El primer puente con el que contó Santa Cruz de Tenerife en el siglo XVI para facilitar el tránsito de personas hacia el barrio de El Cabo y el camino de San Sebastián -único acceso que existía para llegar a La Laguna y al interior de la isla- fue construido muy cerca de la desembocadura del barranco Santos.

En principio era una pasarela de madera que permitía el paso de personas o de un jinete con su cabalgadura, pues los carros y las caballerías cargadas tenían que hacerlo vadeando el cauce del barranco por el camino de las Carretas.

A lo largo de los siglos, el puente ha sido dañado o destruido por las avenidas periódicas del barranco, teniendo que reconstruirlo una y otra vez con la ayuda del Cabildo y las aportaciones del vecindario.

En 1722, cuando una vez más fue arrastrado hasta el mar por la riada, se consideró hacer un nuevo puente más arriba, a lo que algunos vecinos se opusieron por considerar que era el acceso directo al barrio de El Cabo y al hospital Nuestra Señora de los Desamparados, que se acababa de instalar en aquella zona. Entonces, el personero general de la isla, Baltasar Peraza de Ayala, y el comandante general Juan de Urbina, acordaron que se realizaran ambos, de manera que en 1754 se inauguraría el puente Zurita.

Aunque la historia se vuelve a repetir en los distintos aluviones ocurridos en el siglo XVIII, sería en el temporal de 1826, uno de los mayores que ha sufrido Tenerife a lo largo de su historia, cuando el desbordamiento de todos los barrancos haría que desaparecieran todas las obras de encauzamiento, puentes, y bóvedas realizadas hasta entonces, exceptuado el puente Zurita. Incluso, la primera imagen de la Virgen de Candelaria se perdería en las profundidades marinas.

Por ello, esta vez la reconstrucción del puente fue una obra de mayor solidez, pues le hicieron tres pilares de cal y piedra, reforzados en las esquinas con sillería, entrelazándolos con grandes troncos de pino que se trajeron de los montes de Vilaflor, primero tirados por yuntas de bueyes hasta El Médano, donde fueron embarcados hasta Santa Cruz.

El barranco volvería a desbordarse el 8 de marzo de 1837, cuando en Santa Cruz estuvo lloviendo intensamente durante ocho horas seguidas, llevándose parte de la huerta del hospital e inundando la iglesia de La Concepción, varias viviendas de la calle de la Noria, la plaza de la Iglesia y el barrio de El Cabo.

Esta vez, sería el comandante general y jefe superior político Juan Manuel Pereyra y Soto-Sánchez, marqués de La Concordia, quién, utilizando los fondos de fortificaciones, reconstruiría las murallas de contención del barranco de Santos y, en la explanada resultante en la margen izquierda, construiría una alameda que, en su honor, se llamaría Paseo de La Concordia. Las lluvias torrenciales de 1855 derrumbarían el muro que sostenía el citado terraplén y desaparecerían los materiales que formaban la pared.

En las lluvias ocurridas el 20 y 21 de diciembre de 1879, el puente quedaría prácticamente destruido. Al reparar la parte de mampostería de los muros laterales se observó que el puente era más alto de lo conveniente, lo que produciría un apreciable desnivel al unirse con las calles en las que descansaba, por lo que se decidió rebajarle 50 centímetros a los pilares, a lo que se opuso el autor del proyecto, el arquitecto municipal Manuel de Cámara y Cruz, aduciendo razones de orden técnico. Como las obras se paralizaron, y nadie era capaz de encontrar una solución favorable, el Ayuntamiento solicitó el dictamen del arquitecto provincial, Manuel de Oraá, quién informaría lo contrario del técnico municipal.

No sería hasta 1892, cuando el nuevo arquitecto municipal Antonio Pintor, propondría la construcción de un sencillo pero resistente puente de acero, para lo que se pidió presupuestos a Londres y Barcelona, decidiéndose por esta última.

El nuevo y flamante puente, colocado el 12 de julio de 1893, tenía una base central de sillería basáltica y dos vanos laterales de 12 metros cada uno. El tablero estaba formado por perfiles y pletinas laminadas de acero, unidas con roblones y tornillos. El pavimento original era de adoquines, aunque posteriormente fueron cubiertos con aglomerado asfáltico. Su coste ascendió a 25.000 pesetas.

La nueva construcción sería puesta a prueba en diciembre de 1899, al resistir el embate del aluvión de cinco días de lluvias continuadas, aunque la iglesia y varias viviendas de la zona volverían a inundarse. De la misma manera ocurriría en el temporal que asoló la Isla en diciembre de 1922, en el que las aguas pasaron sobre el puente, inundaron la iglesia, las calles de la Noria y la Vera del Barranco, y destruyeron los murallones laterales que tantos esfuerzos habían costado.

Esta vez, las obras de encauzamiento se demoraron porque hubo que reformar el trazado de los muros de contención hasta la desembocadura, con el fin de amoldarlos al nuevo puente que se estaba construyendo en la Avenida Marítima, y que se abriría al tráfico el 27 de octubre de 1930. Para poder realizar estas infraestructuras hubo que sanear y desaguar el Charco de la Casona.

Sin embargo, el aluvión sufrido el día 1 de febrero de 2010, en que las aguas rebasaron el viejo puente y arrastraron hasta el mar sus barandas de hierro forjado, dejándolo en estado ruinoso, inducirían al Cabildo y el Ayuntamiento a plantearse múltiples soluciones sobre el puente de El Cabo, incluso su desaparición, ya que era el responsable de las inundaciones, sin considerar que este patrimonio histórico estaba catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC).

Después de las obras finalizadas en 2015, el puente de El Cabo ha recuperado la estructura original de acero, al enhebrarle dos nuevas vigas metálicas en el interior de las celosías, y como pavimento se le ha puesto un entablonado de madera.

Hubo que eliminar la base central sobre la que se asentaba, con el fin conseguir mejorar la capacidad de desagüe del barranco, duplicando su capacidad de caudal, y evitando el riesgo de desbordamiento.

El encuentro entre la calle Padre Moore y la entrada principal del Museo de la Naturaleza y Arqueología, se realiza a través de unos podios de piedra natural que albergan escaleras, rampas y gradas.

El puente más antiguo de Santa Cruz de Tenerife, el puente de El Cabo, continúa en su lugar de origen gracias al empeño del entonces cronista de la ciudad, Luis Cola Benítez, quién desde las páginas de este periódico apostó por su conservación.

* Cronista oficial de Santa Cruz de Tenerife