Davinia es la cuarta generación de la familia Déniz de María Jiménez, de las más antiguas de este barrio que se descubre a la entrada de Anaga. Curiosamente, hay menos distancia desde esta zona a las ramblas que desde la avenida de Anaga al Auditorio y el Recinto Ferial, "y sin embargo las diferencias en la conservación del viario y los servicios que reciben unos y otros vecinos son evidentes", cuentan.

Nada más adentrarnos cerca de la Casa del Inglés hacia María Jiménez, llega el primer reto: buscar una plaza para aparcar, y eso después de renunciar a subir a La Quebrada, una vía de doble sentido que tiene limitada la velocidad a 20 kilómetros por hora cuando por condiciones físicas del espacio lo que está reducido es el ancho para permitir el paso de dos vehículos a la vez. Y lo que es peor, la escarpada orografía del terreno, de unas construcciones que se levantaron desafiando la verticalidad de esta ladera de María Jiménez, invita a los residentes a poner entre algodones sus electrodomésticos y enseres para evitar tener que cargarlos.

Enfilando San Juan Evangelista y girando la primera calle a la izquierda se localiza La Quebrada, nombre de la zona que parece una profecía de la situación que afecta a la calle en la que se distribuyen tres inmuebles que pertenecen a la familia Déniz, cuyo patriarca era José Déniz el Carpintero, que tuvo 21 hijos, precisa Davinia.

Estas casas son casi centenarias, cuenta, al referirse a la que hasta hace dos años ocupó su tía Adela Déniz. A comienzos de la primera década del siglo XXI aparecieron unas grietas que pusieron en alerta a la familia, que puso los hechos en conocimiento de los técnicos de la Gerencia de Urbanismo. "Tras una inspección, nos dijeron que el terreno estaba cediendo y que si no había ido a mayores era gracias al muro de contención, elaborado con piedras por nuestro mayores, que ha impedido un mayor desplazamiento del terreno. El detonante de la denuncia presentada en Urbanismo fue que un día empezaron a caerse los azulejos de la cocina".

"Hace seis años le llegó la primera carta de Urbanismo a mi tía, en la que le daban 72 horas de plazo para recoger sus pertenencias y abandonar el inmueble. Como pudo, lo fue retrasando, hasta que ya hace dos años tuvo que abandonar la vivienda en temor de que las grietas fueran a mayores. Las ventanas y las puertas fueron cediendo y deformando", precisa, una explicación que justificaba los intentos estériles de Davinia para abrir la puerta de la vivienda que se ha quedado anclada porque ha cedido el dintel.

Por fuera, la calle que une las tres viviendas, todas de la familia Déniz, se ha convertido en una vía de obstáculos, totalmente deformada por un terreno que evidencia el paso del tiempo. Davinia pide la ayuda de su prima para que nos acompañe y facilite la entrada a la vivienda que abandonó su tía hace dos años por la parte de atrás. De nuevo, salida por la calle para subir por la escarpada vía a la trasera, y desde ahí, bajamos desde la parte alta al acceso. La luz limitada no impide descubrir una amplia vivienda que hace medio siglo fue el hogar de casi una quincena de personas. Al llegar a la puerta principal, la presencia de puntales advierte de la gravedad de la situación. "Hace ya años mis tíos incluso le pusieron el techo nuevo, pero el terreno sigue cediendo".

Davinia pide ayuda con desespero. Esta vivienda está condenada y cerrada, y su tía, a la que las autoridades municipales le llegaron a prometer una vivienda para que saliera de esa casa que amenaza ruina, se trasladó a una casa que le prestó un familiar, a la espera de recibir la ayuda que se quedó en una mera promesa.

"Nosotros lo que pedimos es que el Ayuntamiento arregle la calle, para que se puedan salvar las viviendas", dice esta joven en presencia de otro familiar, María del Pino Déniz, que vive en el número 3 de la calle Milán. Su casa, al estar en medio de las tres que están construidas en la zona, está más protegida y menos afectada, sobre todo por el retranqueo de la construcción, que está delimitada por unos muros que delimitan una zona propia para un jardín que acaba de reponer su hijo. "Él es amañado y me ayuda", precisa María del Pino, que, a sus 73 años, se apresura a apostillar: "Yo llevo toda mi vida aquí". Su casa acaba de ser parcheada y las grietas interiores ya están reparadas, "pero esto estaba todo partido".

Davinia y María del Pino, junto a otros primos y sobrinos, aseguran que desde la Gerencia de Urbanismo han recibido largas para arreglar la calle porque "los técnicos dicen que el suelo donde está la acera es nuestro y al ser propiedad privada ellos no pueden hacer nada; si ese es el problema nosotros se lo regalamos y lo cedemos, pero por favor que arreglen la calle que se vienen abajo las viviendas", aseguran.

En un momento de la conversación se suma Marta, una propietaria de los pisos que se localizan en el edificio Vista Dársena, donde se instaló hace 18 años. "Aquí vengo a solidarizarme con mis vecinos y a apoyarlos en sus demandas". Para añadir: "A nosotros ya han comenzado a aparecer unas grietas en las paredes de los garajes, no son importantes pero poco a poco han ido a más y temo que pueda ocurrir lo mismo que a las viviendas de la calle Milán", cuenta en referencia al "edificio amarillo", como lo conocen en la zona, que se levantó en tres niveles sobre una planta común de garajes.

"Incluso vinieron de Emmasa para ver si el suelo se desplazaba porque había alguna fuga de agua, pero se descartó", precisa Davinia, aunque siembra la duda al cuestionar cómo han subsistido unos cañizos y hasta una higuera que estuvo en la zona hasta que lo impidieron los vecinos.

"Estamos cansados de que nos den largas. Cada día que pasa aparecen más grietas; a mi tía le prometieron alquilar una casa y nunca más se supo; tampoco muestran preocupación por arreglar la calle", dice Davinia, que recuerda que la situación afecta a una tercera casa de su tía Nicodema, de 96 años. Y mira al suelo: "Ese cemento lo reponemos todos los meses para parchear; necesitamos que alguien haga algo", casi suplica.