El historiador y arqueólogo subacuático Alberto García Montes de Oca estima que en los fondos de la bahía de Santa Cruz de Tenerife reposan los restos de hasta un centenar de embarcaciones, testigos de diferentes épocas históricas.

Santa Cruz tuvo en principio la condición de lugar, que según recoge una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia hace referencia a "una población pequeña, menor que villa y mayor que aldea". Después se convertiría en villa, en el siglo XVII en plaza fuerte, como punto fortificado, hasta que en 1859 alcanzó el título de ciudad.

Alejandro Cioranescu, en Historia de Santa Cruz, habla por primera vez del puerto con fecha de 1604 y la siguiente referencia no tiene lugar hasta 1769. ¿Qué sucede en ese intervalo de tiempo?, se pregunta Montes de Oca.

Santa Cruz era el puerto de La Laguna, localidad donde se encontraba el Cabildo de la Isla, la sede de la autoridad eclesiástica y la residencia del Capitán General. Ya desde 1506 aparece mencionado como puerto real. "Tal concesión significaba que las misiones oficiales de la Corona, fundamentalmente aquellas ligadas al comercio, pasaban por su bahía", con la importancia que eso va a suponer y más aún cuando desde la segunda mitad del siglo XVI se instaura el sistema de las flotas de Indias.

El puerto adquiere así una importancia relevante, tanto para Tenerife, por el intercambio y trasiego de personas y mercancías, como también en la carrera hacia el Nuevo Continente. "Los puertos de Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma, fundamentalmente, y en menor medida el de Las Palmas de Gran Canaria, tenían la condición de puerto real y, en consecuencia, representaban la última escala oficial de los buques antes de poner rumbo hacia América", subraya Montes de Oca.

Esa condición y el volumen de tránsito comercial provocó que el puerto santacrucero se convirtiera en un objetivo apetecible para los adversarios de la Corona española.

Lo cierto es que la mayor parte de los hundimientos de embarcaciones que han tenido como escenario las aguas de la capital tinerfeña están relacionados directamente con agentes meteorológicos; tormentas, huracanes y otros avatares de carácter natural.

Los primeros hechos bélicos se dieron durante los reinado de Carlos I de España y el monarca francés Francisco I. De aquel conflicto por la disputa de los territorios italianos, que se extendió desde 1521 a 1526, data el primer hundimiento relativamente importante que se ha constatado documentalmente en aguas de Santa Cruz y que tuvo como protagonista al buque corso Antoine Alfons de Santoigne, que navegaba bajo bandera de Francisco I. "Se dice que el primer disparo lanzado desde la fortaleza del muelle fue el que hizo zozobrar a este barco tras impactar bajo su línea de flotación".

1589. El 29 de diciembre de aquel año, una fuerte tormenta se abatió sobre Santa Cruz, mandando a pique a la nao Nuestra Señora de la Antigua.

En junio de ese mismo año zozobraron once navíos.

1591. Aquel año corrieron la misma suerte otros tantos barcos que se encontraban fondeados en la rada santacrucera.

1657. El 30 de abril, siete navíos mercantes y dos galeones, la Capitana y la Almiranta, pertenecientes a la Flota de Nueva España que hacía la ruta a las Indias, gobernadas por el capitán general Diego de Egües y el almirante José Centeno, sucumbían ante al ataque de la flota capitaneada por el almirante inglés Robert Blake, que ante la respuesta de la artillería se retiró con el botín de dos mercantes apresados.

1715. El navío Sutil, que transportaba un cargamento de almendras, zozobra cerca de Paso Alto.

1722. El 23 de octubre se hunden la mayoría de los barcos que se encontraban fondeados en la bahía de Santa Cruz a causa de una violenta tormenta.

1784. Un huracán mandó al fondo hasta 14 embarcaciones y tal fue la magnitud del oleaje se dio la curiosidad de que una goleta terminó varada en una huerta.

1797. Del ataque de Horacio Nelson, aquel 25 de julio, se contabiliza el hundimiento de la Fox, una balandra de desembarco, rápida, de reconocimiento de costa.

1826. El 7 de noviembre, el bergantín Potomac y otras embarcaciones fueron víctimas de una devastadora tormenta tropical. Además de las cuantiosos desastres materiales, las mayores pérdidas se registraron en vidas humanas. Las fuentes hablan de "infinidad de muertos", de "cadáveres flotando" en los días posteriores a la tormenta, debido al arrastre provocado por la imponente fuerza de los barrancos. Según el recuento de la documentación disponible, sólo en la isla de Tenerife pudo haber unos 298 fallecidos.

