Los bancos de la calle de La Noria se van poblando desde antes del mediodía a la espera de que abra el comedor social de la calle de La Noria. En la sede del Organismo Autónomo de Fiestas, un cartel sobre la puerta cerrada que recomienda trámites por vía telemática. A su izquierda, el comedor social de las Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl. A la entrada, a la derecha, el despacho de la trabajadora social que se encarga de verificar la situación de los usuarios y estar en contacto con los servicios municipales de atención social. Si alguna persona viene a solicitar ayuda, se le atiende el primer día y se le explican y ayuda a realizar los pasos para que, tras acreditar que no tiene recursos económicos, pueda continuar beneficiándose del servicio, explica sor María del Carmen Hernández, desde hace nueve años responsable de las religiosas que regentan este servicio. Además, cuentan con otras cinco personas para cocina, limpieza, lavandería, papeleo administrativo, vigilancia o la ayuda en general de la casa... Acudimos poco antes del mediodía y sor María del Carmen ultima los preparativos en la cocina junto a sor Elena o sor Benedicta... que preparan como para ellas mismas el almuerzo.

Hasta que se decretó la alarma, un centenar de personas acudían a diario para almorzar. Pero llegó el confinamiento y se impusieron las medidas de seguridad, de la que son ajenas el hambre y la necesidad. Desde ese 13 de marzo se continúa con el ropero o la ducha, todos los lunes, miércoles y viernes, y en vez de reunir a los usuarios en dos turnos en el comedor se prepararan unas bolsas de alimentos para cumplir con las medidas decretadas por el Gobierno.

Las religiosas intentan que siempre haya un primer plato caliente. Ayer, por ejemplo, tocó potaje de berros, con mucha carne como aporte de proteínas, más un bocadillo que respeta incluso el credo de los demandantes. Para los mulsulmanes se prepara con filete de pavo; para aquellas personas que no tienen esa limitación en la alimentación, ayer tocó de lomo adobado. La bolsa se completa con zumos, otro pan, algunas piezas de fruta y, "cuando se puede, porque hay, alguna golosina de esas dulcitas como una magdalena", comenta con cariño.

Cuando hay potaje, al día siguiente toca polla asado o tacos de vacuno, con salsa... Se intenta que no solo cubra el almuerzo sino para el resto del día. Entre los beneficiarios no hay familias con hijos; cuando se conoce esa demanda, desde la comunidad se le sirve una compra.

Sor María del Carmen advierte un cambio en el perfil del demandante. Antes eran personas que estaban de ocupas o deambulaban por la ciudad. Muchos están ahora recogidos en algunos de los cuatro albergues que se distribuyen por la Isla con motivo de la pandemina, e incluso los usuarios de Café y Calor ya no salen sino pasan la cuarentena en las instalaciones del servicio que presta Cáritas. Sin embargo, la demanda de ayuda no ha menguado, por lo que toda ayuda es poca, y si son donaciones de frutas o bollería, mejor. Ahora piden auxilio personas que cobraban en b o asistentas de hogar que se quedaron sin trabajo y sin recursos, como le ocurrió a una antigua usuaria que llamó el otro día al comedor para regalarle un centenar de mascarillas que hizo. No son las homologadas pero... Ya es la una menos cuarto. "¿Puedo poner la música?", le pregunta la trabajadora social a sor María del Carmen, que le da su aprobación. Poco a poco van entrando, todos a lavarse las manos -norma de la casa y más en este tiempo- y se van con una sonrisa que algunos dibujan bajo la mascarilla y mientras se escucha la canción: "Resistiré".

En el aire, una pregunta: ¿Qué pasará cuando se levante la cuarentena y no estén los albergues?.