El diálogo con los veteranos de los barrenderos de Santa Cruz deja entrever un sentido de pertenencia con la zona donde desarrollan su labor. Frente a la condición de capataz de José Luis Salas, que dibuja una Santa Cruz por parques de barrio que evidencia una óptica más global, se encuentra Bernabé Álvarez, que habla con entusiasmo de Anaga. De hecho, cada mañana se levanta a las tres para luego realizar la ruta que le lleva por Taganana, Roque Negro, Afur, Taborno y Chamorga... Tal es el conocimiento y complicidad con la zona y los vecinos del lugar que habla con sentido de pertenencia: "Tengo hecha Anaga a mi mano", prueba del celo por su labor.

En Las Teresitas ocurre algo similar que con Bernabé en Anaga. En el caso de la playa principal de Santa Cruz es Miguel Ángel Hernández el que se encarga de cribar la arena y "peinarla" a diario. Se refiere a esta labor de la misma forma que el padre o la madre que acicala a su hijo cuando se dispone a irse a clase. Eso sí, más allá de una cartera, vacía, no ha encontrado artículos de valor; han primado los rescoldos de los botellones. La irrupción de la Covid-19 ha parado todo eso, admite José Luis Salas, que de nuevo evidencia su capacidad de organización. "El virus nos ha obligado a modificar los servicios y a adecuarnos a las necesidades de fumigar todo, potenciando el uso de productos desinfectantes". Recuerda este capataz de Valoriza que durante el confinamiento se redoblaron los esfuerzos para garantizar la máxima desinfección en las zonas donde estaban abiertos los servicios básicos -los únicos que permitía el confinamiento del 13 de marzo al 23 de junio- como farmacias, supermercados, tiendas de alimentación en general, por lo que se redoblaron esfuerzos en los tres turnos de trabajo.

Gregoria Martínez. Si Bernabé es una de las personas que miman Anaga y Miguel Ángel quien peina la playa de Las Teresitas, Gregoria lleva desde que entró en el servicio -hace doce años- limpiando el parque García Sanabria. Antes trabajaba de tarde, hasta que la pasaron a la mañana.

Vecina de Los Baldíos, se levanta a diario a las tres de la mañana, apenas tres horas después de irse a dormir "para tener tiempo para desayunar" -dice, con una sonrisa- y poner rumbo al trabajo. Le salva, admite, que luego a primera hora de la tarde se echa una o dos horitas para ganar tiempo para el descanso.

En medio de la conversación, que tiene precisamente el parque como escenario, tiene el acto reflejo de coger la palmera para retocar uno de los paseos: "Para mí el parque es mi casa, y me pongo nerviosa cuando veo hojas sueltas"... Hace cinco años se quedó viuda y ha seguido al frente de la casa, tirando para adelante con su hija y cuidado en casa, cuando llega del trabajo, de su madre y su hermana, que están enfermas. Le puede el optimismo y el saludo diario de los habituales que frecuentan el parque, como si fuera su otra familia.