1847. En la estación veraniega, el bergantín Benedicto se hundía frente a la desembocadura del barranco de Santos.

1898. El vapor francés Flachat naufragó en la costa de Antequera debido a la densa calima, casi hacia la medianoche del 15 de febrero. En el rescate de las víctimas participaron activamente las gentes del pueblo de Igueste.

1916. El 22 de febrero, durante la Primera Guerra Mundial, tuvo lugar la voladura y posterior hundimiento por parte de los alemanes del vapor carbonero inglés Westburn, frente a Los Órganos de San Andrés, en la costa de la actual playa de Las Gaviotas.

Diversos naufragios que se sucedieron posteriormente a estas fechas se resolvieron reflotando barcos o restos, gracias a los adelantos técnicos con los que ya se contaba por entonces.

El puerto y las prospecciones

Montes de Oca entiende que el puerto de Santa Cruz es una arteria principal donde se desarrolla una importante actividad económica que no puede parar. "Los arqueólogos queremos trabajar y hacerlo desde un código ético, respetando el patrimonio". A su juicio se pueden hacer "pequeñas intervenciones" que no supongan menoscabo para el tráfico y la vida portuarias, contraponiendo el beneficio que esta actuación arqueológica representaría.

"Todo pecio arqueológico se considera un Bien de Interés Cultural (BIC)". En este sentido, lamenta que la Autoridad Portuaria no manifieste "mayor interés hacia los procesos culturales, que además representan lo que significa la propia historia del puerto".

Y considera, además, que en nombre del progreso se han cometido "algunos atropellos", como cuando se procedió a la ampliación de la dársena de Los Llanos y los trabajos de draga acabaron con múltiple material arqueológico, ya tristemente irrecuperables.

En el espacio que hoy ocupa el edificio del Palacio Insular se encontraba la fortaleza y entre la trasera de éste y la sede de Hacienda, a finales de la actual calle de Imeldo Serís, el muelle del siglo XVI y principios del XVII. "Hemos ido hurtándole terreno al mar y, paradójicamente, hemos ido alejándolo de la gente".

Hay que diferenciar entre turista y visitante, se plantea. "El primero viene a la isla y se va, mientras que el segundo comparte sus vivencias y quiere conocer la Isla". Pero, además, incide el estudioso en el hecho de que "hay que hacerle llegar a la gente todo ese conocimiento, porque lo que no se conoce no se puede querer y, en consecuencia, no interesa conservarlo, cuando representa una seña de identidad".

Y considera también que se ha publicitado continuamente el ataque de Horacio Nelson en 1797 y en el imaginario popular "parece haberse instalado la idea de que la historia de Santa Cruz comienza a partir de ese momento", señala este arqueólogo.

Es más, lamenta profundamente que en el caso del episodio del ataque de Robert Blake, en 1657, "hasta lleguemos al punto de creernos que los ingleses ganaron aquella batalla y además callamos".

La Carta Arqueológica

La protección jurídica del patrimonio arqueológico subacuático está bien documentada en diferentes normativas y articulados, tal y como queda recogido en la Ley 16/1985 de 254 de julio, del Patrimonio Histórico Español, donde se abordan los diferentes aspectos de dicho patrimonio sumergido.

En el caso de la Comunidad de Canarias, en la Ley 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio Histórico de Canarias, se hace mención específica al patrimonio arqueológico submarino en el Título III, capítulo I, cuando se mencionan los bienes integrantes del mismo que se encuentren en el mar territorial (art. 60), tratándose todos los pecios con la categoría de Bien Mueble (art. 62).

Especialmente, en el apartado referente a las cartas arqueológicas se hace hincapié en la formulación de la Carta Arqueológica Submarina, en coordinación con la administración competente, donde se localizarán y documentarán aquellos pecios depositados en las aguas del Archipiélago canario (art. 64).

Reconociendo, por tanto, la importancia que atesora este patrimonio y siendo conscientes de su enorme fragilidad, este investigador se considera una especie de administrador o gestor. "En este momento no estoy recibiendo ningún tipo de apoyo económico para llevar adelante el proyecto", que se extiende a toda la isla de Tenerife. "Estoy en proceso de documentación, pero legalmente no puedo realizar prospecciones arqueológicas", por cuanto carece de los permisos que son pertinentes. De una parte de la Dirección General de Patrimonio, donde es obligado presentar un proyecto, y la Comandancia Naval, de quien cuenta con visto bueno.

Mientas tanto, Alberto García Montes de Oca bucea en archivos, se sumerge entre protocolos y navega en el tiempo.