Bartolomé García-Ximénez Rabadán, nacido en Zalamea la Real (Huelva) en 1622. Estudio en Salamanca, de cuya Universidad fue profesor desde 1647 a 1657. En 1664, siendo Canónigo Lectoral y Magistral de la Catedral de Sevilla, el rey Carlos II lo propuso para ocupar la Silla Episcopal de Canarias, siendo nombrado por el Papa Alejandro VII el 14 marzo de 1665, tenía entonces 42 años.

Embarcó en Cádiz, junto con su familia, el domingo 5 de julio de 1665. Al domingo siguiente, el capitán les comunicó que habían sobrepasado las Islas Canarias y se encontraban a la altura de las Azores. En un nuevo intento de aproximación al Archipiélago, llegarían muy cerca de la costa africana, donde los vientos alisios y la corriente les enviaron hacia el continente americano, teniendo que abastecerse con los pocos víveres y el agua que disponían.

Mientras el Cabildo catedralicio invocaba oraciones, suponiendo que los piratas moros le habían hecho cautivo, su viaje errante transcurría a merced de las olas y de la providencia, hasta que el navío La Trinidad les auxilió y les llevó hasta Puerto Rico, donde arribaron el 9 de agosto. Desde allí se desplazó a Santo Domingo, donde el 10 de octubre embarcó de nuevo rumbo a Canarias, en una carabela española. Cuando llevaban pocos días de viaje les sorprendió una terrible tormenta, quedando a la deriva en medio del Atlántico, teniendo que alimentarse de cecina fría y bizcocho.

Cuando todo anunciaba un fatal desenlace, fueron rescatados por un navío inglés, quienes le atendieron cordialmente hasta que el capitán le exigió mil quinientos pesos por haberlos rescatado y por llevarlos hasta las Islas Canarias. Como sólo poseía mil pesos, para poder completar el resto le tuvo que entregar el cáliz, la patena, el pectoral, y el anillo Episcopal.

Desconsolado y maltrecho, después de 178 días de viajes, el 29 de diciembre de 1665 llegaron al puerto de Santa Cruz de Tenerife. Se encontraba tan débil y extenuado que los médicos le dieron 25 días de vida; sin embargo, llegaría a vivir 25 años más.

Una vez recuperado de tan penoso y largo viaje, se quedó a vivir en Santa Cruz de Tenerife, en el convento dominico de Nuestra Señora de la Consolación, solar que actualmente ocupa el Centro de Arte La Recova y el Teatro Guimerá.

Aunque la Diócesis Canariensis, creada en Las Palmas tras la conquista del Archipiélago, administró las parroquias de las Islas hasta que fue creada la Diócesis Nivariense, en La Laguna, en 1819, el 45 Obispo de Canarias, Bartolomé García-Ximénez Rabadán, prefirió residir en Tenerife durante los 25 años que duró su prelatura (1665 a 1690).

‘San Pablo de Canarias’

El obispo decidió visitar Gran Canaria, por primera vez, el 20 de noviembre de 1666, once meses después de su llegada a Tenerife. En el trayecto volvió a sufrir otra tormenta, por lo que el barco tuvo que desviarse hasta el puerto de Agaete, en la Aldea de San Nicolás, y luego ir caminando hasta el Real de Las Palmas, donde al fin ocuparía la silla catedralicia, el 5 de diciembre de 1666; pero lo que no se imaginaba el prelado es que en su palacio episcopal fuera a sufrir la “tormenta” más horrorosa y uno de los sucesos más escalofriantes de la historia de la iglesia de Canaria, pues, el 1 de noviembre de 1667, festividad de Todos los Santos, al llevarse a la boca los huevos pasados por agua que solía cenar todas las noches, los encontró agrios y con la clara endurecida, a la vez que se había ennegrecido la cucharilla de plata, saltó de la cama e intentó vomitar. Pudo salvar la vida gracias al médico que acudió inmediatamente y le aplicó contravenenos, aunque le quedarían graves secuelas. En las pesquisas se descubrió que a los huevos les habían inyectado un sublimado, compuesto de cloro y mercurio, y que el causante del hecho había sido un cura, quien en un ataque de celos había sobornado a un sirviente.

Desde el punto de vista pastoral, su ingente magisterio lo encontramos difundido en sus numerosos decretos y cartas pastorales. En el archivo episcopal existen varios tratados místicos que escribió sobre herejías y los heresiarcas. Su generosidad era tan grande que se le conocía como el Padre de los Pobres, pues sufría verdadera congoja por las necesidades que padecían los habitantes de las Islas.

