El Covid no ha parado ni el ritmo de la obra de rehabilitación de la murga Diablos Locos ni el ingenio de sus moradores. Ayer por la tarde, el alcalde de Santa Cruz, José Manuel Bermúdez, junto al concejal de Patrimonio Municipal, Dámaso Arteaga, entre otras autoridades -hasta el diputado regional y anterior responsable de Infraestructura, José Álberto Díaz Estébanez-, visitaron la remodelada sede de la formación crítica más trónica del Carnaval.

La calle Candelaria, una vía perpendicular a La Noria, recuperó desde ayer a Diablos Locos, que justo hace un año -el primer viernes de octubre de 2019- se trasladaron de forma provisional al antiguo colegio Tena Artiga, en el bario de Miramar, para facilitar la remodelación de su casa, un inmueble de mediados del siglo XIX con tipología de arquitectura tradicional canaria, con fachada de estética neoclásica.

Se trata de una vivienda unifamiliar incluida en el patrimonio municipal que en 1980 el Ayuntamiento asignó a los Diablos Locos de Tom Carby, una decisión que venía justificada por dar realce y movimiento a un viario que había perdido protagonismo en el tejido del callejero chicharrero.

Durante cuarenta años, del medio siglo de historia que ha escrito sobre los escenario Diablos Locos, los trónicos primero de Tom Carby y luego de su hijo Maxi Carvajal y ahora de su nieto Tom mimaron este cuartel general como si fuera su propia casa, desafiando incluso los techos de madera, por lo que en los últimos años -más de una década- acudir a ensayar se convertía en un riesgo que asumían los murgueros. Cuando ellos cantaban, y en especial cuando bailaba su pasacalle, temblaba con ella toda la estructura del local.

Primero bajo la etapa de José Alberto Díaz-Estévanez, luego con José Ángel Martín, del PSOE, y ahora con Dámaso Arteaga, el proyecto de remodelación ha salido para adelante gracias también al celo de la empresa que ganó la adjudicación de la reforma. De la vieja casa queda la fachada y poco más, si bien la distribución aproximada se mantiene: el salón de ensayo -eso sí, sin barreras arquitectónicas- y el suelo y hasta la oficina que estaba a la derecha, por la que se accede desde la cocina. No tiene nombre ese rincón, aunque sí dos cámaras frigoríficas, un fregadero y una campana en la que parece leerse los nombres de Bolodia -la esposa de Tom Carby- y doña Candelaria. Hasta las arepas tienen su lugar para cuando el Covid lo permita. En el salón, un suelo de hormigón para aguantar otros cincuenta años más de historia y arriba, la azotea, donde en un armario se descubre al R2D2 (un termo) al que bautizó así el letrista de la murga, Víctor Asensio.

Ya Diablos no podrá reprochar al alcalde -como ocurría en cada visita a la sede- que la ventana derecha estaba rota. La calle Candelaria recupera su sabor trónico.