Algunos de los que lo conocieron como conserje del Real Club Náutico afirman que tenía "cierta mala leche". Sin embargo, él lo tiene mucho más claro: "A mí me enseñaron a hacer las cosas bien. Me gusta la disciplina. Pero tengo un gran corazón". Y así lo corroboran también muchos de los que, durante años, han tratado con él.

Domingo Navarro García, conserje de unas de las sociedades más señeras de la capital tinerfeña, se jubiló el pasado mes de noviembre tras 45 años como trabajador del Náutico. Nunca conoció otro trabajo desde que, con dieciséis años, tocó la puerta del club y el por entonces encargado, Antonio Bencomo, le dijo que volviera al siguiente día.

Recuerda la fecha con claridad: 26 de junio de 1972. Desde ese día en adelante, Domingo pasó a formar parte del personal laboral del Náutico, primero como ayudante en la sala de ping-pong y más tarde en otras tareas del servicio. Así hasta el pasado mes de noviembre. Casi 45 años de manera ininterrumpida entregado a las labores encomendadas.

El único paréntesis

El único paréntesis que hizo en su trabajo fue obligado para cumplir con el servicio militar. Lo prestó en la Marina durante casi tres años. A eso se unió, con posterioridad, una pequeña escapada de seis meses en un barco frigorífico gallego que lo llevó hasta las costas de África, al banco pesquero canario-sahariano. Concluida la aventura, Domingo regresó a Vigo, en Galicia, y de ahí viajó hasta Las Palmas. El siguiente destino fue, de nuevo, el Real Club Náutico, del que ya no saldría jamás. Era el año 1978.

Allí permaneció hasta que en 1992 fue nombrado conserje, con Enrique Agulló como presidente de la sociedad. "Llevó a cabo una revolución interna", recuerda. Por esa época, Navarro fue testigo de la primera huelga del personal laboral del Náutico, a la que se sumó tras comunicárselo al presidente. "No podía dejar a mis compañeros", recalca.

Nacido en Los Cristianos, en el sur de Tenerife, abandonó pronto los estudios y se vino a vivir con sus hermanas a la capital. Durante un tiempo, según cuenta, aprovechó las tardes para seguir formándose en una academia.

Tanto tiempo en el Náutico le permitió conocer hasta doce presidentes distintos. "Esta esa una sociedad muy difícil de llevar por las diferentes sensibilidades que acoge", subraya Domingo, para justificar los continuos cambios en la presidencia.

Poco más desliza de todo lo que ha vivido en su trabajo. "Secreto profesional: oír, ver y callar", resume. "Eso es fundamental en este puesto", añade. Y lo dice con mucha experiencia a sus espaldas.

Eso sí, ahora que ya está fuera de la sociedad, no deja de reconocer que hay personas de todo tipo. "Nunca te olvidas del socio que te trata bien", puntualiza.

Para el presidente actual, Juan Enrique Martínez García, solo tiene palabras de agradecimiento. "Le agradezco mucho cómo ha tramitado mi jubilación y el homenaje que me hicieron en el comedor", destaca.

También tiene grandes recuerdos de todos sus compañeros del servicio, sobre todo de Salomé, "que luchó por los derechos de los trabajadores". En la actualidad, 35 empleados componen la plantilla del personal laboral del Náutico, aunque ha habido épocas en las que fueron hasta 60.

En cuarenta y cinco años en el Club, Domingo no solo vio crecer el número de socios, de apenas 1.300 a los casi 5.000 de la actualidad, sino que también fue testigo de grandes cambios como la nueva marina o las fiestas del Carmen.

Sobre el primer detalle, recuerda que fue clave el apoyo de Pedro Doblado Claveríe, mientras que del segundo comenta que lo que hoy es una gran celebración comenzó, en la antigua marina, con "unas sardinitas asadas".

Tanto esta como la fiesta de la cerveza, a comienzos de agosto, y el fin de año son algunas de las grandes celebraciones del Náutico. "Se trabaja, pero se disfruta mucho en la sociedad", detalla Domingo Navarro, ya acostumbrado a tener algo más de tiempo libre.

Padre de cuatro hijos -tres mujeres y un varón-, comparte ahora el tiempo entre su mujer, su nietita Alejandra, "con la que se me cae la babita" y la piscina. Después de 45 años, lo tenía merecido.