Tras adentrarnos a la Península de Anaga por la autovía de San Andrés, la propia naturaleza no pone la alfombra sino un túnel vegetal al visitante para arroparlo, una vez superada la carretera de Taganana, por el trayecto hasta Casas de la Cumbre, el techo de Santa Cruz, un caserío constituido por unas sesenta casas salpicadas entre un verde frondoso que habita un centenar de vecinos, según los cálculos de Fulgencio Ramos, quien nos invita a visitar la zona y conocer los avances. “Llevo años pidiendo la mejora de los caminos”.

Nacido el 16 de febrero de 1946, Fulgencio se estableció en Casas de la Cumbre hace ya casi medio siglo; junto a su esposa, Mari Siverio, han sacado para adelante a sus res hijos: la mayor, enfermera, trabaja en Neonatos del Hospital Universitario de Nuestra Señora de La Candelaria; el segundo está dedicado a los deportes de contacto físico y la tercera trabaja en un bar mientras se prepara unas oposiciones para acceder a la Policía.

Casas de la Cumbre, el techo de Anaga

El padre de Fulgencio era de Roque Negro y su madre, de Afur. Mirando atrás, recuerda que cuando comenzaron a vivir allí no había ni luz; solo había gas butano, cuenta con ese humor socavón que lo distingue: “El gas butano ha salvado el monte”, asegura después de invitarnos a pasar a su casa, un mirador privilegiado de Anaga.

Siendo joven, recuerda, comenzó cargando cisco, orquetas, varas, leña –”hasta 25 kilos llegaba a portar”–; luego cambió de trabajo que precisaba que se echara a caminar hasta La Laguna por los caminos, de madrugada, y de ahí luego conseguía transporte para ir a playa San Juan, hasta llegar a trabajar en una finca del Sur de la Isla. De ahí pasó a la fábrica de botellas de don Imeldo para dedicarse a hacer carreteras... Con una pala, trabajó en la construcción de numerosas vías –alguna en Anaga e incluso de noche, se ríe de forma pícara, al referirse que los vigilantes forestales se sorprendían cuando la veían hecha de un día para otro–. También esculpió la carretera del Norte, la dársena, una ampliación del cementerio de Hoya Fría –como lo denomina él–, la iglesia de Pedro Álvarez en Tegueste; o los cementerios de San Juan de la Rambla o La Guancha, ya en el Norte.

Casas de la Cumbre, el techo de Anaga

A Fulgencio se le reconoce como un histórico del movimiento de participación ciudadana de Anaga, si bien se apresura a destacar la labor, y la amistad que mantiene, de Severiano Bermúdez, padre del actual alcalde de Santa Cruz y un histórico en la presidencia de la Federación de Asociación del Litoral de Anaga (FALA). “Se creó el Parque Rural de Anaga y luego vino la declaración de la Reserva de la Biosfera, donde vivimos, pero no se dan cuenta que mucho del suelo es privado”, precisa su esposa, Mari Siverio.

Limpieza de los caminos

Tanto Fulgencio como su esposa celebran la intervención de la concejala del Distrito Anaga, Macu Fuentes, a quien le hicieron saber de su solicitud para que arreglaran los caminos; “también le mandamos un mensaje al alcalde, que nos respondió, y estamos muy agradecidos”. “El miércoles de la semana pasada se presentó Macu en casa; tan pronto que hasta estábamos en pijama”, se ríe Fulgencio. “Tiene un corazón enorme. Vino a casa y escuchó y vio el problema. Le comentamos que la gente del convenio que trabaja limpiando los caminos mejor es decirles que se queden en su casa y mandarles el dinero”.

Desde finales de semana, el Distrito de Anaga ha contratado la am empresa Señalizaciones Tenerife; “esta gente es otra cosa”. Fulgencio señala desde su particular atalaya y despliega su sabiduría: “Ahí está Guasnada, y están limpiando esos caminos que ves, y también el Camino del Bicho hasta Los Toscales, de donde se llega a Roque Negro; también que el une Los Carreteros que llega a Guasnada y el camino de Barranco Sabugo hasta donde le dicen la Degollada de los Toscales, que llega a Taborno”. “De la misma forma que se le dice lo malo, se cuenta lo bueno”, reitera Fulgencio, que celebra el ritmo de los trabajos de la empresa que está ahora, “gente buena como cuando contratan a Dragados o a los del convenio de Gesplan”, precisa.

Su esposa, Mari, recuerda que esos caminos los transitaba el párroco de Taganana, Isidoro Cantero Andrada, que prestó ahí su apostolado durante 62 años; “imagínalo caminando con sotana”, para precisar que la primera iglesia que se hizo luego en la zona fue la de Taborno, luego Afur, la de Roque Negro y, por último, la de Casas de la Cumbre. Hoy brindan porque los caminos vuelven a ser transitables, “lo digo como vecino, no como asociación”, matiza.