La costumbre cristiana de enterrar en el interior de los templos comenzó en Santa Cruz a partir del año 1501, según consta en los libros sacramentales de la parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, donde figuran 10.232 enterramientos. También se inhumaría en la ermita de Nuestra Señora de Regla, a la vez que en los conventos se enterraban a los miembros de las órdenes religiosas.

En 1799, el rey Carlos IV ordenó la creación de camposantos en los extramuros de las ciudades y municipios, con el fin de evitar que los fieles que acudían a las iglesias se contagiaran con los miasmas corrompidos de la putrefacción de los cadáveres que allí se enterraban; sin embargo, Santa Cruz no dispondría del primer cementerio civil hasta que, en octubre de 1810, ante la imperiosa necesidad de dar cristiana sepultura a las 1.332 personas fallecidas, de una población de 7.000 almas, por la invasión de la epidemia de fiebre amarilla, introducida por los barcos San Luis Gonzaga y Fénix, que habían llegado al puerto de Santa Cruz procedentes de Cádiz.

El día 5 de noviembre de 1810, José Guezala, concejal comisionado por el Ayuntamiento de Santa Cruz, acompañado por el maestro de mampostería José María Zerpa, señalaron y amojonaron un terreno orientado de Norte a Sur, de 73,55 metros por 25,91. A continuación, el beneficiado de la parroquia de la Concepción, Juan José Pérez González, bendijo aquel lugar, e inmediatamente se procedió a dar sepultura a dos cadáveres, llamados Rafael y Roque, que, según la costumbre de la época, sería el nombre del nuevo camposanto.

Un erial alejado del pueblo

El lugar elegido para establecer el primer cementerio civil del Archipiélago fue un erial alejado del pueblo y bien ventilado, en el llamado Llano de los Molinos. Su situación en las afueras de la población, si bien era la más apropiada en cuanto a la salubridad, creaba el problema del traslado del cadáver hasta aquel lugar, pues había que cargarlo a hombros o alquilar un carro para que lo llevara por un camino intransitable, denominado Molino Quebrado.

Pero el traslado no era el único problema que había que solventar en los entierros, pues, como no se disponía de cajas o ataúdes, el fallecido se llevaba en una parihuela, al descubierto. Por este motivo, el Ayuntamiento, decidió facilitar a las parroquias un paño para que los cuerpos fueran cubiertos durante el traslado; paño que, llegado el momento, se retiraba para volver a usarlo en la siguiente ocasión.

Debido a que los primeros enterramientos se llevaron a cabo sin estar cerrado el perímetro del camposanto, daría lugar a que se dieran casos de robos y profanaciones, aumentando de esta manera el riesgo de contagio. Como en aquellos tiempos el primer ayuntamiento de Santa Cruz no contaba con recursos municipales, ni disponía de bienes ni de rentas propias para dedicarlas a las necesidades más elementales, su alcalde, José María de Villa y Martínez, dedicaría todos su afán y esfuerzo en terminar el camposanto, pidiendo, puerta por puerta, la colaboración y ayuda de los vecinos. También es de resaltar que los obreros se bajaron el jornal, e incluso iban a trabajar gratis los domingos.

El Intendente y Comisario Regio, don Felipe Sierra y Pampley, donó la puerta del cementerio, con su sillería y herrajes, procedente de la Real Aduana, así como todos los útiles necesarios para levantar la Capilla. El recinto, con capacidad para acoger a 20.000 almas, quedaría terminado el 4 de marzo de 1823.

Debido a las necesidades derivadas del espectacular crecimiento poblacional, y a la irrupción de dos nuevas epidemias de fiebre amarilla, en las que fallecieron 387 personas en la de 1846, y 540 vecinos en la de 1862, hubo que llevar a cabo sucesivas ampliaciones para que tuvieran cabida nuevas sepulturas, con la consiguiente compra de los terrenos colindantes, pasando de los 1.901 metros cuadrados iníciales a los 3.205 metros cuadrados en 1886; año en que el Ayuntamiento rodea todo el recinto, con un muro de tres metros de altura.

El primer reglamento para su conservación, creado en 1825, conseguiría que los panteones y sepulcros se construyeran obedeciendo a un plan simétrico y ordenado, ya que no se había hecho hasta ese momento, logrando que algunos fuesen de grandes dimensiones, con bellas formas, y mármol de carrara.

El Cementerio de San Rafael y San Roque, considerado Bien de Interés General en la categoría de Monumento, alberga varias generaciones de santacruceros ilustres, de nación o de adopción, conformando en sus lápidas un potencial en valores históricos y culturales de esta ciudad. Por ello, consideramos que sería conveniente permitir su visita, y que en él se ubique el Panteón de Personajes Ilustres de Santa Cruz de Tenerife.

Este camposanto no se utiliza desde el 27 de enero de 1916, al abrirse un nuevo cementerio en la Montaña de Hoya Fría que recibiría el nombre de la primera inhumación, Lastenia del Pino Rodríguez, una joven de 16 años.

La Chercha

El cementerio de San Rafael y San Roque cuenta con dos ámbitos diferenciados: el católico y el protestante. El cementerio protestante, denominado la Chercha, fue autorizado por el Ayuntamiento de Santa Cruz, el 13 de noviembre de 1831, en virtud del Tratado de Utrecht, tras la solicitud presentada por el cónsul de los Países Bajos y el cónsul británico, quienes abonarían el montante de los terrenos. En 1869 fue ampliado y se le añadió una capilla, que aún sigue en pie.