En la guerra de España contra Inglaterra, la flota española fue vencida en el cabo de San Vicente, el 14 de febrero de 1797, por una escuadra de la Royal Navy, mandada por el almirante John Jervis. En esta batalla destacaría un intrépido y ambicioso capitán de navío llamado Horacio Nelson, lo que le valdría el ascenso a contralmirante.

Tras el enfrentamiento, la flota española se refugió en Cádiz, mientras que la inglesa establecía un fuerte bloqueo de la bahía gaditana, lo que imposibilitaba el auxilio a Canarias en caso de una acción contra una o varias de sus islas. Esta circunstancia llevó a Nelson a proponer al almirante Jervis un osado plan que supondría para España un durísimo golpe. En efecto, si los ingleses conseguían hacerse con el control de Canarias, cortarían el cordón umbilical que unía a la España de Europa con la España de América, pues era en los puertos canarios donde forzosamente tocaban las flotas españolas en sus viajes de ida al Nuevo Mundo. Nelson preparó un detallado plan de ataque a Santa Cruz, en las que incluía un croquis realizado por su propia mano de las principales defensas y de las montañas que circundan el fondeadero.

Ante este bloqueo, dos fragatas de la Real Compañía de Filipinas, La Princesa, cuyo cargamento se estimaba en un millón doscientos mil pesos, y el Príncipe Fernando, con setecientos mil pesos, decidieron buscar refugio en la bahía de Santa Cruz, fondeando los primeros días de marzo.

En la madrugada del 18 de marzo, dos fragatas inglesas, aprovechando la oscuridad, sorprendieron a la tripulación del Príncipe Fernando, cortaron sus cables y lo sacaron de la bahía. Cómo en los días sucesivos los barcos británicos continuaban acercándose a reconocer el puerto, el comandante general procedió a aumentar la guarnición, organizó el plan de rondas, puso en funcionamiento el Plan de Atalayeros -vigías que avisaban mediante señales convenidas del avistamiento de buques enemigos- y comenzó a trasladar a La Laguna los tesoros de las iglesias y los archivos de la Real Hacienda y de la Real Aduana.

Evitando el citado bloqueo, y como Francia también era enemiga de Inglaterra, el día 25 de mayo llegó a Santa Cruz la corbeta francesa La Mutine, de 16 cañones y 145 marineros, conduciendo un valioso cargamento. En la madrugada del 29, los ingleses volvieron a repetir lo ocurrido el mes anterior con la fragata española, pues fue sigilosamente asaltada y sacada de la bahía.

Las defensas de Santa Cruz

Ante estos acontecimientos, la máxima autoridad de las Islas Canarias, el general Antonio Gutiérrez, ordenó poner en marcha el plan general de defensa que, en la isla de Tenerife lo formaban cinco Regimientos de Milicias, con cabeceras en Abona, Güímar, La Laguna, La Orotava y Garachico; cada Regimiento se componía de ocho compañías de fusileros, una de granaderos y una de cazadores, con unos 1.000 hombres en plantilla. Sus componentes, varones de entre 18 y 40 años, sólo se ejercitaban una vez al mes y muchos carecían de armamento.

También existía el Batallón de Infantería de Canarias, con sede en Santa Cruz, formado por seis compañías de 100 hombres cada una, con experiencia de combate pues habían estado en la Guerra del Rosellón contra Francia (1793). Así como las Banderas de Cuba y La Habana, con unos 60 hombres, que eran los encargados de instruir a los voluntarios que se enviaban a América. A ellos hay que sumarle la estimable ayuda de los 110 marineros de la corbeta francesa La Mutine, y los pilotos y marineros de los mercantes surtos en la bahía, así como los paisanos voluntarios.

Además, Santa Cruz contaba con 387 Artilleros y 89 cañones, situados en los castillos de Paso Alto, San Cristóbal y San Juan; los fuertes de San Andrés y San Miguel; y las baterías de Santa Teresa, Santiago, El Pilar, San Antonio, San Pedro, Martillo del muelle, La Concepción, San Telmo y San Francisco.

Todos ellos, al mando del Comandante General de Canarias, un veterano militar, Antonio Gutiérrez de Otero, nacido en Aranda de Duero (Burgos) en 1729, que ya había vencido a los ingleses en la recuperación de las Islas Malvinas y en la reconquista de Menorca.

El 15 de julio, la escuadra inglesa abandonaba el bloqueo de Cádiz, dirigiéndose a todo trapo hacia Tenerife. Nelson conocía que el Lugar y Puerto de Santa Cruz era la única Plaza Fuerte del Archipiélago. Estaba convencido, y así se deduce de la correspondencia mantenida con Jervis, de que si conseguía apoderarse de Santa Cruz, el resto de Tenerife, y luego todas las demás islas, caerían sin el menor esfuerzo.

La flota británica. Formada por 4 navíos de línea (Theseus, Culloden, Zealous y Leander), 3 fragatas (Seahorse, Emerald y Tepsichore), 1 cúter (Fox) y 1 bombarda (Terror), disponía de 393 cañones y cerca de 2.000 infantes de marina, cuyos comandantes, elegidos por el propio Nelson, eran los mejores profesionales de las fuerzas navales británicas, experimentados y avezados al combate (Ralph W. Miller, Thomas Troubridge, Samuel Hood, Thomas B. Thompson, Thomas F. Fremantle, Thomas Waller y Richard Bowen).

En la madrugada del 21 de julio, Domingo Izquierdo, el vigía de la atalaya de Igueste, al divisar la flota en el horizonte dio rápidamente la alarma, encendiendo tantas hogueras como barcos enemigos vislumbraba. Tocado “a rebato” o señal de alarma, el Comandante General de Canarias reunió a su Plana Mayor en el Castillo de San Cristóbal y puso en marcha el plan previsto.

Se desalojaron las oficinas públicas de Tesorería, Tabacos, Correos, etcétera, así como los más importantes almacenes comerciales, y comenzó un auténtico éxodo de familias, especialmente ancianos, mujeres, ancianos y niños, que subieron a La Laguna y el interior de la Isla, para quedar a buen resguardo.

El enemigo ya estaba a las puertas de Santa Cruz…

(*) Cronista Oficial de la Ciudad