En pleno alumbramiento de la Revolución Industrial, Agustín de Betancourt y Molina, un emprendedor ilustrado, criado en un ambiente intelectual tinerfeño que llamó la atención de Humbold cuando recaló por las Islas Canarias, creó en 1802 la Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, a imagen de la que los ilustrados franceses habían concebido en París hacia 1750. En una época de gobiernos fracasados y sucesivas guerras, la ingeniería española se forjó aprendiendo de la inglesa y francesa a proyectar y construir. Con el ferrocarril llegaron los puentes de hierro, Eiffel y otros insignes ingenieros dejaron sus huellas, y los ingenieros españoles pronto aprendieron de esas intervenciones.

La historia de los puentes sobre el Barranco de Santos en Santa Cruz de Tenerife es ejemplo vivo de la participación de los ingenieros de Caminos, Canales y Puertos en el desarrollo de Canarias desde la llegada a las Islas del primero de ellos, Francisco Clavijo y Pló, allá por 1847. Si hacemos el recorrido desde la costa hacia la cumbre nos vamos encontrando los diferentes puentes que han marcado el desarrollo y la configuración de la ciudad; el Cabo, Serrador, Galcerán, Asuncionistas, Salamanca y Zurita. Apoyado en las citas de nuestro añorado Luis Cola Benítez, se rescatan los principales hitos en la historia de cada puente.

El primer puente de cierta entidad construido en Santa Cruz fue el del Cabo. La primera construcción se remonta al siglo XVII y, a partir de esta fecha, su historia es una lucha constante contra la ruina que le ocasionaba cada avenida que corría por el barranco de Santos. Después de la ocurrida en 1879 se encargó su reconstrucción al técnico municipal Manuel de Cámara. El técnico pensó hacerlo de hierro, pero la precariedad de medios le forzaron al uso de la madera. El resultado fue otro fracaso y Cámara dejó la oficina técnica del ayuntamiento en 1883 a causa del escándalo. En 1893, el nuevo técnico municipal, Antonio Pintor pediría las piezas a Inglaterra, montándolo bajo la supervisión del ingeniero Ramón Pelayo. Posteriormente, la trama urbana lo invadió suponiendo la pérdida de la simetría del puente al enterrar el estribo del lado de La Concepción. Esta reducción de su sección libre favoreció la magnitud de los daños provocados por las avenidas del Barranco de Santos causando su ruina. Su actual configuración es resultado de la restauración que realizó el Consejo Insular de Aguas.

Tras las numerosas reconstrucciones del puente del Cabo, se estudió como alternativa un paso por donde hoy en día está el puente Zurita. Costaba más, pero evitaba el incómodo rodeo que para desplazarse a La Laguna exigía pasar por el barrio del Cabo. La idea, en principio, no fue aceptada, aunque finalmente, el comandante Juan Urbina accedió y así constaba en la columna que coronada por una cruz se adosaba a la pared oeste: "Año de 1754 - Reinando Fernando VI - construyóse de acuerdo y expensa de los Propios de la Ciudad y del sobresaliente deseo del bien público del Excmo. Sr. D. Juan de Urbina, Mariscal Del Campo...". Por su tipología, arco de piedra con un solo ojo, resistió la avenida de diciembre de 1879, cuyo caudal corrió un metro por encima de la clave. La nueva trama urbana obligó a su demolición y construcción de uno nuevo que responde a una de las tipologías definidas en 1922 por Eugenio Ribera, diseños que también se utilizaron en los puentes de Asuncionistas y Galcerán. Las obras fueron dirigidas por Juan Amigó de Lara, insigne ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y Jefe de Carreteras de Tenerife. Su configuración actual es producto de la ampliación a que fue sometido con la implantación del tranvía.

El primer puente de las Asuncionistas, conocido en su día como el puente Nuevo, fue construido entre 1869 y 1870 bajo la dirección de Francisco Aguilar y Fuentes y tuvo un coste de "13.650 pesetas" que fueron ofrecidas por particulares. La reconversión del Camino de la Costa en la Rambla de las Asuncionistas obligó a la ejecución del puente que hoy en día perdura.

Una de las grandes obras de ingeniería de los años 20 fue el puente Galcerán, llamado así en honor a un hecho de armas del General Weyler. El barranco de Santos frenaba el desarrollo urbano de la ciudad hacia el sur, sobre todo en la zona del barrio de Duggi por la altura que alcanzaba su cauce. Ya desde 1904 se había pensado y proyectado un puente por el ingeniero Gudalfajara, pero hasta la década de los 20 no se hizo realidad, construyéndose entre 1926 y 1929, gracias a un préstamo asumido por Santiago García Sanabria, alcalde por aquel entonces de la ciudad. El proyecto definitivo y la construcción son obra del ingeniero de Caminos, Canales y Puertos Eduardo Torroja que contó con el apoyo y del arquitecto municipal Antonio Pintor. En un primer lugar se dudó si hacerlo como continuación de las calles Alfaro, Iriarte o Galcerán, decidiéndose por esta última además de la amplitud de la calle, porque formaba parte de uno de los ejes transversales más importantes del ensanche de Santa Cruz.

La calle del Norte, hoy en día Valentín Sanz, comunicaba el Teatro Guimerá y la Recova con la plaza Príncipe de Asturias y la calle La Rosa. El rápido desarrollo de esta zona al construirse el Mercado Nuestra Señora de África motivaría al Capitán General de Canarias, Ricardo Serrador Santés, a construir un nuevo puente para salvar el cauce del barranco de Santos y comunicar la calle Valentín Sanz con la Avenida San Sebastián. El concurso de proyectos convocado por el Mando Económico sería ganado por la compañía Entrecanales y Távora, la cual comenzaría las obras el 5 de agosto de 1942 y las terminaría el 3 de enero de 1944. Para poder realizar estas obras y llevar a cabo las expropiaciones, el Mando Económico le concedió al Ayuntamiento un anticipo de 4.500.000 de pesetas.

Ya en los años 90, con la ejecución de la vía del Barranco de Santos, un nuevo puente cruzó el barranco a la altura del barrio de Salamanca. Todas estas estructuras permitieron salvar el barranco de Santos, unir la ciudad y conectarla con el resto de la isla. En su diseño y construcción han participado técnicos locales junto grandes nombres de la Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos de España, como Eugenio Ribera o Eduardo Torroja.

Los puentes del Barranco de Santos nos exponen la historia del desarrollo de la ciudad y son ejemplo vivo de la evolución alcanzada en el diseño y construcción de estas estructuras, aspectos que también pueden verse reflejados en otras notables intervenciones en las islas y que han marcado importantes hitos en esta materia: el puente de Silva en Gran Canaria con su altura de pilas, los puentes del polígono de Granadilla por sus originales diseños, el arco de los Tilos en La Palma por su distancia entre apoyos o los más recientes puentes ejecutados en el tramo de Guía de Isora en la autopista del sur.

En estos párrafos no ha sido posible describir, ni siquiera citar, la cantidad de puentes que se han añadido a nuestras infraestructuras y que conforman parte del patrimonio de nuestra sociedad, importante valor añadido que no se suele contemplar entre los componentes del beneficio que procura un puente.