En agosto de 1666 regresaría de nuevo a Tenerife, al ser llamado por el Capitán General de Canarias para que apaciguase a los clérigos que habían asaltado las bodegas en las que los ingleses almacenaban el malvasía, produciendo el denominado “gran derrame” que inundó las calles de Garachico, debido a que una compañía inglesa se había establecido en la isla con el fin de tener el monopolio del vino. El obispo le hizo ver a la autoridad militar que algo no encajaba en este conflicto, pues los clérigos manifestantes eran más de 300, y en el norte de la Isla sólo había 50 sacerdotes, por lo que llegaron a la conclusión de que la mayoría eran enmascarados. En sus escritos, realizados 23 años más tarde, comenta cómo apaciguó y desenmascaró aquella ingeniosa y extraña revuelta; seguramente, por la gran afición de la gente de Tenerife a disfrazarse en los carnavales.

Instituyó la Bajada de la Virgen de las Nieves

En la visita pastoral que realizó a la isla de La Palma en 1675, año en que hubo una extraordinaria sequía, el obispo autorizó el traslado de la Virgen de las Nieves desde su santuario, ubicado en las afueras de Santa Cruz de La Palma, hasta la Iglesia Parroquial del Salvador, de dicha ciudad. Al observar en aquel acto la solemnidad y el fervor popular existente, dispuso que la Bajada de la Virgen se celebrara cada cinco años, fijando su primera convocatoria para el año 1680, y ordenando que para su traslado en romería, la Santísima Virgen fuera colocada en “trono decente”.

Siguiendo con sus visitas pastorales, desde aquí viajó a La Gomera, El Hierro y Fuerteventura, donde llegó el 20 de noviembre de 1678, teniendo que hacer una jornada montado en camello hasta llegar a Betancuria, la capital de la isla, pues el barco lo había dejado en la península de Jandía. De Fuerteventura pasaría a Lanzarote. Su infatigable actividad misionera y visitadora, haría que algunos autores le llamaran el San Pablo de Canarias. Al recibir aviso de que en Tenerife pasaban grandes necesidades de granos por la falta de lluvias, agravada por la acechanza de los moros en la costa, envió un navío a Cádiz, con 47.200 reales de plata, para que viniera cargado de trigo con el fin de repartirlo entre los pobres necesitados.

Profundo devoto de la Virgen de Candelaria

Gran devoto de la Virgen de Candelaria, en 1668 costeó las obras del nuevo santuario de tres naves, además de sufragar el retablo de la capilla mayor y el dorado del mismo. También, durante ocho años ayudaría económicamente a los frailes dominicos que atendían el culto de la Virgen, cuyo convento estaba junto al Templo.

Cuando presentó su dimisión, con la idea de retirarse al convento de Candelaria, el Papa Clemente X no se la aceptó, ante las súplicas recibidas del Cabildo de Tenerife y del Capitán General de Canarias.

El 21 de julio de 1680, colocaría el Santísimo Sacramento en la recién creada Iglesia del extinguido convento franciscano de San Pedro de Alcántara, que él mismo había fundado en 1677, cuando don Tomás de Castro Ayala le cedió la ermita de Ntra. Sra. de la Soledad que años antes había levantado junto al barranquillo de Guaite (calle Ruiz de Padrón).

Bartolomé García-Ximénez y Rabadán, 45 Obispo de Canarias, falleció el 14 de mayo de 1690, siendo enterrado en la parroquia de la Concepción de Santa Cruz. Al año siguiente sería trasladado al Santuario de Candelaria, lugar donde había dispuesto que quería reposar para siempre, pero el fuerte temporal de lluvia y viento que asoló la isla de Tenerife en la noche del 6 al 7 de noviembre de 1826 arrastraría al mar la ermita y parte del convento, llevándose consigo la imagen de la Virgen y los restos mortales del insigne prelado.

El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y la Tertulia Amigos del 25 de Julio honran su memoria con una placa colocada en un parterre de la plaza de Santo Domingo, donde estaba el convento en que fijó su residencia. “Varón esclarecido de vida heróica y ejemplar que tuvo especial predilección por esta isla de Tenerife, de cuya Virgen de Candelaria fue profundo devoto, así como por esta Villa y Puerto de Santa Cruz, donde residió hasta su muerte”.

(*) Cronista Oficial de Santa Cruz de Tenerife