Vecinos del barrio de Azorín lamentan la inseguridad con la que casi se han acostumbrado a vivir. “Las peleas aquí son constantes. La del domingo, con arma blanca, fue porque un indigente se compartir a una cerveza con otro”. La asociación vecinal cree la solución pasaría porque la Policía -sea Local o Nacional- patrulle por las calles, y porque se impliquen Cabildo y Gobierno. “No se puede centralizar aquí todos los recursos asistenciales como han hecho”.

En las puertas de la asociación de vecinos, a veinte metros del Centro de Acogida Municipal, un grupo de vecinos del barrio de Azorín y de residente se lamenta que alguien quiera pensar que desde este colectivo se aliente la xenofobia o la inseguridad por quejarse de la situación que soportan a diario. “Quien nos acuse de eso, que venga y pase aquí no un día, sino una semana”, comenta José Luis Díaz, un vecino de la zona. “¡Cómo me pueden acusar de xenofobia cuando yo estoy casado con una hondureña!”, se lamenta. “Otra cosa es que pida la intervenciones de todas las administraciones, que no solo sea el Ayuntamiento, sino también el Cabildo y el Gobierno de Canarias quienes amplíen los servicios para los colectivos más vulnerables y no centralicen todos los recursos en esta zona”.

José Luis nació en Azorín hace 55 años y en la actualidad vive en la casa que fue propiedad de su abuela. Mira a la barriada de Cepsa y explica: “Hay dos bloques que construyó la Refinería –hace unos sesenta años– y se los ofreció a sus trabajadores, de ahí que hoy se le denomine así”. “Donde ahora está el albergue estaba El Refugio, que puso en marcha para las personas necesitadas don Cristóbal Rafael Pérez Vega, que fue el párroco de toda la vida de Los Gladiolos”.

Víctor Ravelo, secretario de la asociación de vecinos Azorín, interviene para precisar que “la situación en los últimos cuatro años se ha agudizado, pero se ha empeorado mucho más desde la pandemia, hace más de cuatro meses. Ahora caminas por la calle y ves a los indigentes sin mascarilla, fumando o escupiendo”. Tercia El Abuelo –como llama cariñosamente el vicepresidente de la asociación, Ángel Brito, al vecino José Luis Díaz–, para precisar que “la situación ha empeorado con la pandemia. “La cola a la puerta del albergue llega por la calle Valle Inclán hasta la barriada Cepsa, y hasta tememos dejar las puertas abiertas porque entran; ya una vez hasta encontramos cartones dentro porque habían pernoctado”.

El secretario del colectivo Azorín continúa: “Aquí se ve más a la Policía Nacional que a la Local, aunque también vienen cuando se les llama, pero lo necesario es que patrullen por las calles del bario”, pide casi como una exigencia, mientras cabecea dando su aprobación José Luis.

Ángel Brito recuerda que la asociación había pedido que colocaran una plaza reservada para un coche de policía por fuera de la asociación; Víctor Ravelo plantea: “O que pongan aquí una oficina”.

Junto al 24 horas de la plaza Manuel Castañeda, que vende cerveza barata, en las últimas semanas un niñato, según cuentan los vecinos, se dedica también a venderlas a cualquier hora por la zona de la plaza donde el domingo pasado hubo una reyerta. “Y luego te tiran las latas a los jardines”, apostilla Víctor Ravelo casi como mal menor a lo que soportan.

“Sabemos que el Ayuntamiento está desbordado, pero esta situación la han creado ellos. Se necesita más colaboración del Cabildo, del Gobierno. No queremos que los boten a la calle, sino que busquen un centro que los pueda acoger y que no todo lo soporte Azorín. Y esa es la responsabilidad del alcalde que es quien representa al municipio”, añaden.

Masificación de recursos

Francisco Díaz de Valdeón, otro de los vecinos de Azorín, recuerda que en la zona están usuarios del albergue, y también otros que buscan cobijo en el parque Manuel Castañeda y en el Pancho Camurria. “Aquí vienen también aquellos que cumplen el tercer grado en Tenerife II y que solo duermen allí”. “A todos los indigentes de Santa Cruz nos lo han metido aquí, en las calles Azorín, Valle Inclán o Caracas”, precisan.

