El Macizo de Anaga es uno de los enclaves geográficos más importantes de la Isla, un espacio singular donde los haya, aunque de vez en cuando olvidado e incluso maltratado, según señalan habitualmente sus habitantes. Ellos, con miedo y temor, no son ajenos a las restricciones impuestas vinculadas al estado de alarma decretado por el Gobierno central para intentar frenar el perjudicial avance del coronavirus, la enfermedad que ha marcado un antes y un después en la salud mundial moderna.

En Anaga el tiempo se ha detenido. La carretera de entrada y salida por Santa Cruz o La Laguna ha quedado completamente desierta. Si hace una semana la vía era "nuestra particular autopista colapsada", opina un guarda forestal en la Cruz del Carmen, el viernes era "como si estuviéramos a finales de los años 70, cuando de vez en cuando pasaba algún que otro vehículo".

Ahora solo los vecinos pueden transitar por la TF-12, la única vía que conecta los pueblos de la parte alta del Macizo, y con las limitaciones impuestas que hacen velar los agentes de la Policía Local chicharrera y lagunera y la Policía Nacional, identificando cada uno de los vehículos y cuestionando los motivos de los viajes.

Resignados, los residentes en los pueblos y caseríos acatan unas medidas que también les ha transformado el día a día habitual en un ámbito rural y muy conectado al terruño. No poder ir de paseo o visitar a un familiar o amigo por pura amistad, no poder coger el coche para dar una vuelta o dejar que los niños vayan al polideportivo son cuestiones a las que se están adaptando.

Las nuevas circunstancias las llevan peor los niños, encerrados sin poder salir en un enclave en el que ir al colegio es como estar en familia. "Se están subiendo por las paredes", apunta una vecina de Las Carboneras.

Las salidas, muy limitadas

¿Y cómo se lo toman los talluditos? Pues con miedo, temor y respeto, según destacan a EL DÍA los vecinos consultados. En Las Carboneras, Auxi Alfonso lleva las riendas de la única venta del pueblo y da las claves para entender cómo están los vecinos: "Hay mucho respeto a la situación y nos adaptamos a las medidas. Salimos lo menos posible", señala, al mismo tiempo que prepara las bolsas de pan para el reparto.

"Si alguien necesita algo que no está dentro de la fruta, verdura u otro producto se lo traemos al día siguiente o cuando vamos al Mercatenerife. Aquí, en la despensa, si hay un vecino comprando, el otro espera fuera. La gente está concienciada sobre lo que está pasando", afirma Auxi, con cierta preocupación y recordando que la Policía pasa por el pueblo más de tres veces al día.

Su padre, Valentín Alfonso, ya jubilado y con 74 años, explica que "nunca he vivido una cosa como esta en mi vida. Esto de tener restricciones no me va, pero no se puede hacer otra cosa".

Segundo Rojas, electricista de profesión y vecino del pueblo de Chinamada, destaca que "tenemos miedo al coronavirus y estamos sobrellevando el tema lo mejor que podemos. A ver si salimos de esta. No podemos salir sino para comprar y ahora tengo que plantar papas, pero eso se tiene que hacer de forma individual. Hay que extremar las precauciones".

Una crisis que se está notando

En el pueblo de Roque Negro, Benito Rojas, uno de los vecinos, relata que "la crisis del coronavirus se ha notado. Si somos pocos vecinos y no nos veíamos, imagínese ahora lo que pasa".

Juani Álvarez, jubilada, destaca que "esto se ha convertido en un sinvivir, estoy nerviosa y soy algo aprensiva con lo que está pasando". Su marido, Adalberto González, recuerda que "mis hijos están fuera y creo que no se dan cuenta de lo que está pasando porque no le prestan toda la importancia que tiene este virus", asegura.

Iván Rodríguez, miembro de la AV Nube Gris, muestra su preocupación "por la difícil situación por la que atravesamos" y pone en valor "el trabajo informativo que está desarrollando el Distrito Anaga con los vecinos para que sepan en cada momento cada una de las situaciones que se están viviendo. Eso es fundamental".

Cada uno en su casa

Taganana es el pueblo más grande de Anaga. Al igual que en los anteriores enclaves, las calles están vacías por las medidas restrictivas para frenar el coronavirus. Solo en algunos momentos se puede ver pasar un coche de alguien que viene de una compra o bien de ida y vuelta a una consulta médica o por trabajo.

Babel Morín, panadero y artesano, señala que "aquí cada uno se mete en su casa. En la panadería estamos haciendo pan solo para los particulares porque ya todos los restaurantes y cafeterías están cerrados. Las pérdidas son brutales, la verdad. Luego hay que ver cómo se pagan los impuestos ahora que no hay ingresos".

"La crisis ha cambiado todo. El otro día se murió una prima de mi madre y presentamos nuestro respeto en la ermita porque el velatorio es muy pequeño. En la despedida solo pudimos ir familiares, y no todos", subraya.

Para Domingo Moreno, taxista, "la cosa está fatal y creo que como no se arregle estamos fastidiados. Para soportar esta situación del coronavirus cuesta", explica con cierto temor. En el entorno de la plaza de la iglesia apunta que la crisis del virus está siendo muy dura para el sector del taxi. "En estos momentos el que deba lo tiene muy difícil para pagar. Le digo una cosa, si me obligan a trabajar, voy. Eso sí, si es por ayudar a hacer traslados desde los hospitales estaremos ayudando", recalca.

Pero uno de los puntos de encuentro del pueblo es sin duda la venta del pueblo, Víveres San Antonio, aunque es mucho más conocida como Casa Mary entre los vecinos. Allí esperan por fuera los amigos de toda la vida guardando un orden "para que no entre mucha gente dentro". Sentada en el murito se encuentra Ana Izquierdo, jubilada, que con respecto al coronavirus destaca que "nos han puesto a cada uno en su sitio, cada uno en lo suyo y en espera de que todo esto pase. Solo podemos ir a comprar".

Vicente Núñez, jubilado, no tiene otra fórmula para definir la situación por la que atraviesa todo el país: "La cosa está fastidiada y hay bastante miedo, yo el primero. Tengo 83 años, esa enfermedad es muy mala y está uno muy dañado".

En opinión de Joaquín Sosa, "estaremos bastante mal si no se resuelve lo que está sucediendo y se quita todo esto", explica, para apuntar la idea de que "estoy comprando para un par de días porque estaremos encerrados en casa".

Sandra González, empleada de Casa Mary, señala, mientras se afana en hacer las listas de las compras encargadas, que el sentir general de la gente no se puede disimular, ya que "estamos bastante asustados, sobre todo los que tenemos que salir para trabajar. En mi caso tengo muchísimo miedo ya que tengo a mi madre en una residencia y escuchando las noticias una no puede estar tranquila".