Se cierra con este artículo la serie que EL DÍA ha venido dedicando, estos tres últimos sábados, a la celebración de los 180 años de existencia del Real Casino de Tenerife. Primero fue una entrevista con el que es su actual presidente Miguel Cabrera Pérez Camacho, después un artículo sobre su imponente edificio de la plaza de Candelaria a cargo del arquitecto Fernando Beautell Stroud. Me corresponde hoy dar una mirada histórica sobre lo que han sido esos 180 años de la institución. La entrevista fue brillante; el artículo, muy didáctico y no menos brillante, espero, al menos, no desentonar.

De hecho, ya hace meses que el Casino ha cumplido 180 años. Fue en enero de 1840, cuando se fundó. La situación parecía estable, reinaba, en nombre de su hija la que luego sería Isabel II, la Reina Regente María Cristina. En 1837 se había aprobado la nueva constitución que ponía paz entre progresistas y moderados. Sin apenas hacerse notar había aparecido un movimiento que sin violencia y sin derramamiento de sangre estaba invadiendo Europa: el Romanticismo. Consecuencia directa de este movimiento fue la aparición de los casinos, de los círculos, o de los clubs ingleses, denominaciones distintas según el lugar. Su creación obedecía a la necesidad de disponer de un lugar de reunión, al mismo tiempo de aislamiento, donde tertuliar, leer libros y prensa y en ocasiones disfrutar de una alegre expansión, lejos de las apasionadas tertulias de los cafés.

Santa Cruz, en ese entonces, era una pequeña población de pescadores, de chicharreros, que tenía poco más de ocho mil habitantes. Dos activos importantes tenía esa pequeña población, la presencia de la Capitanía General de Canarias y el puerto, puerto alrededor del cual se desenvolvía toda su actividad. A través de ese puerto no solo se desarrollaban operaciones comerciales sino que también era la puerta de la cultura.

Dentro de los pocos vecinos afortunados que sabían leer un notable grupo de ellos recibía información del exterior por las publicaciones que llegaban en los barcos que tenían destino en el puerto o hacían escala en él. Como ya decíamos, en enero de 1840, 52 de esos vecinos decidieron unirse y crear una sociedad, a la que llamaron, Gabinete de Lectura y Recreo, donde dispusieran de un lugar para celebrar sus reuniones y donde coleccionar las publicaciones que recibían que no solo eran las que buenamente podían obtener de los barcos, sino que también eran suscriptores de prensa extranjera. En efecto. En el Boletín Oficial de Canarias del día 21 de noviembre de ese año se publica lo siguiente: “Leyóse un oficio de varios individuos (sic) del Gabinete de Lectura de esta capital pidiendo que se declaren francos de porte los periódicos que se entrecruzan por el correo de los reinos de España e Inglaterra según el tratado entre ambas potencias de 30 de noviembre de 1835”.

No fueron buenos años, los primeros años de vida de la nueva sociedad. Los problemas económicos, hacían casi imposible cumplir con los compromisos que su propio reglamento le exigían, un incendio les obligó a cambiar de sede en 1850, pero siempre en la misma plaza de la Constitución. Un año antes pasó a llamarse Casino de Santa Cruz. En 1854 un periódico calificaba al Casino como una flor exótica de muy difícil aclimatación. Pero no, se aclimató, aumentó de forma espectacular el número de sus socios, saldó sus deudas y en 1860 adquirió la gran casona conocida como la Casa Villalba, al otro lado de la misma plaza, donde ahora se encuentra el gran edificio actual. Los salones de esa Casa Villalba pronto se convirtieron en un polo de atracción para los santacruceros porque de sus bien informadas tertulias salían las noticias que corrían de boca en boca por toda la ciudad.

Pero además de la lectura, y las tertulias los estatutos obligaban a organizar para los socios actividades de recreo. “Mañana a las diez de la noche dará la Sociedad del Casino un gran baile a todos sus socios, en cumplimiento de uno de los artículos de su reglamento”. Así se anunciaba un baile en abril de 1855. Como recreo, aparte de los juegos legales el Casino organizaba frecuentes bailes, muchos bailes, cualquier acontecimiento era buen pretexto para ello. Esos bailes se pueden dividir en dos grupos, los que respondían a celebraciones de festivos o sin ningún motivo especial y los que se hacían como homenaje a personas relevantes o a los oficiales de buques de guerra, de cualquier nacionalidad que fueran, surtos en el puerto.

