al trato que le da la UMAS que le lleva el control médico.