"¿Entonces, conoces a Luján?" Así se presenta Moisés Perdomo Izquierdo, que nació en 1959 en Taganana. Se refiere al presidente de la Asociación de Vecinos La Voz del Valle, con quien comparte la pasión por su pueblo natal. Con solo doce años realizó su primera obra de arte: una caja de herramientas que, a la postre, se ha convertido en la chistera de este mago de la piedra, un artesano que convierte en miniatura enseres de labranza, lagares, destiladeras, piedras de lavar... todo a escala y con los materiales originales.

Este zapatero de profesión admite que se ha perdido tanto la tradición que se han dejado en el olvido palabras; no reconoce los rincones donde fue el hábitat de sus mayores y donde se crió. "Hoy aquello está podrido de coches", dice para referirse al tráfico que inunda en temporada alta las playas de Anaga. La entrevista se desarrolla en La Recova, el rincón de Santa Cruz centro que le recuerda a su pueblo natal. Aprovecha una llamada telefónica a su interlocutor para con destreza acercarse a comprar unas cebollas junto al bar que está en los bajos del mercado. "Aquí hay buen café", sentencia.

Moisés habla con la misma destreza que se mueve. Autodidacta, "aunque uno siempre ha tenido buenos maestros" -que no nombra para evitar en conflicto por si obvia a alguno-, Moisés reivindica los buenos artesanos que ha tenido Anaga, para recordar a cuantos se dedicaban a la cestería.

Antes de seguir, pone sobre la mesa un puñado de pimientas rojas que dejan rastro en la boca, como quien saca oro del bolsillo, por más que insiste en coger el presente porque "estas están tiradas por allí". Este zapatero que ahora está en ERTE en su trabajo se reconoce detallista. "La clave está en la presentación. No es lo mismo dejar una pieza sobre una mesa que colocarla sobre una peana y cuidar los detalles", cuenta.

Con la nostalgia de aquellas ferias de artesanía que se desarrollaban en mayo, en la época en la que se vendía, precisa, explica que él se ha especializado en la elaboración de miniaturas de aperos de labranza como el yugo podón, el belgo, la pala, el trillo, el arado, el trillo con curva, hacha... Muchas horas ha pasado en su vida limando hierro y moldeando piedra o madera para dar forma a las más de 3.000 piezas que ha realizado durante más de tres décadas dedicado a esta afición. Entre sus joyas, el lagar, una pieza cotizada y que muchos amantes de la buena artesanía le han encargado. "Eso te puede pesar hasta cuarenta kilos, o más, porque está labrado en tosca". "Tal vez es mi trabajo estrella", aunque no deja atrás una piedra de destilar elaborada en el mismo material original y en el que no falta detalle. "Mayormente trabajo el 90 por ciento de las piezas por encargo".

Cuando iba a las ferias, asegura que él no le pone precio a los objetos artesanales que expone. "Está el que va a echar el paseo y el que valora el trabajo. Yo cuido cada detalle, y no cojo una lata de sardinas para hacer un serrucho, sino que utilizo hierro negro, y el cabo no lo hago con cartón de una caja de zapatos, sino que empleo madera, y no la torneo a máquina, porque antes no había, sino que lo hago a mano; todo a escala". Moisés está familiarizado con las maderas que más utiliza para sus piezas, como el brezo -que es muy dura-, acebiño, haya, moral, palo blanco, nisperero o tejo. Antes de zapatero -comenzó con esta profesión con 17 años- ya era artesano, algo que ha cultivado en el tallercito que todavía tiene hoy en su Taganana del alma. Otra pieza que habla de su arte con la piedra: el brasero, que elabora en toba o tosca roja. Y reitera su pasión por los lagares que elabora y que asegura que tiene repartido no solo por toda la Isla sino por la Península, Cuba, Venezuela...

Da la clave de sus ventas en las ferias. Como no le pone precio a las piezas, deja que el visitante sea quien se interese por el artículo. Él mima la presentación, que acapara la atención del visitante, "y el enamorado de la artesanía, que es el que valora el trabajo, es quien se interesa. Maestro, ¿cuánto vale esto?, me preguntan, y yo le digo: ¿Cuánto cree usted?". Ese diálogo permite descubrir el interés real de su interlocutor y constituye una lección que regala Moisés, a quien siempre le gustó estar junto a los mayores del pueblo. "Me fijaba en las cosas antiguas y luego preguntaba para qué se usaba y para qué servía". "Yo no tengo souvenir; no hago una cosa de cacharro". Su trabajo es arte, como le elogia la gente de la que se rodea y que le ha dado consejo, que lo han animado en su actividad artesana. "En un año he llegado a hacer cuatro lagares", afirma como una proeza que se entiende cuando uno descubre que Moisés trabaja de zapatero de lunes a sábado... y roba tiempo a su descanso para realizar las piezas de artesanía. "¿Cuál es el éxito de lo que hago? Sencillo: aquel se lo dijo a Pepe y Pepe se lo dijo a Juan".

Moisés reivindica con su arte la forma de vida de Anaga, de cuantos han trabajado y trabajan la tierra. "Esto no es pago, pero yo he cobrado buenas cosas que he hecho para personas que valoran la artesanía y que lo colocan en un lugar preferente en su chalé, aunque he que cogido las cuatro perras que hacen falta. ¿Que me desconsuela deshacerse de una pieza? Claro, pero la vuelvo a hacer".

Moisés presume de haber vendido en tiempos difíciles. Y lanza otro titular en el que se reivindica: "Las ferias las mueven los artesanos". "Hubo una época de oro; la feria del parque García Sanabria era la mejor; hoy se va de paseo".

Mirando atrás, este zapatero de profesión y artesano de devoción cuenta con admiración la aceptación que despertaba la artesanía hace 25 años. "Entonces sí se vendía; era la época de las pesetas y venían para encargarme piezas porque las había visto y que quedaron enamorados. Yo soy muy detallista; me preocupa que todo esté bien presentado", insiste.

"Me gustaría que Anaga tuviera su propio museo", explica reivindicando el papel a los artesanos del lunes, y desvela su particular "obra de El Escorial". Desde hace algunos años ha trabajado en la elaboración de la iglesia de Virgen de Las Nieves, de Taganana, a escala. Talló las piedras, hizo cada teja, la montó al 50% y "se vino abajo" porque le vio algunos fallitos, dice este artesano perfeccionista. Por eso la tiró y la volvió a armar. Ahora va por el 60%; mide 1,40 metros de largo por 45 de ancho. "Lo que se intenta se consigue", desvela Moisés desde su inteligencia natural. Un proyecto similar tiene en mente con la Torre del Conde, y sabe que "novias no le van a faltar". Cuando se le pregunta si el trabajo es pago, responde: "Tú estás detrás de la huerta de papas para sacar dos sacos, pues con esto, igual". No es pago, pero sí es gratificante.