Muchos fueron los bailes homenajes que se celebraron especialmente en la segunda mitad del XIX. Los capitanes generales que fueron pasando por la isla, siempre que su actuación fuera considerada beneficiosa para la región, recibían su homenaje en forma de baile de etiqueta. En los años 1854 y 1859, se rindió homenaje a los generales Ortega y Ametller. En ambos casos el mismo protocolo. A las diez y media una comisión de la Junta Directiva con su presidente a la cabeza recibía al homenajeado, antes ya habían entrado el resto de invitados. En las escaleras y en los salones los jóvenes enfundados en sus negros fracs luchaban a brazo partido para que las engalanadas y enjoyadas señoritas les concedieran el honor de anotarles en su carnet de baile.

A las once y media empezaba el baile con el rigodón de honor que abrían el homenajeado con la señora del presidente del Casino, el baile entre rigodones y valses se mantenía muy animado hasta las dos de la madrugada cuando se pasaba al ambigú. Era entonces, en el ambigú, cuando se producía el momento romántico más importante de la noche : el brindis. Hacía falta un poeta para improvisar un brindis brillante y el Casino en aquellas fiestas los tenía: Fernando Final y Rafael Martín Fernández Neda.

En la noche del 23 de marzo de 1853 el Casino ofreció un homenaje al capitán general Jaime Ortega y el encargado de los brindis fue Fernando Final. Casi cinco años más tarde, el 20 de febrero de 1859, lo fue Rafael Martín Fernández Neda, esta vez en el homenaje a otro capitán general, Narciso Ametller. Pero antes de ofrecer su brindis al homenajeado ambos, cumpliendo con su condición de poetas románticos, alzaron su copa y brindaron: Por ellas, por las bellas.

Así terminaba Fernando Final su apasionado brindis: “Vosotras que con gracia seductora// nos mostráis el edén de los placeres// por vosotras hermosas brindo ahora.// Por vosotras bellísimas mujeres”.

Y así lo hacía Rafael Martín Fernández Neda: “¡Oh! Cuántos primores cuántos// brindando amores y encantos// aquí debe estar la gloria// puesto que hay ángeles tantos”.

Rafael Martín Fernández Neda murió en Madrid, donde publicó, con éxito, su libro de poemas Auroras. En el mejor estilo de buen poeta romántico se suicidó sobre la tumba de su mujer, cuando ésta murió.

Pero el baile que ha distinguido al Casino durante muchos, muchos años, ha sido el del Lunes de Carnaval. Una fiesta de carnaval, que por una extraña decisión fue durante el siglo XIX de etiqueta, ya avanzado el XX, pasó a ser mixto, de disfraz y etiqueta. Y hace pocos años, la aparición del Carnaval de Día ha hecho que desaparezca, me temo que para no volver. Hacia la última década del XIX, los lunes del Casino estuvieron a punto de morir de éxito, era tanta la afluencia de socios e invitados que no se cabía y la directiva se vio forzada a suprimir muchas salas para dedicarlas a salón de baile.

Durante el siglo XX, el Casino ha sido una institución de referencia en la vida de la Isla. Ha pasado por muchos momentos difíciles, la 1ª guerra mundial , la guerra civil, la 2ª guerra mundial. De todos ellos ha salido reforzado. En el año 35 de ese siglo se produjo un acontecimiento, quizás el más importante de la vida del Casino. Se consiguió construir el maravilloso edificio que hoy disfrutamos, bajo la presidencia de Faustino Martín Albertos. A partir de entonces pasó a denominarse Casino de Tenerife, porque ya tenía socios de toda la isla. La posguerra de la guerra civil fue una época muy complicada, no me resisto a contar algo que a mí me produce un sentimiento de ternura. En los años 40, el Casino comunicaba a a sus socios en la prensa que para asistir al restaurante era necesario aportar el cupón del pan de la cartilla de racionamiento .

Las actividades que el Casino ha desarrollado moviéndose siempre entre los dos polos de cultura y recreo son incontables, en los ciclos de conferencias se han traído a grandes figuras del mundo intelectual, político y científico, en la Semana de la Música a los mejores intérpretes, la biblioteca ha llegado a tener más de 9.000 volúmenes, algunos de ellos verdaderas joyas bibliográficas, las abundantes exposiciones pictóricas han dado lugar a que el Casino tenga una pinacoteca envidiable. En el capítulo de fiestas ya se sabe que las del Casino han sido y son siempre espectaculares y multitudinarias.

Decía el presidente Miguel Cabrera, en estas mismas páginas, que el mayor y principal patrimonio del Real Casino son, somos, sus socios, es cierto, y es a nosotros a quien corresponde continuar y mejorar, si fuera posible, esa incansable actividad que el Casino ha mantenido a lo largo de 180 años. Difícil empeño, por cierto, pero en eso estamos.

(*) Bibliotecario del Real Casino