José Luis recuerda que algunos vecinos, entre los que se incluyen, hasta hacen compras y se las llevan a alguno de los ocupantes de las siete chabolas que hay en el Pancho Camurria. “Allí está don Domingo, que es una persona muy seria, y convive con su pareja”, precisa. Francisco Díaz incide: “No somos xenófobos; peleamos para erradicar la inseguridad”.

“No digo que no tengan empeño en solventar la situación, pero no se ve. Es cierto que vienen a Santa Cruz de todos los municipios de la Isla y hasta de otras”, apunta Francisco Díaz. El vicepresidente de la asociación no da tregua: “Pero es que encima Azorín es la puerta de entrada a Santa Cruz y es el rincón del olvido”.

“Esta mañana estaba trabajando en el parque Viera y Clavijo y un indigente me vino a pedir dinero porque dice que había estado en el albergue y no lo atendieron. Fíjate cómo saben dónde tienen que acudir y que el referente es este barrio”, comenta otro vecino.

El secretario del colectivo admite que “hay algo que ha mejorado mucho: la limpieza; antes las aceras estaban todas negras y no podías transitar por ellas porque te quedamos pegado”.

“Lo que es una pena es que en la misma puerta del pabellón Pancho Camurria hay un coche abandonado desde hace lo menos dos años y ahora está viviendo una pareja”, se lamentan.

A mitad de camino entre Azorín y la calle Caracas, en la parte baja del barrio Somosierra, se localiza la plaza donde tuvo lugar la pelea del domingo pasado por una cerveza. Allí se ha instalado desde hace dos años don Ventura, precisan otros residentes, que llegan a apuntar que tiene vivienda en un edificio de la calle Caracas, pero prefiere pernoctar en un banco que está atestado de cartones, viejos enseres... Va al albergue a desayunar, almorzar y cenar y luego regresa a esa choza, que no ostenta ni siquiera ese rango, señalan los vecinos mientras recorremos la zona.

“Esta mañana vino un chico vestido de rojo que me dijo si lo podía afeitar”, apunta Ángel Brito, para recordar que la asociación ha organización de la mano de Nuevo Estilo Imagen pelados solidarios, pero con la pandemia lo han suspendido. “Le dije si no lo podían atender en el albergue y le dijeron, por lo que me contó, que sólo cortan el pelo”.

De la plaza Caracas, domicilio de don Ventura, a las siete chabolas del Pancho Camurria. De nuevo, José Luis y Ángel insisten: “La seguridad y la limpieza es algo que no se puede bajar la guardia”. “Es una lástima cómo está la zona; me consta, porque me llamó la concejala del IMAS, Rosario González, que quitaron todos los colchones cuando se abrió la ampliación con 35 plazas en el pabellón, pero mira cómo han vuelto”, explica el vicepresidente de la asociación mientras señala la parte de atrás del complejo.

En el barrio 88 de Santa Cruz –las chabolas del Pancho Camurria–, se ve sede de la asociación de vecinos Azorín. “Ese es el baño público”, cuenta Ángel, que recuerda que antes del confinamiento daban clases de zumba y baile y no podían abrir las ventanas por el hedor del jardín que delimita el exterior con la carretera.

“Las peleas son continuas”, reitera José Luis. “Un baño público está junto a la asociación y el otro, en la calle Valle Inclán”. Otros residentes de la zona nos conducen hasta los bajos de la urbanización de Los Verodes, bajos donde incluso se llegaron a montar iglús hasta que fueron tapiados y que hoy temen que los vuelvan a forzar. “Ahí se reúnen, hacen sus necesidades, y las barandillas son su tendedero”. “Y ojo cuando quiten La Candelaria, ¿a dónde van a ir los okupas que viven ahora en la barriada cuando entreguen los pisos nuevos”, plantea Ángel Brito, harto de promesas incumplidas.