Ayer fue un día especial para Carmen, la abuela de El Cabo. Y es que 103 años no se cumplen todos los días y mucho menos con plenas facultades físicas y mentales para tener los años que suma y con unas ganas inmensas de dar guerra, ya sea para organizar la casa o mostrar una opinión política.

Ella es Carmen Hernández y señala que "todos los días doy un paseo" de la mano de su hija Mari Carmen por el barrio con su andar coqueto. "Y una vez a la semana voy a la peluquería", porque necesita verse tan guapa como normalmente está, señala su fiel acompañante.

Su casa, en la calle Alicante, suele ser un hervidero de gente y un punto de encuentro diario de su gran familia, rodeada de sus cinco nietos, otros tanto biznietos y un tataranieto de cinco años de edad. Cinco generaciones que hacen de su vida un tanto singular. Desgraciadamente ayer era mal día para tenerlos a todos a su lado, aunque los móviles echaron chispas felicitándola.

Nacida en Los Realejos en 1916, hija de un zapatero y la mayor de 12 hermanos, recuerda cómo ayudaba a sus padres en casa cuando era pequeña. "Teníamos un bastidor de 3 metros y calábamos todos los días para sacar unas perritas. Mi padre era zapatero y teníamos una cabra que ordeñábamos. ¡Coño! Había que darle de comer a mis hermanos, a un litro de leche le teníamos que poner otro de agua y le poníamos gofio... Así daba para todos", dijo entre risas ante la atenta mirada de su hija Mari Carmen (su otra hija, Adelina, falleció ya hace unos años).

Se reconoce muy religiosa y explica que su marido Pepe y uno de los hermanos fueron a la Guerra Civil "y los otros no porque eran pequeños", siendo sus más bonitos recuerdos el día que se casó y el nacimiento de sus hijas, "que eran revoltosas. Qué podía hacer".

Su comida favorita "es el potaje con gofio (últimamente ataca a las papas fritas)" y no hacen mucha gracia las garbanzas.

No puede estar ajena a los cambios que ha vivido a lo largo de sus 103 años de vida y ve "cómo de no tener nada, ahora la gente tiene de todo". Y un detalle del corazón gigantesco que tiene y que define su personalidad: "Le robaba huevos a mi suegra para dárselos a unas vecinas mías que tenían tuberculosis", dijo con seriedad.

Una hora de conversación sirvió para ver cuál es el valor de la vida. Unos años que continuarán tras volver a soplar sus velas, dijo uno de sus nietos con alegría.